LA HABANA, Cuba.-Louis Aguirre, uno de los tantos artistas cubanos de excepcional talento que han tenido que buscar en el exilio la manera de desarrollar su carrera, ha estado de visita aquí recientemente.
Nacido en una familia de músicos (Camagüey, 1968), su ambiente natural fue, desde siempre, la música clásica, y aun cuando no había concluido sus estudios de violín, composición y dirección de orquesta en el Instituto Superior de Arte, ya sus primeras composiciones comenzaban a ser premiadas.
Si bien Aguirre considera que sus estudios con Harold Gramatges fueron fundamentales, también asegura que su música está profundamente enraizada en su práctica de la Santería e influida por compositores como Xenakis y Messiaen y por la teoría musical tradicional de la India.
Le parece indudable que su vida se divide en dos partes; la primera hasta 2002: una vez graduado, trabajó como director de orquesta, profesor de composición y organizador de festivales (fundó el Festival Internacional de Música Contemporánea de Camagüey). La segunda parte comienza en ese mismo año, cuando partió hacia Europa.
Conversando para Cubanet, Louis Aguirre resume lo que ha sido el año 2013 para él: Ha dado más de cincuenta conciertos de su música. Le han hecho un concierto como homenaje en Valencia por sus cuarenta y cinco años. Ha representado a Dinamarca en el Nordic Music Days, el festival más importante de los países nórdicos.
Cuando partió para Europa, tenía escritas solo veintisiete obras, y hoy, trabajando sin tregua, acumula ochenta. Últimamente ha estrenado obras como Songs of the Garden of Heaven, para dos flautas, guitarra, acordeón, viola y chelo.
“Toda mi música actual usa la voz, o sea, el instrumentista tiene que usar la voz”, dice Aguirre: “La obra para violín que acabo de estrenar en Dinamarca y en Austria, Toque a Echu y Ochosi, es para un violinista que tiene que cantar lo mismo que está tocando. Yo le llamo a eso el «instrumento total». Cada instrumentista usa su cuerpo, sus piernas como instrumento de percusión; su cuerpo y su voz son partes del instrumento”.
Es difícil describir con palabras una música que trabaja con el trance religioso, con elementos de cultos afrocubanos, con momentos en que la mente está fuera del control del ego. “Eso es lo que me interesa”, apunta el compositor, “el momento en que tú no eres tú. Y yo llevo al instrumentista a realizar tantas acciones simultáneas que, cuando termina la interpretación, siente que ha crecido, que ha descubierto cosas en el instrumento y en el cuerpo que no sabía que tenía”.
De hecho, esta obra para violín es la más difícil que ha escrito, según confiesa: “tanto para el violín como para la voz. La instrumentista tuvo que tomar lecciones de canto para poder tocar la obra. Tuve la suerte de encontrarla, porque casi todo el mundo le sale huyendo a eso, diciendo: «Yo soy violinista, no cantante»”.
¿Hasta dónde quiere llegar Louis Aguirre en su búsqueda? Ni siquiera él mismo lo imagina. Si acaso: “Hasta donde me lleven los dioses. Mi música es mi forma de comunicarme con los orishas. Soy santero como puede serlo cualquiera, pero mi forma de comunicarme con los dioses, de adorarlos, de hacer lo que tenga que hacer por la santería, es la música”.
Por otra parte, lejos de encerrarse en sí mismo, Aguirre se interesa por los compositores más jóvenes, “porque tienen ideas más locas. Hay gente con treinta años que está escribiendo obras impresionantes”. Y ocurre que cada semana descubre a un compositor, a un escritor, a un pintor nuevo que le fascina, del que puede tomar ideas: “Alguien que me aporta lucidez”, confiesa, añadiendo: “Ahora tengo acceso a todo, no hay nada que busque que no encuentre”.
Le pregunto cómo cree diferenciarse de otros músicos contemporáneos. “Por la fuerza, la energía, la brutalidad, lo salvaje”, me responde; “por el sentido ritual de la música, expresado a través de toda esa mezcla, la ancestralidad hindú y la africana con la sabiduría de la cultura occidental. El instrumento no importa. Lo que hago siempre es re-conceptualizar el instrumento, que suene como tradicionalmente no suena. Es una fuerza de la naturaleza fuera de control. La gente se queda loca, para bien o para mal. Hay quienes se paran y salen corriendo de mis conciertos, hay otros que aplauden a rabiar”.
En cuanto a la importancia que podría tener su obra en el panorama de la música “culta” actual en nuestro país, no tiene dudas: “La música cubana contemporánea es muy mala, se quedó en el siglo XIX. Yo hago música en un contexto europeo, bailando en casa del trompo. En Cuba me preguntan que dónde está la cubanidad de mi música. En Europa, los que saben dicen que obviamente no soy europeo, por mucho que parezca. Esto solo puede haber sido hecho por un tipo que viene del Caribe, con ascendencia africana”.
En su opinión, lo peor que está pasando en el mundo, incluso en Europa, es que a la gente ya no le interesa mucho la cultura. “Dicen que esto es una cosa de cuatro viejas sordas y dos maricones perdidos en el mundo, y que por lo tanto eso no le interesa a nadie y no quieren seguir dando dinero, que es dinero de los impuestos de las personas”, explica Aguirre: “Y como la gente prefiere oír algo más ligero, la cultura occidental se está cayendo a pedazos. Por ahora, porque se ha estado cayendo toda la vida y siempre le entra el agua al coco”.
Las nuevas tecnologías le infunden cierta esperanza: “Esta es la generación de los avatares. Yo mismo tengo varias páginas web, tengo twitter, facebook, muchísima gente no ha ido a un concierto mío y no obstante oye mi música”.
Aun así, él pretende lograr algo diferente: su ritualidad puede dimensionarse en el ciberespacio. No olvida que, según Martí, el artista es un hombre de su tiempo. “No es que más personas escuchen mi música”, explica, “sino que en este mundo puedo incorporar elementos técnicos y sonoros mucho más ricos, más modernos, más interesantes… Odio la palabra interesante, es una palabra horrible. Mi obra puede alcanzar otra dimensión espiritual, musical y estética; puede hacerla más vital y más relacionada con los tiempos en que vivimos, donde la computadora se ha convertido en el piano del siglo XXI”.
Porque, según él, ya la música ahora no es solamente para oírla: “Hay tantas cosas experimentales y alternativas que hemos trascendido la era mecánica del piano, el violín y el chelo, e incluso de la música clásica que conocemos”.
Y no obstante, Louis Aguirre cree haber llegado tarde a Europa porque lo hizo con treinta y tres años. “Tenía que haber llegado a los veinte”, dice.