LAS TUNAS, Cuba. – “No puede pasar, van a tirar con BM”, dijo el soldado. “¿Hasta dónde llegan esos cohetes?”, pregunté. “Veinte kilómetros”, dijo el soldado. Eran las 6:15 AM de este viernes.
Simulando retirarse, cuando el soldado dio la espalda, este corresponsal se adentró en el campo de tiro.
A un lado y a otro se extendían decenas de kilómetros cubiertos de lagunas, lagunatos, canales, canalizos y una profusa vegetación costera surcada por senderos de piedras o arena finísima, y más allá, en el litoral oceánico, dilatadas y hermosas playas.
Piaba un pajarillo cuando comenzó el bra, bra, brabaaa, brum, brumbrum allá lejos. Eran BM, lanzacohetes autopropulsados.
Corriendo apareció un pescador: “Dele pa’ tra’ que por ahí caen lo cañonazos”, dijo.
“No hay problemas, aquí no llegan”, respondí.
“¿Que no llegan? ¿Y los huecos en la orilla del mar quién los hizo?”, exclamó sin detenerse.
Tras el pescador, un cazador submarino venia en retirada, pero, deteniéndose, resopló: “Le zumba al mango”.
Guardafronteras había incautado su equipo; la pesca submarina estaba prohibida porque entre otras razones, hasta el ruido de las escopetas de aire comprimido alteraban el sistema nervioso de los peces.
“¿Y los cañonazos del Ejército no los alteran?”, él había preguntado.
“Eso es otra cosa”, le habían dicho las autoridades.
Antes de comenzar los cohetazos en las lagunas había garzas, flamencos y trinos en las ramas de los árboles; pero iniciadas las explosiones las aves levantaron vuelo. En la arena había huecos de explosiones y cascotes oxidados de metales fragmentados.
Poco después de la entrada de la Bahía de Puerto Padre, y hasta la entrada de Bahía de Malagueta, se extienden unos nueve kilómetros de litoral oceánico y, al frente, dos aguas, una azul claro y otra azul oscuro: la vastedad del océano intercalada por una barra coralina espumosa, que harían sentirse a submarinistas y yatistas de cualquier lugar del mundo como en el sitio predilecto de sus casas.
Tras el litoral, la flora y la fauna harían al amante de la naturaleza andar desde el amanecer hasta la noche, si… atrás no estuviera el Centro de Estudios del Ejército Oriental. Un campo de tiro para cañones, morteros, tanques, obuses, lanzacohetes, infantería y la aviación.
“Si algo bueno trajo la crisis de los noventa fue que obligó al Ejército a disparar menos”, dijo un sociólogo a este reportero.
Con todo, decenas de kilómetros cuadrados de terreno con valor agropecuario, forestal y turístico, permanecen en manos del Ejército, provocando daños socioeconómicos y ambientales a este municipio.
Como reportó el pasado mes CUBANET, las últimas víctimas por explosivos militares fueron dos niños, uno perdió varios dedos de ambas manos y otro un ojo. Pero hay otras víctimas: Puerto Padre, dependiente de una industria azucarera obsoleta, fuera un municipio de mendigos si gran parte de sus habitantes, todos por concatenación de ofertas y demandas, no dependiéramos de remesas extranjeras.
En lo que desde hace más de cincuenta años es un campo de tiro militar, miles de personas pudieran tener empleo; unas en la agricultura y la silvicultura, otras en la ganadería y las más, en todas las fuentes de empleo que genera el turismo.
Pero mientras este viernes en Puerto Padre los militares disparaban con lanzacohetes en un vasto territorio vedado a la industria sin humo, en el X Seminario Internacional de Periodismo y Turismo en La Habana, periodistas de 12 países, incluso cubanos-estadounidenses, llegados de Minnesota, Nueva York o Tampa, unían sus voces a la prensa oficial del régimen para disertar sobre “verdades ocultas” o “turismo de naturaleza”.