GUANTÁNAMO.- Este 15 de marzo se cumplen 140 años de la Protesta de Baraguá. La actitud intransigente del General Antonio Maceo y los mambises que lo acompañaban es usada por el castrismo para identificarla con la que deben adoptar sus subordinados, pero el común de los cubanos sólo sabe esa parte de la historia.
¿Fue la Protesta de Baraguá un hecho sustentado en la lógica de las condiciones históricas? ¿Los patriotas que firmaron la Paz del Zanjón —entre ellos muchos de probada lealtad a la patria y valentía en el combate— merecen el mote despectivo de “zanjoneros”, sinónimo de cobardes, que les endilga el castrismo? ¿Qué pasó después con Antonio Maceo y los patriotas que lo acompañaron en la histórica protesta? ¿Por qué la prensa oficialista calla ante eso? ¿Quién puede ser considerado el verdadero intransigente de la Guerra de los Diez Años?
Tales preguntas son insoslayables para quien desee conocer esta historia más allá de las arengas levantiscas del castrismo.
Algunas consideraciones sobre el suceso
Tres años antes de la protesta de Baraguá las indisciplinas, divisiones y debilidad del Ejército Libertador (EL) eran evidentes. A ello se unió en 1876 la llegada a Cuba del general español Arsenio Martínez Campos, quien ejecutó una política tendente a debilitar aún más al EL.
A pesar de las brillantes victorias de Vicente García, Máximo Gómez y Antonio Maceo, el historiador Fernando Portuondo afirmó en su obra “Historia de Cuba, 1492-1898”, que en 1877 la revolución cubana entró en agonía.
Fue así que el 8 de febrero de 1878 los jefes cubanos de la región camagüeyana y varios miembros de la Cámara de Representantes acordaron negociar la capitulación propuesta por España y el 10 de febrero firmaron el Pacto del Zanjón.
En el texto “Historia de Cuba”, concebido por la Dirección Política de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y publicado en 1981, se hace una crítica acerba a patriotas de reconocido valor e intachable hoja de servicios a la Patria, como sin dudas fue Enrique Collazo, aunque entre los signatarios de ese pacto estuvieron otros ilustres que no menciona.
Testigo esencial de esos sucesos fue Ramón Roa. Duele leer la carta que el 3 de agosto de 1878 envió a su amigo Juan M. Macías, donde consta la triste realidad de una lucha condenada, en tales circunstancias, al fracaso. Su opinión en nada se asemeja a la que los ideólogos de las FAR vertieron desde sus oficinas climatizadas un siglo después. Ellos afirmaron que la guerra podía continuarse tal y como pensaba Maceo y criticaron a los patricios que firmaron el pacto. Pero Roa, que vivió lo ocurrido, escribió: “Entonces sólo el que estuviera poseído de un fenomenal optimismo, podría creer en que la victoria fuera nuestra”.
Lo que ocurrió después del 15 de marzo de 1878 es silenciado por la prensa y los ideólogos oficialistas cubanos. Sin embargo, en el libro “Antonio Maceo, apuntes para una historia de su vida”, de José Luciano Franco, uno de los más serios estudios publicados sobre el insigne patriota, se afirma que lograda la capitulación del Zanjón, las fuerzas abrumadoramente superiores de Martínez Campos se lanzaron sobre las de Maceo, causándoles numerosas bajas, acompañadas por las imparables deserciones.
Esta página del diario del Dr. Félix Figueredo, citada en la obra, es harto ilustrativa: “…fuimos asaltados por el enemigo, a cuyo empuje no opuso resistencia la fuerza que nos escoltaba. Primera vez que vi a un soldado oriental huir bochornosamente. No valió el esfuerzo del General y sus oficiales; la tropa volvió la espalda y huyó cobardemente…Por fin se escuchó al Dr. Figueredo, que envolvía la salvación del General Maceo con una comisión al extranjero en solicitud de recursos. Los miembros del Gobierno aceptaron la indicación con reserva: por egoísmo, quizás, se resolvió negativamente al principio, pues asidos todos de aquella tabla, era natural que todos nos hundiéramos con ella o con ella todos nos salváramos. Sin embargo, tratando el asunto ante la fría razón, se comprendió la necesidad de que quedara alguien de aquel fenomenal combate ileso y apto para volver a enarbolar, sin compromisos de ninguna clase, la bandera de la Revolución”.
El 8 de mayo de 1878, menos de dos meses después de la Protesta de Baraguá, el Titán de Bronce abandonó su campamento rumbo a San Luís. El día 9 almorzó junto con el general Martínez Campos en un ambiente cordial. Luego de haber descansado, Maceo estrechó la mano del español y le dijo: “General, le doy las gracias por sus delicadas atenciones; le reitero la recomendación de toda mi familia cuando ésta baje de las lomas de Guantánamo; y le deseo que pueda terminar su obra, ahora que yo no le estorbo, pero como no estoy comprometido, haré cuánto pueda por volver y entonces emprenderé de nuevo mi obra”.
¿Acaso no fue esta la misma posición que adoptaron varios de los firmantes del Pacto del Zanjón? La historia demostró que la intención de mantener la lucha en tales condiciones estaba destinada al fracaso, pero los ideólogos castristas se afincan en la tesis de que era mejor morir en vano.
La verdad histórica es que el 28 de mayo de 1878 las tropas de Maceo capitularon ante las españolas, dos meses y trece días después de la protesta y en el mismo lugar de ésta. Poco después lo hizo Vicente García.
El verdadero intransigente
Fue el coronel villareño José Ramón Leocadio Bonachea Hernández el único oficial mambí que se mantuvo en armas contra los españoles.
Estableció su centro de operaciones a ambos lados de la trocha de Júcaro a Morón, que abarcaba Remedios, Sancti Spíritus, Trinidad, Morón y Ciego de Ávila. Se mantuvo combatiendo durante 14 meses después del Pacto del Zanjón y el 15 de abril de 1879, cumpliendo órdenes del Mayor General Calixto García, aceptó salir de la Isla, pero redactó un documento donde fijó su posición, expresando que abandonaba las armas sin acogerse a ningún pacto, hecho que pasó a la historia como la Protesta de Hornos de Cal o Protesta de Jarao.
El 7 de julio de 1879, según consta en el Diccionario Enciclopédico de la Historia Militar de Cuba, recibió en Nueva York el diploma que le otorgó el Comité Revolucionario Cubano nombrándolo General de División, único jefe militar de la guerra grande que obtuvo esa distinción.
Él fue el verdadero intransigente de esa guerra. Su lamentable detención por las autoridades españolas el 3 de diciembre de 1884, cuando se disponía a desembarcar en Cuba para continuar la lucha, y su posterior fusilamiento el 7 de marzo de 1885, impidieron que su hoja de servicios fuera tan amplia y brillante, o más, que la de otros patriotas, pero eso no justifica el silencio que los historiadores mantienen —con la excepción de Rolando Rodríguez— sobre este extraordinario patriota.
Ante el recuerdo de vidas como la suya uno debe, al menos, inclinarse respetuosamente, con la devoción que debemos sentir hacia quien lo dio todo por la libertad de Cuba. Mucho más cuando injustamente, permanece en el olvido.