LA HABANA, Cuba.- Los derrumbes en La Habana —para no hablar de otras ciudades cubanas— ya ni siquiera son noticia. Ocurren en cualquier época del año, pero sobre todo cuando llueve mucho y, claro está, en los días posteriores, cuando se secan los techos empapados.
Las pasadas semanas, bastante trágicas para muchos habaneros, fueron tan notablemente lluviosas que hubo casas en las que surgieron goteras donde antes no las hubo nunca. Por desgracia, y por lógica, acontecieron varios derrumbes, algunos peores que otros. Uno de ellos, parcial, sin víctimas mortales, ocurrió en la calle 27, entre 2 y 4, número 862, en la barriada de El Vedado.
En realidad, este es un edificio que está declarado inhabitable desde hace años y su deplorable estado era evidente, pero solo con las lluvias se cayó una parte de la construcción y los residentes han recibido la orden de abandonar el inmueble. Algunos han sido trasladados a albergues.
Yuliesky Lorenzo Ortiz, es un joven que vivió hasta hace un tiempo en el sótano del viejo edificio, pero, temiendo por la vida de sus dos hijos —una hembra de dos años y un varón de uno—, ocupó un espacio en un terreno al frente de la edificación, cruzando la calle, y ahí se las ha arreglado para, en una precaria vivienda improvisada, malvivir con su familia y sin esperanzas.
“A pesar de todo, el gobierno no quiere darnos casa, no quiere darnos nada”, asegura Yuliesky: “Lo que quiere es mandarnos para un albergue, a pasar trabajo con los niños, entre gente que uno no conoce, a vivir ‘a la bartola’, sin baño ni cocina.”
Otros vecinos confirman lo que dice el joven, pero además añaden que ni siquiera el gobierno tiene suficientes albergues para todos y los días, las semanas y los meses siguen pasando. Las autoridades les han advertido a los vecinos que aún no han abandonado el edificio que tienen que salir, aunque sea a la fuerza, con la policía. Y ya se han llevado a los más afectados. Es contradictorio, absurdo y terrible.
“Ellos dicen que tienen que ver a dónde nos pueden ubicar”, continúa diciendo Yuliesky: “Aquí estamos en el centro de El Vedado, pero cuando aparecen ubicaciones, si es que aparecen, son en el campo. Uno se puede meter hasta veinte años esperando. Nosotros nos metimos ahí, en ese terreno”, señala hacia la rústica vivienda que improvisó en un espacio frente al edificio, “y ahora me dicen que si me dan albergue me tengo que ir de ahí, pero si me sacan a la fuerza voy a plantar mi cama en medio de la calle, porque yo no me voy para ningún campo.”
Como la vieja edificación a punto del colapso es estrecha y muy larga, el sótano es un angosto y oscuro laberinto flanqueado de puertas, una cuartería subterránea y lúgubre, de atmósfera dantesca, donde todavía viven algunos, como Sancho Figas —Firry— y su esposa inválida, que acostumbra a vender bolsas de nailon a un peso en su silla de ruedas frente a la panadería de 23 y 12, a despecho de la policía. Ambos viven en una esquina del laberinto, a la izquierda, al final del sótano.
“A ella la habían ubicado en un buen lugar, pero después la sacaron y la mandaron de nuevo para acá”, dice Firry: “Mira cómo está ese techo. Esto es viga y losa, y es un desastre”. “Cuando llueve, cae más agua adentro que afuera”, acota su mujer, y sigue Firry: “Lo único que podemos hacer es esperar a que nos caiga el edificio encima. Y luego dicen que hubo dos muertos, cinco muertos… Y ya.”
Firry asegura haber sido, años atrás, soldado internacionalista en varias misiones en Etiopía y en Angola: “Yo luché por este país, por este gobierno, defendiendo los derechos de Cuba y del mundo. Me mandaron allá a matar, a matar gente. Y yo cumplí. ¿Y pa’ qué? A cambio de nada. Este gobierno no me ha dado nada. Mengistu Haile Mariam era mejor que Fidel y que Raúl, y Hugo Chávez también era mejor que los dos. Mira cuántas casas mandó a construir en Venezuela pa todos los ‘comegofio’ como yo.”
Según él, que se irrita mucho, “lo que hay en Cuba es un tremendo descaro”, y cuenta cómo, en esa misma cuadra, se fue del país el dueño de una casa, que quedó sellada durante un tiempo. “Pero luego se la dieron a la hermana de Sáenz, el prieto, el Primer Secretario del Partido en La Habana. Y nosotros mientras tanto seguimos aquí.”
Refiere Firry que hace solo unos días tuvo un problema con el vicepresidente del gobierno municipal. “Me puse malísimamente mal porque no le dan solución al problema de mi mujer. El vicepresidente, no sé el nombre, me agredió. Me buscó la policía porque le dije la verdad y le di una galleta. Me esposaron. ¿Cómo, si la sacaron de la casa porque se está cayendo, la van a volver a meter aquí?”
Finalmente, de acuerdo con su relato, aunque querían acusarlo de falta de respeto y de agresión, la misma policía lo liberó sin acusación y se desentendió del problema con el vicepresidente. “En el gobierno no me atendieron; toqué las puertas y todas estaban cerradas o nadie me quiso atender”, insiste el hombre, todavía muy alterado.
La historia de su esposa, cuadrapléjica, cierra el trágico rosario de desgracias: “A mí me quitaron la chequera desde hace tiempo porque tengo una hija, pero ella, de 30 años, tiene dos hijos y vive en casa del marido. Tiene miedo de que aquí les pase algo a los niños. No sé leer ni escribir. Dependo de mi hija, pero ella tiene que hacer lo que le diga el marido. Tengo que vender jabitas en la panadería. La policía me acosa y me quiere arrestar, pero yo no puedo hacer otra cosa”.