LAS TUNAS, Cuba. – “Aquí no puede tirar fotos”, dijo el guardia de seguridad, acercándose a este reportero, quien pretendía fotografiar las “materias primas” concentradas en la tienda-almacén dedicada a ese comercio en este municipio de Puerto Padre.
“¿Qué secretos guardan ahí que está prohibido tomar fotografías?”, preguntó este corresponsal.
“Secreto, ninguno; pero aquí se almacena hierro, bronce, cobre… y tenemos órdenes de no permitir fotografías, retírese”, ordenó el custodio.
“¿Y aluminio? ¿También almacenan aluminio aquí?”, preguntó este reportero.
“Aluminio también”, convino el guarda.
“Si alguien llega aquí con tubos de aluminio, aspersores, válvulas, codos hidrantes y cualquier otro equipo para regadío ustedes no lo compran, pero si esa misma persona corta y prende fuego a esos equipos, transformándolos en láminas o en cascotes de aluminio sí que los aceptan como materia prima, ¿no es así?”
El custodio se encogió de hombros antes de decir: “Usted tiene razón. ¡Pero yo que culpa tengo!”
En efecto, ninguna culpa llevaba el guarda: el vandalismo originado por la búsqueda de materias primas a toda costa, cual si de una mina de oro se tratara, lo habían iniciado funcionarios de alto nivel del mismísimo gobierno cubano.
Los bienes ferroviarios de los centrales azucareros Delicias y Chaparra, expropiados en julio de 1960 a la compañía estadounidense The Cuban American Sugar Mills, ya en 1942 contabilizaban 40 locomotoras, 50 carros cisternas, 25 carros de pasajeros, 300 carros planchas, 2000 carros para el transporte de caña y 400 millas de vías férreas.
Aunque parezca increíble, la mayoría de los ramales de ferrocarril de estos dos centrales azucareros, que no sólo servían para transportar caña a los ingenios, sino también como vías de comunicación de la población campesina, fueron arrancados de cuajo y sus railes, cual materia prima vendidos a una empresa de México.
Del transporte que transitaba por esas 400 millas de vías férreas ni hablar: ahora el comandante Ramiro Valdés anda “inaugurando” por diversos lugares de Cuba algún que otro ferrobús como aquellos que, con menos pintura pero con más eficiencia, en ellos nuestros abuelos ya se transportaban hace más de medio siglo.
Al final de la década del 60 e inicio de los años 70 del pasado siglo, el Estado cubano adquirió equipos de irrigación en Inglaterra, alguno de ellos valorados en ciento setenta mil dólares. Poco después esos equipos eran dados “de baja”, inutilizados por sobre explotación y falta de mantenimiento y enviados a “materias primas”.
Valiéndose de influencias algunos campesinos consiguieron que el Estado les vendiera algún que otro de estos sistemas de irrigación, los que aún hoy mantienen funcionando; otros tuvieron menos suerte.
Un campesino mantenía bajo llave en su casa de campo unos cincuenta tubos de aluminio de tres y cinco pulgadas de grueso y seis metros de largo. La casa fue descerrajada y el sistema de irrigación robado.
Aunque cualquier parte de este equipamiento es reconocible por su dueño, quien hizo denuncia formal ante la policía, nunca apareció ni la menor parte de él: los ladrones, transformando el sistema de regadío en chatarra mediante el fuego, y la Empresa de Recuperación de Materias Primas funcionando como receptadora de bienes robados, hicieron desaparecer un sistema de irrigación destinado a producir alimentos.
“¡¿Usted imagina cuántos equipos como el mío se habrán robado en Cuba?!”, exclamó el campesino.
Sí, este corresponsal lo imagina: aunque el precio de la tonelada de aluminio varía en el mercado internacional, no desciende tanto como para dejar de ser el aluminio un metal valioso.
Esa razón hace que en Cuba, hayan desaparecido transformados en “chatarra” no pocos sistemas de irrigación destinados a producir alimentos, y, como consecuencia, los productos del campo sean escasos y caros, al punto del boniato, otrora comida de perros en la Isla, ha llegado a costar cuatro pesos la libra, inaccesibles para los jubilados cubanos.