LA HABANA, Cuba. -Quizás porque primero fue una especie de trovador medieval ambulante, siempre derramando a la par versos y bromas, Ramón Fernández-Larrea diría luego que humor y poesía “son mis dos autopistas paralelas hacia el infierno”. La censura, que siempre lo acosó, no pudo evitar que publicara libros y ganara premios y una increíble popularidad. Poemarios como El pasado del cielo o Poemas para ponerse en la cabeza fueron himnos de varias generaciones.
En Miami, donde reside desde hace unos años, el bardo bayamés y cosmopolita respondió para Cubanet estas preguntas:
-En los 80 fuiste uno de los poetas más renovadores y le diste impulso a la obra de otros poetas. Con la edición de tus versos en Cuba después de casi veinte años, ¿crees que podrás conectarte con los lectores más jóvenes, alejados de aquella época?
-Uno no se propone ser renovador o rompedor, y realmente no sé si mi poesía influyó o no a otros. Uno desearía haber sido una especie de árbol para dar sombra a muchos y justificar de alguna manera que la poesía tiene sentido. La poesía tiene el mismo sentido que el que tiene querer a un perro, escupir a un enemigo o acariciar a una mujer. Son actos tan metidos en el cuerpo que solamente los imbéciles se propondrían ser importantes o trascender y renovar. Creo que mi vida y mi poesía —porque no las separo, aunque lo he intentado— han sido como un río, muchas veces peligroso, de cauce endiabladamente rápido, y otras han llevado la suavidad del arroyo más manso o la lenta demolición que es un atardecer.
-Acaban de editar una antología de mi poesía en Cuba, Si yo me llamase Raimundo, que ha sido el esfuerzo feliz de varios amigos que se atrevieron. La idea fue de Jamila Medina, la selección de Álex Fleites, el prólogo de Víctor Fowler y la cubierta de Alicia de la Campa; todo sale bajo el sello Contemporáneos, de la editorial Unión. Si esa poesía pudiera alumbrar un rincón en una biblioteca, si alguno agradece que haya sido publicada, si una muchacha tiembla y parpadea ante un poema, ya estaré pagado. A esta altura de la vida solamente me importa encontrar un verso donde caerme muerto.
-Dices que aún disfrutas haber realizado “El programa de Ramón”. ¿Cómo surgió ese proyecto y, mirando desde lejos, por qué crees que logró tanto éxito y sea tan recordado todavía?
-Me gustó inventarlo, y disfruté mucho haciéndolo, y viendo cómo crecía y cambiaba con lo que fue aportando cada persona del colectivo que hizo de él una manera de disfrutar y de aprender. Creo que mientras lo hacía no tuve muy clara la idea de las dimensiones y el alcance de lo que hacíamos. Todo fue pura intuición, aunque nos dábamos cuenta de que era un proyecto de comunicación muy grande, que reunía en una hora y en un equipo atrevido todas las carencias de la radiodifusión en Cuba, y por su olor a insolencia y desafío, por su carga de incredulidad, su capacidad de sorna, estaba cantado que las autoridades no nos iban a tragar o tendrían que hacerlo con asquito y disimulo.
-El programa surgió cuando un gran amigo, José Hugo Fernández, entonces jefe de programación de la emisora, me dio una hora diaria en la tarde para ver qué se me ocurría. Y parece que se me ocurrió bien. En la distancia física y temporal me he ido reconciliando con aquello que todavía la gente recuerda tanto. Para mí fue la mejor escuela de comunicación que alguien ha podido pasar.
-En alguna ocasión has asegurado que en tu caso el humorista y el poeta llevan un matrimonio perfecto. ¿Qué tipo de retos y satisfacciones, como creador, encuentras en la escritura de guiones humorísticos?
-La primera satisfacción es estomacal. El humorista alimenta al poeta. Le da otro lugar sobre la tierra, y tal vez una posición de cierto poder…Mucha gente que se cree importante le teme al humor porque le teme al ridículo. Pero también me ha dado la posibilidad de desarmar con minuciosidad de relojero todo el andamiaje de las cosas solemnes que inventamos los hombres, y es también un escudo para que la muerte duela menos. En fin, el humor son un par de pupilas extras, más agresivas, más risueñas, que me permiten ver la cara oscura de las cosas más brillantes.
-¿Retos? Muchos. Existe la peregrina idea de que el humorista es un cómico las veinticuatro horas, que los demás pueden usar para su divertimento personal. No imaginas cuánta gente he mandado para el carajo por eso. Y también se piensa que cualquiera puede hacer humor. El humor es una profesión tan seria como la de enterrador, pero menos a la intemperie. Es más fácil hacer llorar que hacer reír.
-Hablando del tristemente célebre en Cuba doctor Ordaz, dijiste una frase: “No salgo del asombro (y mire que he salido de casi todos los lugares) leyendo su amplia y barbuda biografía”. ¿Siguen en pie las razones que te llevaron a irte de Cuba hace casi veinte años? O sea, ¿volverías a marcharte hoy, si estuvieras allí?
-Seguramente. Por mucho que digan que las cosas han cambiado, yo sigo viendo las mismas señales que me asfixiaban. Hay cosas que ya no tienen remedio, y el daño cerebral es el más difícil de superar. El igualitarismo ramplón y desaseado que se implantó ha hundido al país. La felicidad es un árbol que se debe cultivar cada día, y que cada uno cuide a su manera. Y es muy personal. Si alguien te da o cree haberte dado la felicidad, se sentirá con derecho a que seas feliz a la hora que él quiera, y como desee, y verá subversiva la tristeza. Usando la metáfora que me dijo un amigo: no te pueden meter la felicidad en la boca con una cuchara a la fuerza, porque te parten los dientes.
-Cuando viví en Barcelona, España, les decía a los catalanes de izquierda que me había ido de Cuba por el clima. Y caían, porque para ellos Cuba era playa, mulatas, música y ron. De manera que me miraban mal cuando remataba que me había ido por el clima… de sospechas, de vigilancia y todos los etcéteras de un sistema que alienta lo peor del ser humano, que alienta sus bajezas como si fueran méritos. ¿Qué se puede esperar de un gobierno que no ha sabido poner un invierno que valga la pena en más de cincuenta años?
-Has vivido en varias ciudades y has viajado mucho. ¿Cuáles, y por qué razones, son las más importantes en tu vida?
-César Vallejo escribió un día que el punto por donde pasó un hombre ya no está solo. Eso sucede con las ciudades que uno habita, que terminan habitándolo a uno de alguna manera. Cada una tiene un motivo o un color en las entrañas y en la memoria. Bayamo, donde aprendí a creer cómo era el mundo. La Habana, donde construí otros mundos dentro de mi mundo. Guadalajara, en México, donde llené mi corazón de amigos y poesía. Más tarde, en la huida definitiva, Santa Cruz de Tenerife, en las Islas Canarias.
Y Barcelona, siempre Barcelona, que es la ciudad a donde volvería mil veces y a donde me escapo algunas noches aunque mi cuerpo esté dormido. También quedan como puertos escondidos algunas zonas de París, Roma en su Trastévere, Praga que es ciudad para andar solo de noche, Nueva York a cualquier hora; y Lyon, Madrid, New Orleans. Y siempre Buenos Aires como un olor y un sonido. Todos esos sitios tienen algo mío, y yo tengo alguna luz de ellos por dentro.
-En general, ¿qué impresión te causa (si es que te causa alguna) la literatura cubana (de todas partes) de los últimos veinte años?
-No me interesa eso que llaman literatura cubana. Y tampoco la de los últimos veinte o cincuenta años. Me interesan algunos libros, alguna novela, algún cuento, algún poema. Y sobre todo lo que escribieron los amigos, recordable o no, trascendente o no. Solamente porque el acto de dejar algo por escrito los mantuvo vivos.
-Escribiste varias canciones con el trovador Augusto Blanca, entre ellas una que se llama “¿Qué es un país?” ¿Cómo es el país que no quieres para los cubanos?
-Nunca escribí canciones. Lo que Augusto musicalizó fueron unos sonetos que un día me atreví a hacer. No quiero el país que nos han impuesto hace cincuenta y cinco años. Creo que me he acostumbrado a vivir en el país interior que llevo a todas partes.