LA HABANA, Cuba — A través de la libreta de racionamiento instaurada por la revolución a principio de los años sesenta, se les vende un pan de 80 gramos a cada ciudadano a un precio supuestamente subsidiado. Frecuentemente, junto a un vaso de agua con azúcar, ese pan ha constituido el sostén para muchos cubanos.
La calidad de este pan que se vende por la libreta ha estado siempre en la mirilla de las críticas, al igual que las colas para comprarlo y las roturas de equipos o falta de ingredientes que interrumpen continuamente la producción. El problema del pan es uno de los planteamientos más comunes y recurrentes en las Asambleas de rendición de cuentas que los Delegados de las Circunscripciones deben ofrecer a sus electores.
En esta semana, un cartel informativo pegado en las paredes de las panaderías, apareció divulgando una nueva iniciativa de la Empresa Provincial de Alimentos, como saludo a la celebración del próximo Primero de Mayo, titulada “Puertas abiertas a la Comunidad”. Su objetivo fundamental, según reza el surrealista cartel que la anuncia es: “Reafirmar el compromiso de los panaderos con el barrio, sus directivos y otros factores, donde se podrá conocer las interioridades y esclarecer las inquietudes, así como revisar el estado de los planteamientos, con vista al próximo proceso de Rendición de cuentas”.
Disímiles opiniones ha despertado en la población tal iniciativa. Un viejo panadero retirado contó en la cola, que “antes el pan se fabricaba totalmente artesanal, habían variedades, la calidad era superior, tenía grasa, textura, mejor sabor, salíamos con canastas por el pueblo al amanecer, a venderlo por las calles, el horno jamás se rompía y nunca faltaba la materia prima. No me explico ahora con más desarrollo y mejor tecnología el pan es tan malo y las panaderías cierran a cada rato por roturas”.
Papo, de 40 años y albañil por cuenta propia, al ser entrevistado para conocer su opinión respondió: “El día que hay pan es una bendición, para la merienda de los muchachos en la escuela, el problema es qué echarle adentro. Pero si la panadería se rompe entonces hay que comprarlo en una cafetería particular y entonces sí que la cuenta no da”.
“El fiñe” de 56 años y pescador de Jaimanitas, no confía en la iniciativa “Puertas abiertas” anunciada por la empresa. Dice que la calidad del pan se afecta más debido al robo de ingredientes por los propios trabajadores y no le interesa entrar a inspeccionar, porque “de seguro que van a esconder la bola”.
Otro anciano en el mostrador se quejó del peso del pan, asegurando que no tenía el pesaje estipulado.
–¿Usted quiere ver que sí pesa 80 gramos? –le preguntó el dependiente y llamó a un panadero. Le pidió que comprobara el pesaje.
El panadero desapareció en el área de elaboración. Nadie vio lo que hizo dentro. Al regresar corroboró: “Ochenta gramos, mi abuelo, ni un gramo menos”. El anciano se marchó decepcionado.
Le pregunté al dependiente si alguien había respondido a la iniciativa de la empresa, entrando a la panadería a examinar. Me contestó que no, que la gente llegaba apurada, compraba su pan y se iba rápido. Leían el cartel y se reían. O se burlaban.
— ¿Cuánto cree usted que durará la iniciativa?
Me contestó con una sonrisa.
–Hasta que el cartel se caiga.