LA HABANA, Cuba.- Sin que todavía pueda considerarse un fenómeno masivo, en Cuba cada vez son más las personas seriamente interesadas en coleccionar, a pesar de lo polémico y controversial que resulta establecer una estadística que permita contabilizar la cantidad de gente dedicada a esta actividad.
Y es que resulta casi una utopía el propósito sano de encontrar a coleccionistas con experiencia que acepten ofrecer su testimonio; sobre todo los coleccionistas de antigüedades, mejor conocidos como anticuarios.
Una aureola de misterio, y casi misticismo, rodea la actividad comercial de estos aficionados fervientes, no sólo aferrados al valor comercial de los objetos antiguos, sino también a la historia que cuentan. Una historia que puede revelar la cantidad de riquezas que hemos perdido.
El único anticuario que aceptó ofrecer su testimonio lo hizo bajo la condición de que no reveláramos su identidad y, además, que fuéramos “cuidadosos con la manera en que se maneja la información, para evitar suspicacias que llamen la atención sobre mi persona”.
El hombre, que confiesa llevar “más de 50 años en la actividad”, asegura que “nosotros vivimos entre la espada y la pared. Por una parte tenemos que cuidarnos de los ladrones, y por la otra de la policía política, que mantiene una estrecha vigilancia y control sobre nosotros”.
Según la opinión de este anticuario, “el coleccionismo nos permite el rescate de una historia que el gobierno se ha empeñado en enterrar, mutilar, o simplemente negar que existió”. Algunas personas vinculadas a este coleccionismo, como clientes o proveedores, consideran que “las autoridades y muchos burócratas de la prensa oficial satanizan a los anticuarios y los quieren presentar como lo peor del comercio. Piensan que son aves de rapiña, gente inescrupulosa que solo piensa en enriquecerse”.
Sin embargo, no todo son nubes negras en el amplio panorama del coleccionismo cubano. Para muchos, aficionados a “recolectar trozos de historia”, el coleccionismo es un “pasatiempo de amplio espectro, que amplía nuestro horizonte cultural y nos sensibiliza con un pasado que tiene mucho que ver con nuestra herencia”.
Michel Toll Calviño, un músico de profesión, integrante de la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba, donde se desempeña como contrabajista hace 21 años, nos habla de su afición por el coleccionismo.
Toll Calviño, de 41 años, confiesa que su pasión por el coleccionismo comenzó a los 11 años, con la numismática. Pero donde ha logrado un mayor éxito es con la colección de llaves antiguas.
“Comencé en el 2005”, cuenta. “Como comenzamos todos, al principio sólo eran algunas llaves de escaparate que encontraba por la casa. Luego, en la medida de mis posibilidades, las fui comprando. Otras las conseguí mediante intercambios y algunas me las regalaron. Así, he logrado reunir unas 200 piezas”.
Según la experiencia del joven músico y coleccionista, “son muy pocas las personas que yo conozco que se dedican a coleccionar llaves antiguas”. Y su dedicación se vio premiada cuando, en el 2012, fue invitado a presentar una exposición personal en el Museo de la Orfebrería, titulada “Llaves antiguas de la Habana”, que como parte del programa “Rutas y Andares” auspició la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana.
Para Michel, además del “atractivo artístico y la historia, a veces apasionante, detrás del objeto coleccionado, está la posibilidad de interactuar con otras personas, interesadas como yo en crear un patrimonio cultural que pueda quedar como un legado”.
Pero algunas personas ven el coleccionismo como una forma de “fortalecer los lazos afectivos con las personas que amas”, creando momentos de una complicidad poética donde la espiritualidad acaba siendo la mayor beneficiaria.
Lilian Herrera Valdés, esposa de Michel y también integrante de la Orquesta Sinfónica Nacional, nos habla de su afición por coleccionar broches que representan mariposas.
Herrera Valdés recuerda que “las mariposas siempre han estado presente en mi vida familiar, tanto en los buenos como en los malos momentos. Para nosotros, es como una manifestación de Dios, y ejerce un poder muy pacificador en nuestras vidas”.
La joven músico de 36 años, quien además de sus broches de mariposas tiene una pequeña colección de monedas con figuras de animales y otra que representa angelitos, está más interesada en el coleccionismo puro, porque “una vez que el lucro se apodera de cualquier actividad humana se pierde lo esencial de los valores positivos que la han creado”.
Y el rescate de los valores positivos parece estar en el centro de interés de la nueva generación de aficionados al coleccionismo, quienes se esfuerzan por despolitizar los triunfos que los cubanos alcanzan en otras partes del mundo, en beneficio de un patrimonio cultural fundamentado en las raíces de nuestra identidad.
Desde esa perspectiva habla Alain Otaño Basulto, un joven cuentapropista de 34 años que colecciona “postales de peloteros cubanos en Grandes Ligas”, llegados a Estados Unidos después de 1959.
“Lo más importante para mí es crear un testimonio gráfico de la grandeza del béisbol cubano, y dejarle un legado a las nuevas y futuras generaciones que les enseñe que nuestra capacidad para triunfar en cualquier escenario no depende de ninguna ideología”, dice Otaño.
El joven coleccionista, quien ha logrado reunir “más de 800 figuras de peloteros cubanos en Grandes Ligas” en su colección de postales, confiesa que “hasta donde tengo información, la colección completa —hasta la fecha— agrupa a casi 1500 peloteros. Así que aún me falta casi el doble”.
Silenciosamente, a veces hasta de forma clandestina, se incrementa en Cuba el interés por el coleccionismo diverso, encaminado a salvaguardar la riqueza histórica y el legado cultural de una nación saqueada por una política depredadora. Si de algo se puede estar seguro es que no le faltará a Alain, como a ninguno de los coleccionistas cubanos, el empeño y el deseo legítimo de continuar atesorando el legado de nuestros mejores valores.