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GRANMA, Cuba.- A sus 31 años, Dayamis del Rosario Rosabal Corrales es una joven cubana que quedó inválida en su adolescencia producto de una negligencia médica. La vida le regaló dos hijos, pero su discapacidad le impide obtener empleo para su manutención.
“De nada me ha servido mi formación académica como bachiller y posteriores capacitaciones”, confiesa.
Soltera, vive con su madre y sus hijos de tres y ocho años en el número 27 de la calle Carlos Reina, en Buey Arriba, provincia Granma. A expensas del salario de su madre y la ayuda familiar, Dayamis no recibe apoyo de ninguna institución estatal. Y la exclusión le imposibilita ganarse el sustento por sus propios medios.
“Nunca me han dado ayuda de ningún tipo, ni de Bienestar Social, ni de la ACLIFIM (Asociación Cubana de Limitados Físicos y Motores) ni del Gobierno; nunca me han pagado chequera, ni ayuda social, pero tampoco me han ayudado a obtener empleo”, denuncia.
“Ya no me quedan lugares adonde acudir. Los del órgano de trabajo tomaron mis datos, pero dijeron que solo era para llevar el conteo, que no podían prometerme nada porque era muy difícil encontrar trabajo para mí”.
Dayamis estudió hasta noveno grado en la escuela especial “Solidaridad con Panamá”, en La Habana. Luego hizo el bachillerato por cursos nocturnos, para después pasar un curso de secretaria.
Sin embargo no se detuvo ahí. “Después me gradué como operadora de micro”, cuenta, “estoy estudiando para podóloga y trato de tomar todos los cursos de los que me entero, para ver qué puedo ejercer sin que vean mi discapacidad como un obstáculo, porque hasta ahora la silla (de ruedas) todo lo perjudica”.
“No quiero caridad, quiero trabajar”
Ante sus gestiones personales en busca de trabajo, siempre encuentra una rotunda negativa, disfrazada como “fuera de alcance”. “La misma silla que me ayuda para desplazarme, es la primera limitante que mencionan. Yo no quiero caridad ni que me regalen nada. Dentro de mis limitaciones estoy dispuesta a aceptar cualquier trabajo. Lo que hace falta es que me lo den, para ayudarme a mí y a mi familia”.
Sobre la solicitud para recibir alguna ayuda social o el cobro de una chequera por discapacidad, le fue denegada porque sus padres aún están vivos, y el padre de sus hijos debería enviarle un estipendio mensual.
Pero según Dayamis, muy pocas veces recibe la manutención de sus hijos.
“Ya no sé qué hacer, no aguanto más, a veces he pensado en…”, se interrumpe, guarda silencio un momento antes de continuar: “…no sé ni cuantas cosas”.
“Me preocupo por los niños, que van a la escuela con una mochilita que da pena y los zapatos rotos y viejos. Y me duele, porque veo como la gente los mira y siento la impotencia de no poder hacer nada”, confiesa.
Su madre, Martha Rosa Corrales Barzaga, es custodio en el policlínico local y cobra “un salario mensual de 565 pesos (unos 23 dólares), pero luego de los descuentos en el trabajo, créditos, y electricidad, solo quedan alrededor de 100, y aún no he descontado el gasto de medicinas”. Revisa unos papeles y continúa: “Este mes he gastado casi 60 pesos en medicinas”
“Hay que hacer magia para mantener cuatro personas con 40 pesos”, concluye. “Hoy mismo aquí no hay nada que comer”.
La negligencia médica
Dos gruesas cicatrices surcan el vientre de Dayamis, formando casi un cinturón a la altura de la cadera. Otras más en la entrepierna y en la rodilla derecha son resultado de varias operaciones más; unas tratando de corregir un defecto en la rodilla y otras para restaurar las secuelas de la primera intervención, errónea, realizada en el hospital provincial granmense “Carlos Manuel de Céspedes”, de Bayamo.
La negligencia médica fue silenciada y disfrazada con una afectación inexistente. No hubo consecuencias para los responsables ni retribución por los daños.
“Cuando era jovencita, yo tenía la rodilla virada y quise operarme para corregir ese defecto. Los médicos se confundieron y, en vez de operarme la rodilla, me operaron la cadera y quedé discapacitada. Cuando se reclamó, le dijeron a mi mamá que había sido por un desgaste que habían descubierto… y todo quedo así, sin consecuencias”, cuenta Dayamis.
“No nos conformamos con las explicaciones, y al buscar segundas opiniones los médicos especialistas del Hospital Provincial de Santiago de Cuba dudaron del procedimiento e investigaron el caso. Le hicieron saber a mi mamá que a mí me habían picado por gusto, porque yo en la cadera no tenía nada”.
“Luego vinieron seis operaciones más para corregir los problemas, pero al final terminé inválida a los 19 años, y en lo adelante todo se puede resumir con dos palabras: pasar trabajo”, termina diciendo. “Ellos son los culpables de que yo este así. Tanto que se habla de los discapacitados en la televisión, mostrando beneficios, y la realidad es otra. Todo no pasa de ser una gran mentira, por lo menos conmigo”.