GUANTÁNAMO, Cuba.- Desde hace más de diez años, quien quiera comprar algo que no aparezca en las tiendas estatales sabe que puede hallarlo en la calle 7 Oeste de Guantánamo, desde la Avenida Camilo Cienfuegos hasta el 9 Sur, una de las más peculiares zonas, y quizás la más libre de la ciudad.
El famoso barrio guantanamero La loma del chivo, cuna del sonero Elio Revé y defensor de acendradas formas del folclor lugareño es también otra zona donde florece el comercio, informal o no, pero en ella los vecinos se han especializado en la venta de productos industriales, específicamente herrajes y muebles sanitarios, pintura, puntillas, mangueras, cabillas y cemento, aunque no falta quien vende el paquetico de café mezclado con chícharos en la exorbitante cifra de 12.00 CUP ( unos 0,48 centavos de dólar).
Pero la calle 7 Oeste es diferente. Ubicada en una de las zonas más pobres de la ciudad, el constante tránsito de peatones y coches tirados por caballos la convierten en una de las más concurridas de Guantánamo. Allí todo, o casi todo, se vende.
Sorteando la desconfianza
Inicié el recorrido a las 10:00 a.m. Andar en una zona como esta, haciendo fotos, crea desconfianza y rechazo, tanto que uno de los comerciantes vino directamente hacia mí en forma nada amigable, pero mi acompañante —quien fue saludado por varios vecinos que tomaban ron frente a su negocio— lo calmó diciéndole: “No somos del Venceremos (periódico oficialista) ni trabajamos para el gobierno”. En ese momento se unió a nosotros uno de los vecinos y le dijo al sujeto, al que llamaré Pancho, “no te preocupes, yo los conozco”.
El hombre se disculpó y justificó su agresividad diciéndonos que no tenía autorización para vender. Le pregunté por qué se arriesgaba a hacerlo y dijo que hasta hace unos meses lo hacía legalmente, pero un día se aparecieron unos inspectores y no había actualizado los documentos de la declaración jurada de la mercancía. “Me clavaron una multa de 1500 pesos y me lo decomisaron todo. Desde entonces estoy ilegal, y aunque es verdad que violé lo establecido la multa fue un abuso de esa gente. En el mercado municipal los vendedores declaran 1000 libras de un producto pero venden 10 000 y no pasa nada, eso lo saben muy bien esos inspectores, pero como yo no les doy nada me jodieron”.
Las normas para la comercialización de productos agrícolas en los mercados de oferta y demanda establecen que los comerciantes están obligados a declarar diariamente la cantidad de productos que van a vender y tienen que pagar el impuesto sobre la venta, vendan o no la cantidad declarada. Eso no impide arreglos como el narrado por Pancho, un fenómeno que se comenta públicamente, como también la compra de productos al por mayor a placitas del gobierno por comerciantes particulares, para revenderlos a mayor precio con una fácil ganancia para sus bolsillos en perjuicio del pueblo. Indudablemente tiene que haber gente con poder involucrada en estas defraudaciones para que todo ocurra impunemente.
A pesar de la abundancia de puntos de venta de frutas, vegetales, carne de cerdo, queso, jamón y carnero, no puede afirmarse que en la calle 7 Oeste haya competencia entre los comerciantes, pues todos venden al mismo precio, algo que se aprecia en todos los puntos de venta de los particulares en Guantánamo. Algunos de esos comerciantes han confesado a este reportero que prefieren echar sus productos a los cerdos antes que bajarles el precio. La crónica incapacidad del Estado para garantizar abundantes productos agrícolas a los mercados estatales es la causa fundamental de este fenómeno.
Los comerciantes ilegales venden al mismo precio que los que están autorizados, con la consiguiente obtención de mayores ganancias para los primeros, sin que nadie los delate, lo cual revela la existencia de una complicidad a toda prueba. Quizás esa sea una de las causas de la sobrevivencia de esta “candonga”. Quien visite asiduamente el lugar aprenderá a diferenciar los negocios ilegales de los legales, pues los primeros son más fáciles de desmontar cuando a la voz de “agua, agua”, se anuncia la presencia de la policía. Apenas los policías se retiran los ilegales vuelven a montar sus negocios.
Ya cuando nos íbamos Pancho me preguntó suspicazmente: “¿Y usted para quién trabaja?” Le respondí que para Cubanet, un periódico de Miami, y me dijo muy serio: “Menos mal, pero nagüe, por si acaso no publiques mi nombre ni mi foto”.
Aquí se vende de todo
Frente a una casucha, un negro desdentado que tampoco permitió que le hiciéramos una foto ni mencionáramos su nombre, cantaba sin cesar “yo vendo de todo”, usando la melodía de una canción que la orquesta Ritmo Oriental popularizó en los años setenta del pasado siglo.
Nos introdujo por unos vericuetos limitados por cercas de alambre y pedazos de latón hasta que llegamos a una casa de mampostería y techo de placa. Ante dos catres, llenos de los más disímiles productos, estaban sentadas dos jóvenes despampanantes muy ligeritas de ropa. Cuando nos íbamos, el sujeto nos dijo con picardía: “Puros, cuando quieran les presto mis chicas”. Ya en la calle lo escuchamos nuevamente: “Psst, psst, y tengo viagra”.
La oferta de pollo es a 22 pesos (CUP) la libra, unos 0,88 centavos de dólar. A cada caja los vendedores le ganan 126 CUP (unos 5 dólares). Este producto es una de las causas de los reiterados operativos policiales en la zona, pues aunque las unidades estatales venden la caja de 33 libras a 600 CUP, (unos 24 dólares), no entregan un comprobante de la compra. Los inspectores consideran que el pollo que aquí se vende ha sido robado al Estado, por eso lo decomisan e imponen multas extraordinarias a los vendedores, sean legales o no.
Cerca de la 1:00 p.m. llegué a mi casa y me percaté que en mi bolso faltaban las cinco libras de malanga que, a un precio de 8 CUP la libra (unos 32 centavos de dólar), había comprado junto con otros productos en uno de los últimos puntos de venta. Regresé de inmediato. En el trayecto pensé que el vendedor no iba a acceder a mi reclamo. Para mi sorpresa, sonrió al verme y me dijo: “Aquí están. Disculpe por no haberme dado cuenta”. Le di las gracias y regresé reprochándome mi prejuicio contra el vendedor. En la “candonga” más popular de Guantánamo también hay gente honesta.