VILLA CLARA, Cuba.- Él la conquistó allí mismo, en ese patio de ladrillos, en uno de sus viajes al centro del país. El Mejunje simboliza a Santa Clara y viceversa. Arribaba con la pretensión, como otros forasteros, de visitar el sitio que tanto ensalzan los medios: la zona libre de homofobia, el territorio de la libertad sexual y espiritual, el único de su tipo en Cuba. En El Mejunje la besó por primera vez y le propuso, entonces, contraer nupcias en la casa de los marginados, los frikis, los bohemios…
Frente a la pareja, Ramón Silverio, el fundador y director del centro cultural más inclusivo de la isla, aparece vestido como moderador de un show, con un pintoresco sombrero de copa. Se dispone a declararlos pareja “hasta que les dé la gana”, aclara en su discurso para nada ortodoxo. “Esto es puro teatro”, prosigue. “Las bodas son un poco eso. Si van a ser infieles, compartan la infidelidad, que la gente lo sepa. Eso les dará una vida duradera”.
“Aquí no nos cobraron nada por esto”, responde el muchacho momentos antes de la boda devenida en espectáculo. “Nos estamos uniendo bajo la ley de la libertad”, recalca. Desde la fundación de El Mejunje han sido varias las parejas decididas a “oficiar” su casamiento ante la bendición de Silverio, incluso integrantes la comunidad LGBTI. En cierto modo, y ante la prohibición del matrimonio homosexual en Cuba, resulta una alternativa simbólica para quienes aún no pueden consolidar su relación ante un notario.
“Generalmente han sido personas que se conocieron aquí”, cuenta el propio Silverio, ya acostumbrado a encarnar el papel de ministro desde que tiempo atrás se puso de moda este tipo de ceremonias en la meca del orgullo gay de Santa Clara.
Si bien el código de familia establece pautas ya arcaicas sobre la formación del matrimonio, la ley de El Mejunje proclama la bandera de la liberación en todos los sentidos. Se trata de aceptar las diferencias particulares, de alejarse de códigos obsoletos y descubrirse cada quien como ente pleno sin prejuicios ni condicionantes sociales.
“Los caso por la ley del El Mejunje, que prácticamente no es ley. Se trata del precepto en el que no se prohíbe nada excepto no amarse, ni cortarse las venas. Puedo casar lo mismo a gays, lesbianas, transexuales… que a tríos, cuartetos o quintetos. No importa el concepto de la sexualidad que tenga cada cual. El matrimonio, en definitiva, es una cuestión muy formal que no garantiza más que detalles legales”.
Tradición vs libertad
Ante la imposibilidad de la mayoría de las parejas que frecuentan El Mejunje de alquilar un cabaré o salas de fiestas particulares para casarse, Silverio les ofrece su patio de forma gratuita. Generalmente se trata de estudiantes universitarios o personas de medios o muy bajos ingresos.
El alquiler de sitios exclusivos en Santa Clara asciende un monto superior a los 150 CUC en ocasiones, impensables para el salario de un cubano que no perciba otra fuente de ingreso que su trabajo estatal. Eso, sin contar los costos propios del festejo como el brindis, la transportación, o el alquiler de trajes.
En el Piano Bar, por ejemplo, espacio cercano al parque Leoncio Vidal, la hora de renta del local se monta en 150 CUP, pero no incluye la música. Si así fuera, sobrepasaría los 600 pesos. Sin embargo, este no resulta de los más caros. En Disco Isla, perteneciente al Complejo Vista Hermosa, cobran cerca de 150 CUC, solo por el alquiler de la sala, o sea, 1 CUC por cada invitado, y 20 pesos por cada plato de buffet que no comprende la bebida. “Te sale en más de 200 chavitos”, contestó la señora que atendió el teléfono.
Solamente en La Granjita, la jefa del departamento comercial asegura que las bodas nunca salen en menos de mil CUC y pueden llegar hasta dos mil, porque está prohibido introducir bebestibles que no se expendan en la institución turística, y resulta obligatorio el alquiler del local junto con todo el servicio de vajilla, audio y personal gastronómico.
Por otra parte, el Palacio de los matrimonios de la ciudad, más accesible que estos centros recreativos, aún no ha abierto al público después de su demorada reparación. “Dicen que abre en estos días”, refirió uno de los vecinos. Sin embargo, el edificio que fuera otrora el preferido por las parejas en los noventa, se muestra con las puertas y ventanas cerradas.
Ante la ausencia de espacios, con la precariedad económica a cuestas, y para quienes no les interese perpetuar su unión en papeles o simplemente escojan romper con los cánones, sin apariencias vanas ni cortejos preconcebidos, Silverio ofrece su Mejunje.
“No les puedo cobrar, igual que si viene algún vecino a celebrar un cumpleaños. Creo que la gente viene aquí porque saben que será una boda diferente, lejos de la solemnidad, a veces buscan un poco de desparpajo. También por un sentido de pertenencia y credibilidad. Hasta ahora, pocas de las parejas que he unido aquí se han separado. Así que, parece que El Mejunje trae buena suerte”.