LA HABANA, Cuba. -Onelio o “Nello”, como le llaman los vecinos, tiene uno de los “negocios” más peculiares de La Habana. Como lo que gana por la venta de sus exóticas mercancías no le alcanza para arrendar un local, todas las mañanas, a modo de esteras, extiende unos cuantos sacos vacíos en un tramo de calle en Centro Habana, donde reside desde hace años. Allí, frente a la ventana de su pequeño cuarto, organiza la muestra de palos, semillas, oraciones y otros artículos relacionados con los cultos mágico-religiosos de la isla.
A pesar de la precariedad de su improvisado mercadillo y el acoso de los inspectores y policías que constantemente tratan de desalojarlo del lugar, nos asegura que continuará allí pase lo que pase porque, aunque las ganancias que obtiene apenas le alcanzan para comer, le gusta su oficio, lo conoce bien, y, a pesar de los contratiempos, perseverará “para ayudar a la gente que lo necesita porque a los cubanos les falta fe, se la han arrancado poco a poco”, nos dice el propio Onelio.
Nello pasa muchísimas horas bajo el sol. O bien recolectando sus especies en los montes de la periferia capitalina, o esperando por los clientes o preparando sus atadillos de ramas o extrayendo la miel de las güiras o las semillas de las bayas más disímiles. Sentado sobre una tanqueta vacía, no interrumpe sus labores, ni siquiera para contestar a nuestras preguntas.
“Este es mi puesto de trabajo. Es el que tengo y no pienso irme para otro lugar. Aquí en La Habana todos me conocen y saben dónde estoy. Además, ¿con qué dinero voy a pagar una licencia o un local? Lo que hago es más bien como un doctor del alma [se ríe]. Tengo el remedio para todo. Siempre hay alguien que tiene un hijo enfermo o una puerta que abrirse y yo tengo que estar para quien lo necesite. […] No cobro nada. El que quiera dejar algo que lo eche ahí
[señala una güira hueca donde hay algunos pesos cubanos y monedas de poco valor] pero nadie está obligado. Mira, todos tenemos una misión y esta es la mía. […] A veces vienen los inspectores a tratar de botarme de aquí. Como están los que hacen brujería para irse del país o para amarrar a un marido, y hay tanta gente viviendo de eso, piensan que yo gano un dineral y tratan de ver cómo me sacan algo. Los cubanos nos hemos vuelto malos unos con otros y eso lo da tantos años de necesidad. Hay que ayudarse, porque todos estamos sufriendo la misma pobreza y buscando el milagro que nos ayude a mejorar porque esto está difícil y se va a poner peor”.
Nello tiene 57 años pero aparenta muchos más. Su cuerpo seco, la piel curtida y sus pobres vestiduras, revelan toda una vida de penurias de las cuales prefiere no hablar porque le traen al presente imágenes de un pasado no muy lejano que “hay que dejar atrás”:
“Casi que nací con la revolución, como quien dice. […] Corté caña, fui a Angola, trabajé en la construcción, creía en todo eso, de verdad […] y me pasó como a casi todo el mundo. Hemos llegado a viejos sin nada y esperando por un milagro. Por suerte aprendí esto de mi padre y ahora puedo hacer algo que me gusta pero no creas que es fácil porque a muchos le molesta que yo me ponga aquí, en medio de la calle. […] Hay un militar que vive en la otra cuadra que me ha llamado a la policía porque dice que yo ‘afeo’ la ciudad. ¿Pero qué más voy a ‘afear’ yo si todo está destruido, espantoso? Y para que tú veas, la mujer viene aquí a comprar palos y oraciones”.
Al hablar de su trabajo, Nello parece una enciclopedia de las propiedades curativas y mágicas de las plantas y animales de la isla. Por esa razón, algunos se acercan para consultarle al respecto y él les responde con minuciosidad, aunque sepa que después no habrán de comprarle porque, debido a su breve lección, ya saben cómo y dónde hallar las especies que necesitan:
“Yo no puedo negarles las cosas a la gente porque sé que lo buscan para abrirse camino, para sacar a alguien de la cárcel, para curarse. El que está bien no viene por aquí. Los cubanos tenemos que aprender a ayudarnos. Si yo no tengo dinero ¿por qué voy a pensar que los demás tienen? Todo el mundo sabe por lo que estamos pasando y, si puedo ayudar, lo hago. No se trata de que las cosas vayan a mejorar porque entrará más dinero al país o porque los americanos quiten el ‘bloqueo’, porque se sabe que ninguno de nosotros verá ese dinero. Lo gastarán en boberías, lo regalarán o se lo robarán, como siempre pasa”.
Como Nello asegura que en las plantas y objetos que vende en su “negocio” están los remedios para todos los males, le pregunto por aquella fórmula que pudiera ayudarnos en las circunstancias actuales, plagadas de incertidumbres. De inmediato me responde: “Lo que hace falta es que la gente se una y tenga fe para que ocurran los milagros, si no, siempre estaremos igual”.