LA HABANA, Cuba.- Asirse como un ciego a su bastón en medio de una estampida general es otra forma de fugarse del país. En Cuba, no importa lo que cueste o tenga que inventar el evasor. La cuestión es sortear las minas antipersonales de la ideología oficial, las desvencijadas vallas donde se pudren las promesas de la revolución, y las alambradas económicas y sociales que impiden avanzar.
A diferencia de quienes escapan en aviones o en tren, barcazas, arrias de mulos, a pie o a nado desde Cuba y el extranjero hacia cualquier rincón de la tierra, los que se quedan flotan, aíslan, levantan castillos en el aire, y fingen ser aquello que soñaron y no fueron en medio de la crisis y el temor.
No importa si tienen que aplaudir otras mentiras más, vender su alma al diablo contra la desilusión, o hacer creer que están aquí mientras huyen por todos los medios imaginarios posibles hacia las improvisadas geografías de su interior, en una fuga mental donde cambian de piel, carácter e identidad.
La meta es escapar de los desastres y el estancamiento de la revolución. Más de medio siglo de crisis en el transporte, los salarios, el fondo habitacional, la alimentación y otras necesidades básicas, les ponen alas en los pies y en la imaginación. Auto marginarse del opresivo entorno les permite sobrevivir.
Para lograrlo acuden a cualquier subterfugio legal o ilegal. Ficticio o no. Se inventan un paraíso onírico en medio de un infierno real. Juegan cualquier rol. Apuestan por enajenarse del control estatal, no importa si a través de seriales y telenovelas extranjeras, un falso poder o una botella de ron.
Muchos, para poder vivir en babia o “tontolandia” como zombis amaestrados, en un país remedo cuasi similar en teoría a la Utopía, de Tomás Moro, La ciudad del sol, de Campanella, pero emparentado en la práctica con la Granja de animales de Orwell, cambian de piel como serpientes, y se inventan los estatus soñados u otra personalidad que los ayude a creerse diferentes.
No pocos, como una Scherezada tropical con traje verde olivo sentada en un balcón a punto del derrumbe total, o frente a una mesa de dominó, se inventan un cuento donde sueñan ser Madonna o Bill Gates, Lionel Messi o Carolina de Mónaco, para evadir cada día el frío de la tierra bajo los pies.
Otros, se sienten magnates por tener una casa de tres cuartos, un almendrón y una piscina portátil clavada en el medio del patio. Empresarios por regentear una paladar con tres mesas y dos trabajadores. O artistas y arquitectos por el pelo erizado y construir barbacoas, en otra vía mental para huir de los baches, las carencias, el acoso, la desidia general y el desencanto.
Ninguno quiere saber de guardias obreras o en el comité de defensa de la revolución, asambleas de producción, pagar días de haber o cuotas del sindicato, trabajos voluntarios, marchas u otras supuestas muestras de reafirmación revolucionaria, y si lo hacen, es por no desaparecer del paisaje.
Por eso el arte de fugarse no está sólo en huir, dejar atrás o borrar de un tirón un estilo de vida, una identidad, el perro, un esmirriado o cómodo sillón, los amigos, amores, la desesperanza y el terruño natal, sino también en quedarse y construir otros sueños de “prosperidad” en medio de la nada.
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