LA HABANA.- En días recientes, Facebook se convirtió en la plataforma de una polémica iniciada por Raúl Martín, director de Teatro de la Luna, uno de los grupos más prestigiosos y taquilleros de las artes escénicas cubanas. La demorada rehabilitación del cine Pionero —Florencia, antes de 1959—, que el Ministerio de Cultura (MINCULT) cedió como local de ensayos para el grupo, fue el detonante de un estado de opinión donde una vez más quedó demostrada la incompetencia de las instituciones y las penurias que conlleva hacer teatro en Cuba.
El Pionero fue una de las tantas salas de cine que cerró a causa de las limitaciones económicas impuestas por el Período Especial. Adjudicado a Teatro de la Luna en 2005, su reparación correría a cargo del MINCULT, luego de que fuera rechazado el ofrecimiento de un inversionista privado dispuesto a financiar el proyecto.
Mucho antes de que iniciaran las labores, Raúl Martín y el actor Mario Guerra pagaron de su bolsillo a una brigada de Servicios Comunales para sacar toneladas de escombros y basura acumuladas durante años dentro del local, convertido en un nido de ratas. Una vez aprobado el proyecto por la empresa estatal Atrio, comenzó el calvario.
La primera nómina de constructores designada por el Ministerio de Cultura realizó un pésimo trabajo y aprovechó la falta de control para desviar materiales. Cuando se hizo evidente que las obras no avanzaban, nadie pagó por el tiempo perdido y las ilicitudes cometidas. Una nueva brigada, esta vez del sector privado, sustituyó a la anterior. El proyecto fue nuevamente revisado y sometido a la aprobación de la empresa Atrio, cuya respuesta demoró lo suficiente para permitir que se derrumbara parte de lo poco que se había resanado en el interior del Pionero.
Veinte años después de su fundación, Teatro de la Luna carece de sede, asistente y productor; a pesar de los numerosos premios ganados y la masiva asistencia de público que acompaña cada una de sus presentaciones. La reciente reposición de Delirio Habanero en la sala Adolfo Llauradó atrajo tanta audiencia como en la noche de su estreno, y evidenció cuánto se extrañan las puestas en escena de Raúl Martín, quien ha estado a punto de negarse a trabajar hasta tanto no tenga un local de ensayos decente.
Y no es para menos. El actual estado del cine Pionero se aprecia en las fotos. Si aquel inversionista privado hubiera recibido luz verde para respaldar el proyecto, hoy los actores y actrices de la Luna tendrían un espacio propio para no andar “prestados” en el Centro de la Danza o La Casona de Línea; gesto solidario que siempre se agradece, pero no mitiga la sensación de desarraigo.
El Ministerio de Cultura solo sirve para censurar y oponerse a soluciones razonables. Nada saben sus altos funcionarios del nomadismo desgastante a que están obligados los grupos que no tienen donde ensayar, la continua fuga de personal y la tristeza de ver cómo se arruinan los pocos recursos conseguidos con el propio esfuerzo.
Hacer teatro en Cuba supone más inversión que remuneración. Teatro de la Luna ha protagonizado una racha de éxitos en los últimos años —La primera vez, El Dragón de Oro, Delirio Habanero, La Boda, Matrimonio Blanco, Mujeres de la Luna, El Banquete Infinito— a pesar de la extrema pobreza en que perseveran las artes escénicas cubanas, cuyos directores, actores, bailarines, maquillistas, diseñadores… ven esfumarse el salario del mes solamente en transporte.
Es una dinámica insostenible en un país donde la vida cada día se hace más difícil y los sueños son aplastados por urgencias materiales. Reponer una obra es como resucitar un cadáver; hay que hacer todo desde cero, pedir ayuda, sacar dinero de donde sea, zapatear de un lado a otro, romperse el alma “por amor al arte” y para que el público vuelva a disfrutar aquellas escenas tan aplaudidas.
La catarsis de Raúl Martín en Facebook es un monumento al desencanto. Debe ser muy duro recordar que él y sus actores trabajaron como bestias para ayudar a limpiar el cine Pionero; y Amarilis Núñez tuvo que implorar al MINCULT que instalara una taza de baño porque ella y Laura de la Uz, aunque se llenaron de mugre y tragaron polvo a la par de los hombres, no podían orinar en un pomo como ellos.
Aquellas largas jornadas no parecen haber valido la pena. En el Pionero se han vuelto a acumular sacos de escombros, las instalaciones eléctricas peligran, la humedad ha reventado superficies resanadas y nada en su fachada indica que el establecimiento ha sido destinado a un arte grandioso, que sobrevive a golpe de tenacidad y heroísmo.
Más de una década de espera y sufrir en silencio la pérdida total de vestuarios y escenografías… ese es el pago por hacer buen teatro en Cuba, donde la mediocridad ha encontrado su nicho y quienes insisten en sobreponerse a tanta desidia son alevosamente castigados.