LA HABANA, Cuba -Joaquinito Bustamante, el buzo insignia de la familia “Los Bustamante”, de Jaimanitas, ha querido desvelar el nuevo acontecimiento que se vive en el pueblo, “La rivalidad de los buzos”, que está ocurriendo dentro del gremio de pescadores submarinos, compuesto por varias decenas de padres de familia de este pueblo costero del noroeste de La Habana.
Joaquinito bucea, pesca y saca calandracas del fondo del mar, auxiliado por su viejo traje isotérmico, la careta, el snorkel y las patas de ranas, que él llama cariñosamente sus “aletas”, enviadas desde Miami por su primo Roly. Éste, un joven también “calandraquero”, logró salir del país por reunificación familiar en el 2009 y no se olvidó del sueño de Joaquinito de tener algún día un buen par de “aletas”, las cuales utiliza para buscar prendas y dinero que por descuido pierden los bañistas, sacar calandraca para vender como carnada, atrapar pulpos, mojarras y rabirrubias.
“La cosa está malísima”, dice Joaquinito. “La necesidad ha desatado esta rivalidad entre nosotros. El buceo antes era un negocio de familia. ‘Los Bustamante’, ‘Los Pejedientes’, ‘Los Mallorquines’, eso se acabó. Ahora es una lucha sin cuartel. Primero tuvimos que ponernos de acuerdo y repartirnos el mar, imaginariamente, claro, por pedazos. Cada uno tenía su zona de buceo y de pesca. Si se violaba el acuerdo y un buzo entraba en territorio de otro había problemas. Ahora el problema consiste en que se están comprando linternas led, que alumbran debajo del agua, y ‘están doblando turnos’, buceando por la noche. Se perdió el control. Es una locura.”
Me lo encontré de nuevo, mientras salía de la tienda de productos en dólares, con una botella de aceite en una mano y una lata de tomate en la otra. Joaquinito levantó la botella y me dijo:
“Esto me significó ocho kilómetros de buceo, cuatro horas pateando en el agua. Y esta lata de tomate otros tres.”
Como estaba anocheciendo, Joaquinito miró la luna y calculó la marea. Intuyó la dirección de la corriente, del Este hacia el río, con poca fuerza, lo que ayudaba en el trabajo. Me contó con satisfacción que también se había comprado una linterna led. Andaba hacia su casa, listo para “doblar turno”, porque esa mañana había hecho 120 pesos de la venta de calandraca, pero se le había ido toda la ganancia en la botella de aceite y la lata de tomate. No le quedaba ni para cigarros. Además, debía “luchar” esa noche en el agua, el dinero para la merienda de la escuela de sus tres niños.
“No puedo dormirme en los laureles”, dijo antes de marcharse. “Anoche mi primo el Chiqui seguro que se metió en mi franja de playa, porque por la mañana no quedaba casi calandraca y ni un pulpo en el fondo. Está noche me toca a mí ‘golpearlo’.”