LA HABANA, Cuba.- Desde antes de comenzar la 63 edición del evento de atletismo Memorial Barrientos, los espacios deportivos de la prensa oficialista insistían en que esta competencia sería mejor que la de años anteriores, pues la Asociación Norte-Centroamericana y del Caribe de Atletismo piensa colocar al Barrientos entre los certámenes principales de este deporte en la región para el venidero 2017.
Sin embargo, la cita que acaba de concluir en el Estadio Panamericano de La Habana dejó mucho que desear. Brillaron por su ausencia las principales figuras del atletismo cubano, en las que el país tiene depositadas sus esperanzas con vistas a las olimpiadas de Río de Janeiro. Son los casos de la garrochista Yarisley Silva, la discóbola Denia Caballero y el triplista Pedro Pablo Pichardo. El vallista Dayron Robles, reincorporado recientemente a la selección nacional, no compitió por estar lastimado, según informaron autoridades.
En el acápite de las actuaciones no hubo marcas o tiempos sobresalientes. Uno de los registros más exaltados por la prensa fueron los 10,11 segundos del velocista Roberto Skyers en los 100 metros planos. Se comprende que el optimismo se deba a la escasez de buenos corredores que ha padecido la Isla en los últimos tiempos; porque, en verdad, cualquier velocista que se respete actualmente debe bajar de los 10 segundos si quiere aspirar a triunfar en una competencia de relieve.
Más que debido a los pobres resultados atléticos, el malestar de cualquier aficionado que acudió al Estadio Panamericano pudo haber sido causado por el estado deprimente de esa instalación, inaugurada en 1991 con motivo de celebrarse en la capital cubana los Juegos Panamericanos de ese año.
La suciedad se aprecia por todas partes. Los baños están clausurados e infinidad de locales se encuentran llenos de heces fecales, pues numerosas rendijas en puertas y ventanas posibilitan que cualquiera entre y salga impunemente. Ningún servicio gastronómico se ofrece en la instalación, por demás apartada del centro de la ciudad, y con pocos medios de transporte público para acceder a ella.
Para colmo, la desinformación era total entre los aficionados que asistieron a los cuatro días de competencia. Se veía a atletas competir en el campo y la pista, pero nadie sabía quiénes eran ni qué marcas o tiempos realizaban. El audio local era inexistente, y no había una pancarta con la mínima información al respecto.
Lo que un día fue la pizarra eléctrica del Estadio Panamericano es ahora una especie de mural con la efigie del Che Guevara. Y ni pensar que puedan efectuarse eventos nocturnos en ese lugar, porque en las torres de iluminación no queda un solo bombillo que funcione.
Al parecer, los dirigentes del atletismo cubano no ponen los pies sobre la tierra. ¿A quién se le pudiera ocurrir celebrar competencias de primer nivel internacional en una instalación que pide a gritos su cierre definitivo? Claro, eso del deterioro de las instalaciones es casi un mal endémico de la Isla. Es difícil encontrar una, de cualquier deporte, que se halle en óptimas condiciones.