VILLA CLARA, Cuba.- Enero de 1950. Al despuntar el sol, uno de los mozos de cierto kiosco de “mala muerte” en la playita de Marianao se apresura hacia el cuarto de trastes al fondo del local en busca, quizá, de algún escobillón para limpiar el establecimiento. En el suelo, congelado, halla la figura casi cadavérica de un mendigo torcido e inerte al tacto. “Parece muerto”, debe haberle informado el joven al dueño del lugar.
La noche anterior, había llegado al bar sacudiendo una toz seca desde las entrañas y en busca de un techo para resguardarse del frío. Los choferes de la ruta de ómnibus que recorría la zona pudieron reconocerlo como Manuel Corona, el trovador caibarienense con mayor número de canciones con nombres de mujer en su repertorio. No hubo, sin embargo, quien reclamara su cuerpo contaminado de tuberculosis ni quien se condoliera por el supuesto vagabundo de ropas ajadas.
Corona se había marchado a La Habana en 1895 para trabajar como tabaquero en La Eminencia. Cuentan que aún impúber escribió su primera canción, Doble inconsciencia, influido por el bolero trovadoresco oriental llevado a la capital en la misma fecha por el santiaguero Alberto Villalón. Al poco tiempo de estrenado el Ferrocarril Central emprendió una peregrinación hacia Santiago de Cuba con el fin de nutrirse de la meca de la trova cubana en aquella época. Se dice que logró codearse con figuras ya consagradas como Pepe Sánchez, creador del primer bolero conocido, Pepe Bandera y Manuelico Delgado, entre otros.
Hacia 1908, Manuel Corona alcanza popularidad con la criolla Mercedes y esto lo lleva a abrazar cierto éxito en la escena habanera y nacional. A partir de ese momento se convierte en uno de los compositores más reconocidos y preferidos por intérpretes como María Teresa Vera y las Hermanas Martí. Una de las particularidades de su obra fueron las contestaciones a temas de otros trovadores, y mantuvo una rivalidad en el plano artístico con el santiaguero Sindo Garay. Se cuenta, incluso, que ocurrieron disputas violentas entre los seguidores del uno y el otro. Temas como Animada y La Habanera fueron concebidos como respuesta a Timidez, de Patricio Ballagas, y La Bayamesa, de Garay.
Longina, Adriana, Santa Cecilia, La Alfonsa, Graciela, Julia, Aurora, Alfonsina, Dora y Carmela engrosaron una vasta producción hacia las féminas mediante géneros como la criolla, el bambuco, la clave, la habanera, el son, el bolero, la rumba, el vals, la romanza, el preludio lírico, el tango, el blues, el danzón, y se le reconoce como el precursor de la guaracha sonera cubana. Bohemio empedernido, de porte elegante y maneras caballerosas, Corona frecuentaba los llamados barrios de tolerancia de La Habana, y se dice que mantenía una amistad cercana con Alberto Yarini. En cierto altercado recibió una cuchillada en una de sus manos que le dificultó la ejecución de la guitarra.
No murió colmado de gloria, ni siquiera con un sorbo de alcohol en sus entrañas. Solo, tísico y olvidado, no pudo abrazar la guitarra antes de pedir cobija aquella noche de 1950.
Villa Clara, condenada al éxodo
Manuel Corona es solo uno de los trovadores que engrosa la larga lista de músicos emigrados de la central provincia villaclareña, ya sea hacia la capital o fuera del país. Los remedianos Alfredo Sánchez “El Moquillo”, René Márquez, el manaqueño Luis Cárdenas, Justa García, Juvenal Quesada, Ela O´Farril, Gustavo Rodríguez y Teresita Fernández también abandonaron su cuna para consagrar su carrera artística en La Habana.
Con la venida de los años noventa del siglo pasado, década de penurias económicas y espirituales, la canción de autor también entró en crisis dentro del panorama de la música popular en Cuba. Se advirtió, en ese entonces, una ruptura considerable debido a la diáspora de cantautores y trovadores, principalmente hacia España y Latinoamérica. Estaba en peligro la continuidad de un movimiento que había hecho historia en la canción cubana.
Toda una generación partió fuera de la isla, entre ellos, los habaneros de la peña de 13 y 8, integrada por la corriente emergente de Vanito Caballero, Boris Larramendi, Pepe del Valle, José Luis Medina, Luis Alberto Barbería, Alejandro Gutiérrez y Kelvis Ochoa, embrión que daría lugar al grupo Habana Abierta.
Por su parte Santa Clara, en el mismo centro de la isla, no estuvo ajena al contexto cultural-social de la época. Así que, teniendo como anfitriones a Amaury Gutiérrez, Julio Fowler y Carlos “Trova” Gutiérrez, surgieron los Encuentros de La Nueva Canción, efectuados en la ciudad en los años 1987 y 1988. Sin embargo, ante el éxodo de estos tres cantautores toda la movida languideció, y la canción de autor quedó totalmente huérfana de espacios donde promover y exponer la manifestación musical a lo largo del país.
Fue así que, ya en 1996, surge el primer Encuentro Nacional de Trovadores “Longina canta a Corona”, que luego daría paso a la creación de La Trovuntivitis, el mayor número de cantautores cubanos nucleados a modo de colectivo desde hace veinte años con un espacio continuo y propio donde presentarse.
El “Longina”, cuando nadie duerme
A pesar de la huida masiva de cantautores hacia la capital cubana, no existe en La Habana un evento que aglutine cada año tal número de juglares como el Encuentro “Longina”, el más antiguo de su tipo en el país. Se ha convertido, para algunos, en la manera de darse a conocer entre un público receptivo hacia la trova contemporánea. Para otros, en una escapada económica que les permite fijar pecios a conciertos, multitudinarios o no, en la pequeña ciudad.
Hay quienes pasan la semana asistiendo a cada descarga programada, codeándose con cuanto joven trovadicto le implora conversación. También están los que, ya concluido el espectáculo programado, parten a Occidente sin cruzar palabra con sus homólogos de la “plebe trovadoresca”, con los menos mediáticos y poco promocionados en la radio y la televisión.
No obstante, los primeros días de enero refrescan el sopor del fin de año. Lo esperan con ansias los muchachos del pre de Ciencias Exactas, los más osados, que atraviesan vallas de dos metros para volver al amanecer antes del pase de lista, o los propios trovadores habaneros que encuentran aquí un cúmulo fanáticos de su obra, al tiempo en que perciben una remuneración por sus presentaciones incluso mayor que en el lugar donde residen.
Villa Clara resulta, posiblemente, la única provincia del país en la que viven, conviven y cantan un grupo de trovadores de relevancia nacional y que se han resistido a macharse a la capital. El “Longina” funciona como una suerte de espacio para un reencuentro anual exclusivo, en el que resulta poco probable dormir, en el que se recobra el halo citadino y hay quien se olvida por algunos días de la fatalidad geográfica. Mientras, y en Caibarién, el municipio costero, Manuel Corona parece descansar junto a su musa Longina, la mujer que nunca fue suya, en un sepulcro poco digno de su obra. Al menos, por una semana, Corona parece estar vivo.