LA HABANA, Cuba.- Si el gobierno cubano se dedicara a controlar los precios de productos agropecuarios con el mismo celo que estudió y reguló “por tramos” las tarifas de los taxis particulares (boteros), probablemente Orquídea Núñez, vecina del barrio de Belén, en la Habana Vieja, no hubiera colapsado al saber que un cítrico del tamaño del puño de su nieto de cuatro años cuesta 15 pesos.
“Pero, hijo, ¿tú sabes lo que es vender un limón en quince pesos? Eso no puede comprarlo nadie, se te van a echar a perder”, reclamó la azorada señora. El joven vendedor, con el mayor aplomo y una sonrisa en los labios le contestó: “Madre, no hay limón en La Habana y, aunque usted no lo crea, estos ahorita mismo se los llevan”.
El muchacho tenía en su carretilla limones de 10 y 15 pesos, pero enfatizó que hasta los más caros se venden enseguida. “Si vas a los agros los encuentras chiquiticos y casi secos a 8 o 10 pesos. Estos son limones con mucho zumo y aquí vuelan”. Su argumento es acertado, aunque no por ello sus precios dejan de ser un agravio para la economía doméstica, si se toma en consideración que el salario promedio mensual en Cuba es de 500 pesos y no alcanza para cubrir la necesidades más perentorias.
La razón por la cual el joven está tan seguro de que sus limones no se echarán a perder, es la gran cantidad de bares y restaurantes privados que a diario florecen en la Habana Vieja. El limón natural es omnipresente en la coctelería, de modo que su oferta está orientada a satisfacer la demanda de un sector económico privado y boyante. Los propietarios de esta clase de negocios, y también los que alquilan a turistas, pagan sin chistar lo que el comerciante pida. Es un gasto ínfimo si se considera lo que cobran por cada cóctel o habitación arrendada.
El perjuicio recae sobre los cubanos como Orquídea, una jubilada que pretendía comprar un limón para hacer mayonesa. “Esa es la merienda de mis nietos (…) Aunque mis hijos me ayuden económicamente, me parece inmoral exigir ese precio por un limón”, declaró a CubaNet la señora.
Ahora mismo en los agros hay muy poca mercancía con calidad aceptable. La malanga, repleta de pegotes de tierra, no baja de 10 pesos la libra, la frutabomba, madurada con químicos, a 6 pesos la libra, y una mísera cabeza de ajo cuesta 5 pesos. La lista, además de interminable, es de infarto.
En comparación con productos más nutritivos, podría pensarse que el limón, un simple aderezo, no amerita la pataleta. Pero es legítimo querer hacer mayonesa o aliñar ensaladas con limón en lugar de vinagre, así como adobar la carne con limón en vez de naranja agria, —que tampoco hay, por cierto—. La cuestión es que los cubanos cada día ven más reducidas las posibilidades de satisfacer una necesidad o un deseo. Habrá que mudarse al campo para de vez en cuando tomar limonada, cocinar ajiaco o comer dulce de frutabomba.
Continuamente la prensa cubana denuncia el abuso de los cuentapropistas que trabajan en agromercados y carretillas, pero todo empeora. La solución no es arremeter con saña contra la iniciativa privada. En buena ley, el Estado que no da absolutamente nada tampoco tiene el derecho de regular los precios a los emprendedores de ningún sector. Incluso si así fuera, cómo es posible que nadie comprenda el absurdo de reducir a 5 pesos el providencial servicio de un taxi mientras un limón cuesta el triple.
Si los que mandan estuvieran realmente interesados en darle un respiro a la economía ciudadana, se ocuparían de controlar la corrupción desmedida, mantener los mercados estatales bien abastecidos y la red de transporte público sería suficiente para los miles de cubanos que cada día salen a “luchar”.