PUERTO PADRE, Cuba – El acusador de la seguridad del Estado que la semana pasada amenazó a este corresponsal con un proceso penal por incursión en zona militar, no mencionó, por quedar demasiado grande, la única palabra jurídicamente hablando con cabida en tal acusación: espionaje.
Y es una paradoja quien hace largo y ancho el traje de espía en este caso; porque demasiada gente está, no tras los cañones, sino donde caen los cañonazos.
Cierto que el Código Penal cubano lo dice: “el simple hecho de penetrar” en zona militar constituye delito de espionaje sancionado con privación de libertad de dos a cinco años.
Practicar reconocimientos y tomar fotografías es penado de cinco a veinte años mientras que, proporcionar esos informes a un Estado extranjero conlleva de diez a veinte años de cárcel o la muerte por fusilamiento.
“Se caracteriza al delito como delito de peligro”, dice el Dr. Grillo Longoria en Los delitos en especie, apuntando que aunque quien haya penetrado en las zonas prohibidas no lo hiciera con intención de espiar, “el hecho de penetrar en esos lugares hace posible que lo realice”.
“Y usted mismo dice en su escrito cómo entró y lo que hizo”, dijo el acusador de la Seguridad del Estado al autor del reportaje “¿Hasta dónde llegan los cohetes del Ejercito?”, publicado en Cubanet el pasado junio.
Pero antes de llegar los soldados de posta del Ejército Oriental, y mucho antes que el reportero, en la “zona militar” ya se encontraban las garzas, los flamencos, la flora y la fauna de la región, y las vacas, los vaqueros, los recolectores de leña, piedra, caracoles, así como los excursionistas, bañistas, cazadores, pescadores. Incluso buscadores de drogas recaladas en el litoral, y toda una legión de buscavidas no espiando tras los cañones, sino ingeniándose el sustento donde los cañonazos caen usurpando un territorio por demás de una riqueza medioambiental incalculable.
¡Claro! Comenzado el cañoneo del Ejército todos ellos, los furtivos y los menos ocultos salieron huyendo, pero el reportero debió permanecer allí, aun cuando un pescador y un cazador le dijeron que saliera, que por ahí mismo caían los proyectiles.
Y este viernes, el semanario 26, órgano oficial del comité provincial del partido comunista en Las Tunas, informó sobre el “área protegida” en Malagueta diciendo: “bandadas de flamencos rosados anidaban en las aguas tranquilas de la bahía de Malagueta, en la costa norte de la provincia, pero la actividad humana desequilibró el ecosistema y las aves emigraron a otros sitios”.
No dice el semanario que, justo a la entrada de la bahía de Malagueta, Cayo Burro es un sitio saturado por los disparos de la aviación. Tampoco dice de sitios donde caen proyectiles de artillería en el extremo noroeste de bahía de Malagueta que, con sólo decir sus nombres, dicen de sus habitantes: Cayo Pájaro, Punta de Lisa, Cayo Vaca, Cayo Verde…
No. Esas informaciones no las revela la prensa oficial en Cuba. Tras esas historias van mujeres y hombres sobrepuestos al miedo, aunque los acusen de “espías”.