LA HABANA, Cuba.- Me reí, incrédulo, cuando leí hace años un despacho de Reuters informando que una encuesta realizada en varios países africanos arrojaba que la mayoría de la gente preguntada prefería tener acceso a Internet antes que un servicio sanitario en sus casas.
No lo pude creer. No pensé que hubiera personas que prefirieran un mundo virtual que no conocían por encima de elementales necesidades humanas.
Hace varias semanas, en un reportaje del corresponsal en La Habana de The Guardian comparaban las grandes colas para comprar los escasos alimentos en Cuba con las multitudes en los puntos wi-fi.
Refería el diario británico: “Tres generaciones de una misma familia se apiñaban alrededor de un teléfono, los niños que luchan por saber quién va a usar los auriculares mientras la abuela sostiene al bebé frente a la cámara del móvil para que los parientes en Miami, que no los han visto desde hace años, puedan inspeccionar al nuevo miembro de la familia”.
Resulta que el más reciente “logro” del “socialismo próspero y sostenible” de los Castro es el wi-fi.
En un país donde el uso doméstico de Internet está prohibido y una hora de conexión de mala calidad cuesta cerca del 20% del salario mensual promedio (que no sobrepasa los 27 dólares), los puntos wi-fi, según el régimen, son “otra conquista del socialismo”.
Sería mejor decir que es la nueva droga del castrismo.
Últimamente ha surgido otro emprendedor: el revendedor de tarjetas para navegar en Internet. Como las tarjetas que vende la monopólica Empresa de Telecomunicaciones de Cuba (ETECSA) en dos CUC escasean, ellos las acaparan y las venden en tres.
Hay otros, generalmente muy jóvenes, que rondan las áreas wi-fi para buscarse dinero, a riesgo de multas y decomisos, facilitándole la conexión a los que no saben a través de cierta aplicación en sus laptops, que llevan consigo cual si fuese parte de su cuerpo.
Veamos los polvos que trajeron estos lodos: Los pioneros de los emprendedores fueron los cableros de la televisión digital, muy perseguidos por el régimen con grandes razzias policiales que tomaban por asalto las azoteas. Posteriormente se sumó a estos emprendedores el “paquetero” o vendedor del paquete audiovisual semanal.
Cualquiera que pasee por La Habana verá en las áreas wi-fi a cientos inclinados sobre sus celulares, intentando, desesperados, conectarse con un mundo que solo conocen por referencias de sus familiares en el exterior o de la TV de Miami, que logran ver gracias al cable, o en su defecto, el paquete semanal.
Hace unos días pregunté a tres bellas jóvenes qué preferían, si gastar dólares en una tarjeta para navegar por Internet o en comer. Me contestaron: “Abuelo, nosotras preferimos tener la barriga vacía a no tener wi-fi ni paquete”.
Quizás alguien que lea esta crónica se reirá y no lo creerá, como me pasó con los africanos de la encuesta.
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