¿Cómo se las arreglan los cubanos para estar a la moda?

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LA HABANA, Cuba.- Para la mayoría de los cubanos, hablar de moda es hacer referencia a lo que se usa: ropa, calzado, peinados, accesorios. A menudo su uso se hace extensivo también al lenguaje, tendencias musicales, bailes y lugares que están “pegaos”. Pero generalmente es una cuestión de apariencia personal.
En un país como Cuba, que durante más de medio siglo ha padecido un bloqueo informativo mayor incluso que el embargo financiero, no se entiende mucho de pasarelas, desfiles y una industria de la moda que marca pautas a nivel mundial, con colecciones para cada estación del año. Apenas en 2016 una selecta porción de cubanos y extranjeros presenció por primera vez en La Habana un desfile de la casa Chanel, sin que aquello generara demasiado barullo entre el resto de los insulares.
A través de revistas, canales internacionales y, sobre todo, opiniones aportadas por quienes tienen el privilegio de viajar a otros países, los cubanos se mantienen más o menos actualizados con lo que se usa; aunque tales criterios puedan ser, en ocasiones, cuestionables.
Si se toman en consideración los bajos salarios —el promedio mensual ronda los 25 dólares mensuales—, el clima, el mal surtido de las tiendas estatales y los precios astronómicos del sector privado, es comprensible que, al menos en Cuba, la moda se limite a “lo que uno se pueda comprar o lo que a uno le quede bien y cómodo”. La pauta la imponen los jóvenes. Conversando con ellos se puede tener una idea clara del estado en que se halla la cultura del buen vestir en Cuba, y de dónde emergen las nuevas tendencias para lucir ropas, calzado o determinado corte de pelo.
En lo que a paradigmas concierne, los reguetoneros Jacob Forever y Yomil y el Dany ocupan lugares cimeros. Playeras y pantalones anchos, gorras, bermudas, shorts y zapatillas deportivas de marca parecen ser la máxima aspiración de los muchachos; mientras en las barberías predominan los looks popularizados por Cristiano Ronaldo y Lionel Messi.
Muy pocos son los hombres que hablan de camisas, pantalones y trajes. Con el pretexto del calor y la relajación de las buenas maneras, la vestimenta de los cubanos es de una informalidad casi doméstica. Se ha popularizado algo que los propios jóvenes denominan “moda europea”, consistente en shorts ripiados, camisetas y zapatillas deportivas de las marcas Converse, Adidas Superstar, Superga o Vans. La usanza proviene, al parecer, de los muchos turistas que recurren a esas prendas a causa del tórrido calor de la Isla; pero no significa que en sus Francias e Italias vistan de esa manera. Lo que para el extranjero es absolutamente funcional, para un joven cubano puede ser una expresión de elegancia. Es difícil imaginar en qué contexto podría ser elegante un short, pero lo cierto es que el hábito de vestir siempre del mismo modo sin observar la ocasión, es la norma para la mayoría de los chicos.
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En el caso de las mujeres, el problema es más complicado porque hay que pensar también en los accesorios. Los precios de vestidos y sayas son muy elevados, pero el verdadero dolor de cabeza sobreviene cuando hay que elegir zapatos y carteras. El encarecimiento de estos artículos ha provocado que se piense menos en ajuares refinados para optar por indumentarias más casuales.
Hay una distancia enorme entre lo que las mujeres cubanas consideran elegante y la ropa que se pueden permitir con su bajísimo poder adquisitivo. Para ellas, ciertos protocolos o nociones de “etiqueta” permanecen intactos, al igual que la costumbre sagrada de ir a la peluquería una vez al mes, donde predominan las modas de la queratina, las extensiones, o pintarse el pelo de colores llamativos.
Además de los precios, el mayor inconveniente para “estar a la moda” es que los artículos más demandados solo aparecen en el mercado negro. El gobierno cubano ha prohibido a los cuentapropistas vender ropa o calzado importados, obligándolos a comercializar prendas que la juventud no quiere usar porque les parecen “cheas”. Muy pocos comerciantes se atreven a vender ropa de marca, pero cuando lo hacen el costo es proporcional al riesgo que corren; de modo que un par de Converse no baja de los 80 CUC y un jeans atravesado de huecos no vale menos de 40 CUC.
Dichas cifras representan varias veces el salario promedio mensual en Cuba (20 CUC), un lujo que muy pocos padres cubanos se pueden permitir. No es de extrañar que muchos jóvenes dejen la escuela apenas concluyen el bachillerato para intentar costear estos gustos, recurriendo por lo general a toda clase de ilegalidades.
En un país donde la manera de vestir fue normada durante muchos años, no puede hablarse de cultura de la moda. Tras décadas de encerramiento sudando bajo caqui y polyester, hombres y mujeres se apropian de cuanto proviene de fuera, sin atender a razonamientos estéticos. El resultado apreciable es mal gusto y pobreza. Una realidad muy distante de la que acontece en los nuevos, caros y lujosos bares de La Habana, donde la presencia de minorías muy bien vestidas ofrece una imagen distorsionada del poder adquisitivo de los cubanos.