Foto-galería de Marcia Cairo
LA HABANA, Cuba – En la actualidad predomina una extraña mezcla de publicidad y propaganda política, conviviendo juntas, como si de una dependiera la otra. Prosiguen las consignas retóricas en grandes vallas, a todo lo largo de las carreteras, desempolvando espectros del pasado, sin que el mensaje cumpla su objetivo. Palabras huecas, que la gente no se detiene a mirar, como mensajes disfuncionales.
En tiendas, cafeterías, restaurantes, vidrieras de cine, playas, hospitales, o sirviendo de pared para cubrir solares y viviendas pobres, se asoman los rostros de los llamados héroes, y también de dirigentes políticos. Descontextualizando su sentido y efectividad. Ya que éstos solo incitan al sarcasmo en el ojo más hábil.
Los carteles publicitarios de los servicios y productos nacionales, buscan una equivalencia con los carteles de la sociedad capitalista. Y se percibe una marcada discriminación con los modelos de raza negra, prevaleciendo los rostros y cuerpos de pieles claras, en un país totalmente multirracial.
No obstante, en el Centro Comercial La Puntilla, hay decoraciones de afamados pintores cubanos, que suplen la mediocridad que se exhibe masivamente.
Algunos de promoción cultural, llevan su sello distintivo, como en el caso del Teatro Trianón, que pertenece a la agrupación El Público, donde se aprecia la originalidad y el cuidadoso trabajo del artista- publicista, en función de la puesta en escena.
De excelente factura son aquellos diseñados para películas y festivales de cine, que a pesar de ser viejos, todavía suelen venderse en el estanquillo del cine Charles Chaplin. O en los timbiriches de los libreros en la Plaza de Armas, en La Habana Vieja, que como reliquias del pasado se les ofrecen a los visitantes extranjeros.
Son ecos de una sociedad que vive atrapada entre un socialismo decadente y un capitalismo enmascarado.
El cartel debe tener un mensaje acompañado de una imagen poderosa, que haga repercusión en la conciencia. Soporte que a través de los años ha impulsado el comercio y la cultura, como contexto social de una ciudad, incluso de un país.
Usados en campañas políticas, y en todo tipo de propaganda, convocan a diversos propósitos, unas veces se cumplen, otras no. Aun así se debe cuidar los niveles de diseño y su funcionalidad.
En Cuba hubo una época del florecimiento del cartel. Muchos pintores se afianzaron en la publicidad, como una forma de subsistencia, y se dieron a la tarea de rescatar este arte, hermanando la estética de la plástica a la de la publicidad, con el empleo del vanguardismo, art noveu, art deco, el cubismo y el surrealismo. Soluciones que trajeron singularidad en sus múltiples expresiones.
Los carteles, que antes carecían de exhortación, persuasión, y en general de todo lo que se necesitaba para atraer y cumplir las reglas, lograron con la apertura de estos creadores el éxito inmediato y la aprobación del público.
Después de 1959, los mensajes publicitarios se plegaron a la militancia política, el llamado al trabajo colectivo, a las marchas y consignas. Incitación para crear un modelo social con el protagonismo del pueblo.
Se sumaron disímiles artistas, que no les quedó más remedio que hacer este tipo de discurso, no obstante provenir de estéticas publicitarias del capitalismo.
Por los años 80, hubo una crisis que marginó a los diseñadores maduros, situando a los más jóvenes que se graduaban, y a otros con poca preparación en comunicaciones visuales, que accedieron a estos puestos, provocando una fisura en esta creación.