LA HABANA, Cuba.- Con sus botas y ropas cubiertas de fango, guataca al hombro regresa Daniel Aliega Figueredo de uno de los campos del Campamento de Producción Agrícola Juan Vitalio Acuña, en Mayabeque. Su rostro, además de la pantanosa mezcla que componen el sudor y la rojiza tierra característica del lugar, refleja la situación de quien, por no tener más opciones, terminó vinculándose a un empleo estatal donde los trabajadores tienen muy pocos derechos.
Más tarde así lo resumiría: “¿Cómo se dice cuando uno trabaja como un animal y no le pagan? Esa es la famosa explotación del hombre por el hombre, ¿verdad?”. Los jefes de aquí viven como reyes, no se sabe de dónde sacan el dinero porque los obreros llevamos casi seis meses sin cobrar”.
La deuda del Juan Vitalio Acuña ya alcanza un monto superior a los 30 mil pesos por cada trabajador y continuará en aumento, pues según los campesinos, los ‘jefes de finca’ advierten que no podrá devengarse un centavo hasta después de cobrar en mayo próximo la venidera cosecha de papa.
De acuerdo con Aliega, los pagos atrasados corresponden a una cosecha de boniato, una de maíz y otra de frijoles, cuyas ganancias fueron empleadas en cubrir un débito de la administración del campamento con la banca.
“Los frijoles dejaron un millón y medio de pesos, pero el boniato y el maíz aportaron otra buena cantidad”, informa Aliega. “No han querido decir de cuánto es la deuda con el banco, pero es imposible que pase de los cien mil pesos. ¿Y el otro dinero a dónde se fue? Y si habían sacado un crédito, ¿en qué utilizaron ese dinero que por el campamento no pasó?”.
En medio de la situación, los agricultores del Juan Vitalio Acuña explican que se sustentan trabajando los domingos como jornaleros de los campesinos de la zona. Una sección de ocho horas les reporta entre sesenta y ochenta pesos.
“Nos tratan como a ‘sin tierras’, dejamos la familia para poder ayudarlos desde aquí y resulta que estamos pasando más trabajo del que pasábamos allá”, señaló Aliega.
Al igual que Daniel Aliega Figueredo, Yusniel Vázquez Chamizo forma parte de los miles de trabajadores que en la isla laboran en campamentos de producción agrícola, un invento que vio la luz a finales de los sesenta y que paralelo al apoyo de la producción de alimentos, durante varios años también sirvió para aislar mediante trabajo forzoso a ex presidiarios y a ciudadanos que de una u otra manera se mostraron desafectos al sistema.
Con el paso de los años, los campamentos fueron perdiendo relevancia ante el creciente desinterés de los cubanos por la agricultura. En los últimos tiempos se nutren de mano de obra que generalmente proviene del oriente del país, conformada por personas que no poseen vivienda o que residen en zonas con muy pocas posibilidades de empleo.
Vázquez, que también vive en el Vitalio Acuña, relata que en los campamentos habita un importante número de afectados por el paso del huracán Sandy, en 2014.
“El Gobierno nunca les entregó materiales para levantar de nuevo su casa y tuvieron que venir a trabajar para tener aunque sea un cuartico donde dormir”, refleja. La esperanza, añade, es cobrar la deuda y, en dos o tres años, “si se normaliza la situación con los pagos reunir y comprar una casita para traer al resto de la familia”.
Las condiciones de vida en los campamentos son complejas. En ellos predomina la insalubridad y la inseguridad por los robos y la violencia.
Luis Sánchez Almaguer, emigrante de la provincia Holguín que ahora reside y trabaja en el campamento XX Aniversario, al respecto nos comenta que los dirigentes que participan en los ‘reclutamientos’ de mano de obra aseguran poder garantizar alojamientos “modestos pero dignos”.
Sin embargo, destaca, una vez que arriban a los campamentos descubren una realidad totalmente diferente. A modo de descripción, Sánchez relató que los empleados contratados residen en galeras divididas por espacios de unos tres metros cuadrados, con ventanas clausuradas generalmente con tablas y cartones viejos, puertas en un avanzado estado de deterioro y techos que presentan múltiples goteras.
De logística, amplía Sánchez, lo único que recibieron fue un colchón relleno de trozos de nylon, al que señala como responsable de provocar varios brotes de sarna en el campamento.
“Los baños son colectivos y siempre están tupidos, el agua tenemos que cargarla y almacenarla en galones”, dijo.
Cuando llega la hora de cocinar, después de todo el día trabajando, Sánchez explica que tienen que “hacer una fogata en el patio y plantar los calderos porque el campamento tampoco tiene cocina”, dijo.
Para Bernardo Morales Pérez, del XX Aniversario, lo más complicado resulta la convivencia dentro de un ambiente al que cataloga de “muy pesado”.
“Todas las semanas hay una bronca o un robo. Aquí todo el mundo cuando va a salir se echa todo el dinero que tiene en los bolsillos, porque los cuartos no tienen seguridad y a más de uno le han llevado hasta el último quilo”, concluyó Morales.