En Banes los carnavales rompieron la monotonía de la lucha diaria por sobrevivir. Durante el día y la noche funcionaron a tope los puestos de venta, estatales y privados.
En las calles, un mar de personas se movió entre quioscos de comida criolla, helados, bisutería, ropa y zapatos importados, y juegos de participación con premios.
Mercado libre (por unos días)
Para este reportero, los ‘llega y pon’ cubiertos de ropa importada fueron una sorpresa. Una combinación entre los otrora mercados populares capitalinos de Carlos III y del callejón del barrio La Cuevita, ambos desaparecidos a golpe de represión en Centro Habana y San Miguel del Padrón respectivamente.
Allí en las calles de Banes, estaba todo o casi todo: pantalones de mezclilla a la moda, gafas de sol, relojes, móviles con sus aditamentos, adornos para el hogar… más baratos que lo que la mafia geriátrica de los generales de GAESA oferta a precio de estafa en las tiendas oficiales.
El reguetón y el pescador de la botella
En distintos puntos del pueblo fueron montados sistemas de sonido que reprodujeron música grabada o apoyaron conciertos en vivo.
El escenario principal estaba ubicado justo frente a la glorieta del parque de la iglesia, donde según cuentan los viejos, se casaron en ceremonia católica Fidel Castro y Mirtha Diaz-Balart.
El infaltable reguetón aullaba en los altavoces a cada lado del escenario.
En la trocha, se preparaba la tarima para la actuación de un grupo local nombrado Tolerancia. Una buena cantidad de espectadores aguardaba para verlos.
En medio del fuerte bullicio, un hombre intentaba concentrarse para pescar una botella de cerveza con una vara. El premio, si lo lograba, sería una botella de ron.
Gentes de todas partes
El diálogo fluyó rápido con dos jóvenes del pueblo que reconocieron a este reportero. Me facilitaron su testimonio, pero prefirieron no decir sus nombres:
–Tú eres el que aparece en el documental Gusano –me dijo uno de ellos, y añadió– aquí eso lo ha visto mucha gente.
–Los viejos recuerdan cómo era Banes antes de 1959. Era muy próspero. Había de todo –expresó el gordo a su lado—, ahora, para ver un poco de vida, hay que esperar a los carnavales.
–A los carnavales vienen gentes de todas partes, hasta de La Habana y Miami –aclaró uno de los chicos–, de todos los pueblos o caseríos cercanos caen gentes. Llegan desde Rafael Freyre, Antilla, Baguanos, Mayarí, Gibara. Muchas personas se alquilan un cuarto de hotel, o donde lo encuentren, otros duermen en casas de familiares y amistades.
En carnavales no se duerme
Al anochecer, cesa el transporte estatal y privado que conecta al pueblo con la ciudad de Holguín. Quedan los ómnibus, que trasladan a trabajadores del polo turístico de Playa Guardalavaca, residentes en Banes. Estos salen sobre las 9 pm. Los vehículos también transportan a los pobladores a caseríos ubicados en su ruta.
En carnavales, el número de viajeros es mayor que el que los carros pueden asimilar.
Este reportero, a las 4 de la madrugada, encontró una habitación donde dormir. El eco de otra noche de fiestas en Banes comenzaba a diluirse.
Las calles del pueblo parecían un paisaje después de la batalla. Unos vendieron y otros compraron. Todos intentaron disfrutar un poco.
Al amanecer, queda la resaca alcohólica y una vaga ilusión de prosperidad a la espera de tiempos mejores.