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LA HABANA, Cuba.- “Nunca se llega a estar tan mal que no se pueda estar peor”, comenta Evaristo Santana Freire, en alusión a los catorce años que ha tenido que vivir en condición de albergado luego de perder su vivienda durante el paso del huracán Isidoro, en 2002.
El primer lustro del siglo XXI enseñó a las nuevas generaciones de cubanos el poder destructivo de la naturaleza. En 2002 atravesaron la Isla, por la provincia Pinar del Río, los huracanes Isidoro y Lili. En 2004 otro huracán, el Charley, tocó tierra por la hoy provincia de Artemisa.
Como consecuencia, en un lapso de dos años, cerca de 100 mil personas se quedaron sin techo propio. En Pinar del Río, unos 30 mil damnificados fueron enviados a los albergues estatales de manera provisional, según cifras oficiales, a la espera de recibir un nuevo domicilio o materiales para construirlo.
Santana es uno de los 56 damnificados que en octubre del 2002 llegaron a los albergues de la comunidad La Nilda, del municipio San Juan y Martínez, en Pinar del Río.
“Mi casita estaba mala en verdad, era de madera y con techo de fibrocemento, pero muy limpia y con todas las condiciones sanitarias”, resalta Santana, que a modo de comparación describe vivir ahora entre aguas estancadas que permanentemente provocan malos olores, ratas y colonias de mosquitos que invaden las viviendas cuando llueve, y sin un baño decente donde asearse y realizar las necesidades fisiológicas.
A todas estas penurias se añaden los abastos de agua potable que posee el albergue, un tanque en altos y una cisterna que no tienen tapa y que en más de una ocasión los vecinos, limpiándolos, han descubierto aves y roedores muertos en su interior.
Arelys Rodríguez Silva también llegó a La Nilda en 2002, junto con su familia. La mayor de sus hijas dentro de poco ya cumple diecisiete años. La menor, nacida en ese lugar, recién alcanzó los seis años de vida.
Mientras aguardan porque se entreguen las casas prometidas, relata Rodríguez, ya han fallecido ocho personas producto de la vejez y enfermedades, mientras otras tantas “en cualquier momento van a visitar el más allá”.
Refiere Rodríguez que las viviendas donde residen formaban parte de una unidad antes de los huracanes militar. El marcado deterioro de las instalaciones y la falta de recursos de las familias para efectuar reparaciones hacen de la convivencia una situación extrema.
Señala que así como los baños —que además no tienen puertas, ventanas ni cubierta—, el zanjeado de desagüe que rodea el albergue se encuentra tupido. Cuando llueve copiosamente, el agua, con el arrastre proveniente de los baños, penetra en las viviendas.
La lista de calamidades que sufren estos vecinos es larga. En el reverso de la moneda, la lista de soluciones que ofrecen las autoridades es, según los propios moradores, muy corta. Ninguna, para ser exactos.
“Nos hemos quejado en varias ocasiones con la delegada, en la Asamblea Provincial del Poder Popular (APPP), en el Partido (Comité Provincial del Partido Comunista de Cuba, CPPCC). Particularmente he enviado cartas y fotografías a los Consejos de Estado y de Ministros, pero sin recibir ayuda de ningún tipo, y casi siempre sin respuestas”, lamenta Rodríguez.
María Estrella González, vecina que hace funciones de “encargada” en las gestiones de los albergados, comunica que con las quejas en el transcurso de los años varios funcionarios de la APPP y del CPPCC visitaron el albergue. La última vez ocurrió hace más de cuatro meses.
“Vino un jefe ahí que parecía indignado por las condiciones en que nos vio. Decía que cómo era posible que él nunca se enterara de cómo vivimos. Hizo promesas de buscarnos ubicación, entregarnos materiales y no sé cuántas cosas más. Pero la vida sigue igual, y ni señal de ese personaje”, dijo González.
Próximos a cumplir quince años de albergados, expone González, el gobierno local notificó que finalmente “liberará los terrenos” de La Nilda para que “cada quien por su esfuerzo repare o construya (una nueva vivienda)”.
Sin embargo, para que la decisión llegue a feliz término, agrega, es necesario que el Director Nacional de la Agricultura estampe su firma en el expediente.
“Él tiene el expediente, y por falta de dos aspectos, no se ha podido liberar el terreno. Es una cuestión de burocracia que no tiene nada que ver con nosotros, pero en lo que la cosa va y viene seguimos viéndonosla negra. A veces creemos que la demora en la firma es un cuento para tenernos entretenidos, y que nunca vamos a salirnos de esta”, concluyó González.