BAYAMO, Cuba. – El último pitazo del central azucarero anunció el final de una época. Su desaparición, fue como una puñalada al corazón de los lugareños. Los más viejos comenzaron a llorar y los jóvenes midieron la distancia por carretera entre el batey y la ciudad de Bayamo. En meses previos, funcionarios del gobierno y el extinto Ministerio del Azúcar habían prometido una transición sin traumatismos.
Era la denominada “Tarea Álvaro Reynoso”. Brindaron la posibilidad de diversificar los cultivos y prometieron un apoyo que nunca llegó. Quienes decidieron arriesgarse y cultivar las tierras en arrendamiento, vieron podrirse sus productos. La empresa estatal de acopio no enviaba el transporte para recogerlos. O si lo hacía, era con mucha demora. Entonces pagaba poco y mal el trabajo de los campesinos, sobre la base de la depauperación de la cosecha. Muchos de ellos no soportaron esto y decidieron probar suerte en la zona urbana. En estos momentos el éxodo continúa.
“Me cansé de vivir en la zozobra y cogí la carretera rumbo a Bayamo”- cuenta Luis, mientras descansa sentado en su bici taxi. Él es uno de los tantos hombres del campo, que “se aburrió de luchar por lo imposible” y emigro a la ciudad más cercana.
El día a día de Luis, consiste en despertarse antes del amanecer. Luego asegura lo mejor que puede su casucha, y busca el bici taxi que guarda en un lugar seguro. Se va para la terminal de Ómnibus Provincial. Allí se ubica, en espera de que llegue algún viaje con potenciales clientes cargados de maletines o bultos. Según sea el caso, puede cobrar desde 10 hasta 20 pesos cubanos no convertibles (CUP) por cada cliente. A veces puede recaudar más. Su bici taxi tiene capacidad para dos personas y el equipaje.
“Vine para Bayamo con la mujer y la niña de un año de nacida”- dice- “al comienzo fue muy duro, porque tuvimos que meternos en “Guapea”, que es un barrio violento”. “la madrina de la niña nos dio un pedazo en el patio de su casa y nos mudamos a su lado”. “Conseguí materiales y construimos un cuartico con el baño, pero la felicidad nos duró poco…”
Hay zonas de la capital, donde los llegados de otros lugares del país, han marcado territorio y sobrevivido. Lo han hecho durante años. En Bayamo la cosa es distinta. “Bayamo es más chiquito que La Habana y es difícil pasar desapercibido”- corrobora Luis-“Alguien nos denunció con la gente de vivienda”. “A la madrina de la niña, le pusieron una multa brutal y tuvimos que demoler el cuarto”. Los inspectores trajeron a la Policía y no tuvieron en cuenta la presencia de una madre con su bebe: “Nos dijeron que Raúl Castro había llamado a dar la batalla en contra de las ilegalidades”- dice irónico y sonríe con amargura.
El matrimonio decidió no amilanarse, pero Luis regreso solo para “Guapea” y dejo a su mujer y la niña en casa de la madrina: “De ninguna manera ellas podían volver a pasar por aquello”- explica Luis-“más de una vez estuve a punto de desgraciarme la vida porque en ese sitio la gente vive como puede”. “Allí te encuentras a muchos que vinieron igual que uno, huyendo de la pobreza en el campo”. “Se planta la casa en piso de tierra con cuatro troncos duros, el techo de fibrocen y las paredes de yagua o pedazos de lata”. “Tienes que estar vigilante porque te roban lo poco que tienes y las condiciones de vida son las peores”.
Todavía está fresco en la memoria el “plantón” de los cocheros, que casi coincidió con otro semejante en Santa Clara, centro del país: ” Nos tienen en la mirilla” – dice- “y yo lo que quiero es seguir luchando para mantener a mi mujer y mi hija, que son lo más grande que tengo en la vida”.