LA HABANA, Cuba.- Pedro Figueredo, “Perucho”, vecino de Paquito Borrero entre Remus y 24 de febrero, Palma Soriano, provincia de Santiago de Cuba, fue trasladado la semana pasada en una ambulancia al hospital de Santiago, con insuficiencia renal aguda, y aunque sus familiares se esforzaron en ingresarlo les resultó imposible. Los médicos dictaminaron que su tratamiento era en la casa.
“Lo llevaron de urgencias en una ambulancia a Santiago, porque tenía fiebres y escalofríos, y a ratos perdía el conocimiento”, cuenta su hijo, Pedro Michel Figueredo. “Luego de varios análisis dijeron que no estaba para ingreso y debía realizarse un estudio en su localidad de residencia, donde en casi un mes no han hecho nada. Tuvimos que regresar a Palma de madrugada, en un camión, de pie. Mi padre no puede comer desde hace varios días, y lo peor es que no orina. Está muy mal”.
Irma, su esposa, desesperada al ver que la salud de su marido se resquebraja cada vez más, dice: “Hemos ido dos veces a ver a un urólogo en San Luis, que es lejos de aquí, todo es gastos y más gastos, para al final no resolver nada”.
Este no es un Perucho cualquiera, sino un tataranieto del patriota que, sobre la montura de su caballo, escribió las notas del himno nacional cubano. Cantado todas las mañanas en las escuelas, en los actos oficiales y al izarse la bandera, en lo más alto, por las victorias en el deporte.
“Eso de ser descendiente del Perucho que escribió el himno jamás nos ha servido de nada. Al contrario, nadie nos relaciona. Ni nosotros tampoco. Porque es una injuria vivir así, en una casa de mala muerte, sin empleo, ni una adecuada alimentación, ni atención médica”, dice Yanet Figueredo, su hija.
De joven, Perucho fue marino mercante, un genio de las salas de máquinas. Viajó por medio mundo gracias a su preparación técnica, no por ser descendiente del mártir mambí. Su familia vivió con holgura hasta que cayó el campo socialista, la economía tocó fondo, se instauró el “Periodo especial” y el gobierno tuvo que cerrar muchos frentes, uno de ellos la marinería, donde vendió hasta los barcos.
Entonces llegó el eclipse a la familia, el deterioro de la vivienda, la falta de dinero, la ración fría, el invento. Perucho tuvo que dedicarse a la mecánica. Llegó a ser el más famoso de Palma Soriano, arreglando todo tipo de motos y autos. Y algo insólito: no cobraba un centavo. Decía: “La situación está dura. Entre cubanos tenemos que ayudarnos”. Aunque de vez en cuando algún director de empresa le hacía un regalo por sus servicios, o personas con solvencia económica lo obligaban a aceptar unos dólares, sin entender el altruismo de aquel pobretón de la calle Paquito Borrero.
En el 2001 rubricó el “Proyecto Varela”, que exigía al gobierno, mediante una determinada cantidad de firmas, la realización de un plebiscito. “Estaba ilusionado con aquella forma de lucha pacífica. Creía cumplir un llamado del deber”, me contó una vez Pedro.
Por esa causa, la policía política le preparó una encerrona, y tras una maniobra amañada lo sancionaron por un delito común a cuatro años de privación de libertad, en el Centro Correccional “El Caguayo”, donde cumplió hasta el último día.
Al salir en libertad se desgastó buscando la manera de emigrar. Sus ansias de alcanzar la libertad fuera del país se ahogaron por completo. Lo aplastó la depresión. Sus riñones colapsaron.
Hoy la familia Figueredo busca desesperadamente, con los pocos recursos que acopian, atención médica y tratamientos, porque temen por la vida de Perucho, que palidece cada día y su espíritu se hunde.
“Morir por la patria es vivir”, dice Michel, mientras despluma una paloma para hacerle un caldo. “En verdad que son palabras bonitas, de poema. No sé la intención de aquel Figueredo en el momento que redactó las notas. Si tenía hijos, y nietos. Si pensaba en los bisnietos y en los que vendrían después. Lo cierto es que mi padre tal vez esté muriendo por la patria, algo así como un destino de nuestra familia”.