LA HABANA, Cuba – Entre las exigencias que plantea el régimen cubano para normalizar las relaciones con el gobierno de Estados Unidos, está el cálculo de un volumen de compensaciones por los supuestos daños que el embargo ha ocasionado en el supuesto caso que se elimine de forma total esta medida.
Resulta interesante observar que la Resolución que año tras año presenta Cuba en la ONU sobre la necesidad de ponerle fin al embargo comenzó en 1992, justamente después de la caída del campo socialista y la desintegración de la Unión Soviética. Quiere decir que no fue hasta los 30 años posteriores al surgimiento de esa política estadounidense que se apreciaron efectos significativos.
En una entrevista que concedió Fidel Castro en 1985 a los académicos estadounidenses Jeffrey M. Elliot y Mervin M. Dymally, el entonces mandatario cubano minimizó los daños ocasionados por el embargo y dijo: “La supresión del bloqueo sólo a largo plazo implicaría alguna ventaja.” “Pero no es una cosa trascendental (…) las relaciones con Estados Unidos, las relaciones económicas, no implicarían para Cuba ningún beneficio fundamental, ningún beneficio esencial.”
Las razones de esa argumentación las dejó muy claras en esa entrevista, cuando aclaró: “Los cítricos, gran parte del azúcar, gran parte del níquel y otros productos los exportamos a los países socialistas, que no solo nos pagan precios más altos de los que nos pagaría Estados Unidos y nos venden más baratos sus productos, sino que nos cobran mucho menos intereses por los créditos, y nos renegocian la deuda a 10, 15 y 20 años, sin intereses.”
Pero todas esas ventajas, no hacían más que ocultar la ruina que ya existía desde los inicios de la dictadura, y que se haría palpable después de 1991. La principal industria, la azucarera, a causa de las subvenciones soviéticas se había vuelto totalmente ineficiente, así como la agricultura y el resto de las actividades.
Para una nación dependiente del negocio con otros países, ocurrió lo peor: el saldo del comercio exterior se convirtió en permanentemente desfavorable. Se juntaron una deuda externa de 60 mil millones de dólares (el diario Granma del 11 de julio de 2014 informó que la deuda de Cuba con Rusia era de 35 mil millones, de la que ya se condonó el 90 por ciento, sin incluir las deudas a países aliados actuales o las del CAME; mientras que el periódico ABC del 30 de junio 2009 afirmaba que Cuba debía 29 mil millones club de París), sin casi recursos exportables, y un fabuloso gasto inversionista que no produjo ningún desarrollo.
La justificación para la crisis que sobrevino tras el derrumbe del socialismo fue culpar al embargo de Estados Unidos, y para ello era necesario mostrar cifras alarmantes que, valoradas al precio del oro cada año, arrojaran volúmenes próximos al millón de millones de dólares (más de 10 veces el Producto Interno Bruto del país en 2014).
Pero habría que señalar que lo desmesurado de ese número lo demuestra, además, que representa más de 50 veces el intercambio comercial externo del pasado año y casi 40 veces el valor residual de las instalaciones que existían en 1988, que mucho se han depreciado después. Los cálculos están hechos en base a anuarios estadísticos publicados por la Oficina Nacional de Estadísticas e información.
Hasta ahí todo estaba en el terreno de la propaganda contra el embargo y no era razonable tomar muy en serio esos números, pero a partir del pasado 17 de diciembre, esas cifras apoyan una demanda para reparación de daños.
Para la sesión de la Asamblea General de la ONU, en la que se presenta cada año la posibilidad de votar por la eliminación del embargo o no, se sostendrá que los perjuicios ascienden a 833 755 millones de dólares (el diario Granma del 29 de Octubre de 2014 afirma que fueron 1 millón 112 mil millones dólares), al precio del oro, y 121 192 millones a precios corrientes. Podrían demandar la primera cifra, que supuestamente actualiza los “daños” causados, pero nada se ha dicho al efecto. Al parecer, se van a mover entre ambos volúmenes.
La parte norteamericana, exige la compensación por las propiedades confiscadas a las compañías de ese país en 1960; pero los que se creen pícaros –del lado de acá– pretenden que ello les salga gratis y quizás con alguna ganancia; cambiando los tangibles expropiados por los intangibles calculados o, más bien, puestos con la mano.
Pero, como se dice en Cuba, “una cosa piensa el borracho y otra el bodeguero”.
(Arnaldo Ramos Lauzurique)