LA HABANA, Cuba. — Apenas restan unos días para la celebración de la Cumbre de las Américas en la que estarán presentes por primera vez representantes de la sociedad civil independiente cubana, ocasión que motiva la reflexión en torno a un acontecimiento que, si bien resulta de gran importancia para los activistas cubanos históricamente excluidos de todos los debates hemisféricos, y tradicionalmente demonizados al interior de la Isla, será preciso asumir como un modesto paso y no como una meta en sí misma.
La Cumbre –o sus foros alternativos, para aplacar a los nominalistas más puntillosos– serán los nuevos espacios donde grupos opositores, activistas de diversas tendencias y proyectos, y periodistas independientes, entre otros, tendrán ante sí la oportunidad de mostrar otras ideas y propuestas, diferentes a las del poder que ha dominado el discurso cubano en todos los foros por más de medio siglo.
Sin embargo, no hay que esperar que se produzca un milagro. La asistencia a la Cumbre no es condición suficiente para que se solucionen los problemas de Cuba, ni tampoco la garantía de que se inicie un proceso de reconocimiento de las libertades esenciales de las que carecen los cubanos. Baste recordar que a este encuentro acudirá una sociedad civil incipiente, todavía fragmentada, disonante y desbalanceada tanto en la preparación de sus miembros como en la capacidad de sus líderes. Las expectativas, entonces, deberán ser moderadas.
No obstante, y a despecho de las opiniones de ciertos “analistas” resentidos y conocidos teóricos de la oposición, acostumbrados a mirar los toros desde la barrera, y que desde la seguridad de la distancia hoy se sienten con la autoridad intelectual de dictar las pautas exactas de lo que debe decir y hacer la disidencia interna, la cita en Panamá constituye una buena ocasión para la sociedad civil independiente, no solo porque podrá presentar alternativas políticas para una transición hacia la democracia en Cuba, sino también porque podría demostrar su voluntad de dialogo y una adecuada coherencia entre sus propuestas y sus actitudes.
Quizás uno de los retos principales radicará en evitar las catarsis de (casi) siempre, en virtud de las cuales muchos activistas suelen colocar las denuncias de la represión y las violaciones de los derechos humanos por encima de las propuestas, objetivos y estrategias para lograrlos. Esta claro que si realmente la disidencia cubana aspira a concitar apoyos debe desterrar de una buena vez la postura de víctima y mostrar capacidad para impulsar los cambios dentro de la Isla.
Otro desafío será renunciar a desmentir cada punto de la agenda que el gobierno ha preparado para su propia “sociedad civil”, recientemente adoctrinada por el señor Abel Prieto, ex ministro de cultura cubano y actualmente “asesor” del General-Presidente. Es obvio que las directrices trazadas por la alta dirigencia del gobierno y que constituyen la plataforma programática del batallón oficialista cuidadosamente elegido para librar “la batalla” del castrismo en Panamá, tienen como objetivos copar los micrófonos, monopolizar los discursos sobre el tema cubano y desgastar a los representantes de la disidencia de la Isla que sucumban a la ingrata tarea de emplear su tiempo en ripostar a la agenda de los Castro, en lugar de defender la propia. La confrontación siempre ha sido la estrategia clave del castrismo. Corresponde a la sociedad civil independiente tomar distancia de ello, y ser creativa.
Por demás, en estos días previos a la Cumbre son varios los “expertos en temas cubanos” que auguran, casi gozosos, el fracaso de la disidencia en la cita panameña. Curiosamente, estos especialistas pertenecen en su mayoría a corrillos mediáticos anticastristas, aunque se nutren del diletantismo critico contra todo proyecto opositor. Ellos siempre saben lo que hay que hacer, pero no ha trascendido si han preparado una agenda para presentar al conclave. Sería lamentable no contar con las habilidades de esta oposición de academia para trazar estrategias capaces de derrotar al castrismo, en especial en las complejas circunstancias actuales.
Por demás, quizás lo más recomendable para los luchadores pro-democracia será asumir la Cumbre dignamente, pero desde la modestia. Resulta esencial recordar que, con nuestras diferencias, perseguimos objetivos comunes, y eso debe quedar demostrado en cada foro, para lo cual habría que renunciar a los protagonismos personales. Remedando la frase que suele utilizar un colega y que se aplica a la coyuntura actual, es más importante hacer luz que brillar.
Hoy es este Foro el que nos reconoce en suelo extranjero el derecho que nos niega el gobierno en nuestra propia tierra: expresarnos libremente. Si con ello solo consiguiéramos arrojar una pequeña luz sobre la realidad de Cuba y sobre las aspiraciones y esperanzas de millones de sus hijos, ya podríamos considerarlo todo un éxito.