LA HABANA, Cuba -Un día de 2003 tocaron a la puerta de Laura Pollán. Se presentaron como oficiales de la Seguridad del Estado; registraron minuciosamente la casa y se llevaron al esposo de Laura. Todo pasó a manos de una burocracia represiva acostumbrada a banalizar el mal. Ella misma quedó al margen de la sociedad.
La mujer vivió esperando las visitas a su marido. Mientras, solo podía pensar en su liberación inmediata y para eso debía buscar ayuda.
No sabe si por costumbre, o porque escuchó que en la parroquia de Santa Rita, en Miramar, se reunían las madres de otros presos políticos (agrupadas bajo el nombre de “Leonor Pérez”), comenzó a ir a misa y se unió al grupo.
Un domingo caminaba con ellas por Quinta Avenida, frente a la iglesia. Se le acercó un agente de la Seguridad del Estado y la amenazó para que no hablara con la prensa extranjera, ni caminara por ese lugar tan visible. “Hay que ocultarla a toda costa”, dirían sus enemigos, preocupados por su presencia.
Pero Laura decide hacer algo más que seguir caminando por allí. Convierte la caminata en signo de liberación, en protesta. Así surgen las Damas de Blanco.
Tomaron la calle y obligaron al gobierno a escucharlas
Han pasado once años. Siguen los presos políticos en Cuba, los tribunales no son independientes. Salir a la calle con una pancarta antigubernamental es delito. Dice la propaganda del Estado que “la calle es de los revolucionarios”.
Durante once años, cada domingo, las Damas de Blanco han intervenido las calles. Han creado el espacio público. No han faltado golpizas, detenciones arbitrarias y la cárcel, sin el debido proceso o sin proceso alguno. No solo han tomado la calle, sino además han obligado al gobierno a que escuche su voz.
Ese minuto en que ellas gritan libertad, mientras empuñan un gladiolo en medio de la Quinta Avenida, debe ser todavía más impresionante para los que nunca han gritado ni han escrito una línea en contra del gobierno.
Hoy atraviesan una crisis: ha habido separaciones en el movimiento. De su manejo dependerá que el gobierno no ocupe esos pocos metros de la Quinta Avenida que tanto simbolizan. Esos metros de calle significan probablemente menos represión.
Las Damas de Blanco conmueven. Carteras rotas, zapatillas plásticas y el pan de la libreta con croqueta de claria (lo más básico que se puede conseguir) para apaciguar el hambre. Han salido muy temprano para esquivar la represión. Materialmente, son las más pobres entre los asistentes a las misas de Santa Rita. Sus necesidades son inmensas.
En un sentido más profundo, esas mujeres humildes sirven de testimonio de la ausencia de los hijos y padres en el hogar, de la ausencia de libertades.
Muchas son afro descendientes, provienen de los mundos marginados, de los cinturones, empobrecidos, de las ciudades, y de las tierras empobrecidas del campo.
Ellas no han llegado a la plaza mayor, entendiendo esto como la Plaza Cívica. La Quinta Avenida no lo es todavía. Solo es el lugar público, el único en Cuba conquistado por las Damas de Blanco como espacio abierto para hablarle claramente al poder.
Hay que proteger ese espacio.