MIAMI, Florida, agosto, 173.203.82.38 -El Concierto de Pablo Milanés en Miami ya es historia. De icónico lo calificaron sus promotores. Todo lo contrario creen quienes se manifestaron en contra al considerarlo un irrespetuoso desafío de la dictadura presentar en el sitio emblemático de la diáspora cubana a uno de sus principales representantes. La pugna no alcanzó los grados extremos ni la sangre llegó al río, como debe ser en una sociedad que se precia por vivir en democracia. No obstante coincidieron signos y acciones que conviene observar con detenimiento, mucho más que la propia presentación del trovador y la polémica que generó su actuación.
El punto no está en contabilizar los participantes en el concierto para marcar el fracaso o éxito de la empresa. Más o menos la cifra de butacas ocupadas en esta ocasión es igual a la capacidad del mayor teatro en Cuba cuando se presenta Pablo. En España y otros países de América seguramente hubiera contado con mayor audiencia. Pero más que una actitud de rechazo, se trata de una realidad bien reflejada en una de las más bellas composiciones de Milanés. Éste anda rondando los setenta y su público de su época dorada peina canas en la media rueda de la vida. El tiempo, el implacable, transforma gustos e intereses haciendo que las nuevas generaciones sientan mayor atracción por un reggaetón pleno de vulgaridades o ante la banalidad pegajosa de una letra mediocre, que ante la poesía de una al estilo de Yolanda.
Más importante que la asistencia resultó el espaldarazo ofrecido a la actuación de Pablo en Miami. Basta por citar los artículos de tres exiliados prominentes, sin ánimo de disminuir a otros que también manifestaron su acuerdo. Enrique Patterson, Carlos Alberto Montaner y Oscar Peña dieron la bienvenida con razones que algunos podrán criticar, pero que tienen un peso rotundo en la meta hacia un re-encuentro indetenible. En la Isla es de destacar el escrito de Luis Cino, periodista independiente, en un artículo donde se pronunció con equilibrio sobre este evento.
El concierto se produjo en medio de contratiempos y no pocos malos augurios. Hasta un ciclón hizo temer por su suspensión. Al final la naturaleza se mostró benévola. Irene pasó de largo, a la vista de las costas floridanas, sin hacer sentir sus secuelas perturbadoras dejando que las cosas siguieran el curso normal. Y el concierto se dio, a pesar de las protestas acompañadas del mal sabor de ofensas y el aplastamiento de discos incluido. Era el derecho de los manifestantes y nada fue peor porque un número reducido de concurrentes exteriorizara su rechazo. Más notoriedad alcanzó la presencia de los que decidieron asistir al recital. Patterson, que había prometido ir, estuvo entre ellos. Y Montaner visitó a Pablo en el hotel donde este se hospedaba para saludarlo e intercambiar palabras.
Curiosa respuesta ante gestos tan positivos se reprodujo en las dos orillas. En ambos extremos resurgieron los reclamos y acusaciones, abiertamente o de manera disfrazada, hacia los dos polos de encuentro. Los de acá por considerar un acto de capitulación ante el régimen castrista recibir a quien fuera uno de sus mayores exponentes en el mundo cultural. Los de aquella parte porque no pueden concebir que Pablo concediera una entrevista a Radio y Televisión Martí, menos que se encontrara con el terrible Carlos Alberto, sospechoso que recibiera el apoyo de Patterson y peor aún- presumo que ya deben estar rumiando el agravio- por la contundente respuesta dada por el fundador de la Nueva Trova a Edmundo García, vocero del castrismo en la capital del exilio.
Que Pablo haya declarado su apego al socialismo no debe ser motivo de escándalo, sobre todo cuando declaró sin ambages su opinión acerca del fidelismo, el verdadero mal que nos agobia y desune como nación. No ha sido una derrota para los exiliados ni una victoria para el régimen de la Habana el hecho de esta actuación insólita, inesperada para algunos. Impensable para otros. Se trata de un logro para la causa democrática de Cuba y como tal debe ser contemplado el acontecimiento.
Tomando el decir de Omar Rodríguez Saludes, hay un aspecto a destacar en la observación que hiciera Pablo Milanés sobre la minoría que ejerció el derecho a protestar por su presencia y que no pudo impedir el voto mayoritario a su actuación. Y es que en ese mismo sentido de proporcionalidad, en Cuba existe un grupo minoritario que desde el uso y abuso del poder, impide a la enorme mayoría disfrutar a los artistas expatriados que no comulgan con el régimen político imperante.
Cierto que Pablo no podrá cambiar el sinsentido de aquel sistema, por más sinceros que sean sus sentimientos. Pero su voz puede ayudar en el esfuerzo. Con que ello se produzca ya será un paso significativo de avance. Si el concierto que se produjo en Miami contribuye a edificar el camino entonces tendremos que felicitarnos por el buen tino de los que apostaron por la tolerancia de la acogida.