LA HABANA, Cuba -Ni se habló más del tema. Cuando nos dijeron que la recepción organizada por la Embajada de la República de Polonia en Cuba con motivo de su Fiesta Nacional el pasado 6 de mayo se había suspendido por problemas eléctricos en un salón del Hotel Meliá Cohíba, nos fuimos por donde vinimos. Lo lamenté y no precisamente por haber pasado la tarde en la peluquería, desempolvado mis zapatos más altos y usado mi mejor vestido, para nada.
Aquella invitación, en el momento en que la Unión Europea se dispone a dialogar con el gobierno de Raúl Castro, significaba que cualquier conversación pasaría por la discusión y visibilidad de la crisis de los derechos humanos en Cuba y de las legítimas aspiraciones democráticas de un grupo de hombres y mujeres que en Cuba representan una fuerza de oposición política al gobierno de hace 55 años.
Pero no sucedió. Había otros salones en el mismo hotel, por eso la explicación de los problemas técnicos no convenció a nadie.
Hubo un precedente exitoso. En 1997, en el Hotel Nacional tuvo lugar una recepción organizada por la Sección de Intereses de los Estados Unidos con una delegación de visitantes norteamericanos. Fueron invitados representantes y personalidades de todos los sectores de la sociedad cubana. Desde el gobierno, pasando por la intelectualidad hasta la sociedad civil independiente. Por supuesto, nadie del gobierno acudió a la cita. Pero pudo celebrarse bajo el ojo ubicuo de la policía política, camuflada entre los camareros.
Desde entonces, y hasta esta fecha, ninguna sede diplomática había escogido un lugar público para organizar una fiesta donde confluyeran, además, representantes de la sociedad civil. Todas las delegaciones solían y suelen hacerlo en sus propios espacios diplomáticos.
En el 2014 parecía que nos encontrábamos en una nueva circunstancia. Un cambio de estrategia de la Unión Europea privilegiando el diálogo no significa necesariamente un cambio en la Posición Común. Del gobierno cubano esperamos las trampas, algún bluf, porque todos sabemos, y ellos lo saben en primer lugar, que no sobrevivirían gobernando una sociedad abierta y plural, en plenitud de sus derechos.
Ciertos cambios en el horizonte de la isla, más persistencia y crecimiento de la sociedad civil son los ingredientes de una nueva situación, que sugería más visibilidad para todos los actores del drama cubano.
El gobierno cubano entiende los nuevos tiempos como coyunturas a aprovechar para obtener todo a cambio de nada. Para él es suficiente con ciertas aperturas, con invitar a los inversionistas europeos a su festín capitalista y a que se le admita, al igual que China es aceptada con su perverso historial en derechos humanos.
En otro sentido, Europa se ha movido con el gobierno cubano, sin importarle su procedimiento hacia la sociedad civil independiente. Hay datos interesantes por ahí.
Por ejemplo, a través de organizaciones no gubernamentales, la Unión Europea ha destinado a Cuba en los últimos cinco años unos 26 millones de euros, según datos ofrecidos por el sitio web de la oficina de la UE en Cuba; de manera que en los próximos siete años Cuba podría formar parte de los 18 países latinoamericanos que recibirán de la UE un paquete de ayuda de 3,460 millones de dólares para financiar proyectos de desarrollo si cambia, o bien la política doméstica del gobierno cubano, o la Posición Común, adoptada en 1996, que condiciona cualquier convenio de cooperación a la situación de los derechos humanos en Cuba.
Al final quedan dos opciones. El gobierno cubano podría abandonar la mesa de diálogo y decir que prefiere no dar los pasos que le corresponden para hacer próspera la vida de los cubanos, ya que ha comprobado que es posible mediante la represión policial y el control ideológico que los cubanos toleren el hambre y la necesidad, porque su propia existencia se ve amenazada con el disfrute de los derechos y las libertades de los ciudadanos. O bien los europeos dicen que no hace falta emplearse a fondo en el tema de los derechos humanos porque a fin de cuentas la oposición en Cuba no constituye una fuerza política de verdad, en capacidad de cambiar el acento de los eventos en la isla y empujar seriamente por la democracia. En cuyo caso lo más aconsejable es negociar con el gobierno, abrir una buena línea de crédito, protestar de vez en cuando si nos reprimen con mucha evidencia y esperar que los acontecimientos se desarrollen. Ya no estaríamos ante un cambio de estrategia, sino frente a lo que todos temen: el adiós a la Posición Común de 1996.
Sin embargo, a juzgar por Polonia, la Unión Europea no podría traicionar su vocación en defensa de los derechos humanos en cualquier parte del mundo y su compromiso con la defensa de la democracia, la ética liberal y su conciliación con los intereses sociales.