LA HABANA, Cuba. – El pasado miércoles 19, CubaNet publicó un trabajo de Gladys Linares, de título acertado: “La papa de la discordia”. Al día siguiente tocó el turno al colega Jorge Olivera. El poeta y periodista describe con vigor el cuadro que se vive en los agromercados al llegar la codiciada raíz.
Es desolador el panorama que se observa en esos comercios en tales ocasiones. Los potenciales compradores, sudorosos, se arremolinan ante el portón de entrada desde el momento mismo en que se acercan al lugar los camiones cargados de patatas. No importa que el proceso de descarga y el papeleo burocrático demoren un par de horas. Los famélicos marchantes se mantienen haciendo cola todo ese tiempo.
Como regla, en la fila se ven las mismas caras. Es lógico, pues los menesterosos que deambulan por las inmediaciones de esos centros y los vecinos cercanos son los que acuden primero. En el tumulto se respira un ambiente carcelario. La violencia verbal y aun física constituye un factor siempre presente. La exasperación es generalizada. No cabe esperar otra cosa cuando hay que dedicar varias horas para poder comprar cinco kilogramos de papas.
Ante ese cuadro de miseria, la bolsa negra hace su agosto. Esto pese a la persecución de la policía, que recibió esa tarea como prioritaria. Los trabajadores de los agromercados trafican con el ansiado producto. Los camioneros no se quedan atrás. En los accesos a esos comercios, el saco del tubérculo se cotiza a 200 pesos cubanos o su equivalente aproximado: 10 dólares. El sueldo promedio de una quincena en Cuba.
Repito que todas estas calamidades han sido descritas ya —y con mayor elocuencia— por otros colegas. Pero lo que despierta mi atención es tratar de determinar por qué se mantiene esta situación. ¿Qué razones hay para que no se haya procurado buscarle una fácil solución? ¿Acaso se trata de la voluntad deliberada de hacerles la vida aún más amarga a los ciudadanos de esta tierra que Chávez llamaba “océano de felicidad”?
Esta última idea parece tan loca que opto por rechazarla. Aunque los jerarcas comunistas son personas que si por algo se caracterizan no es por la bondad hacia sus súbditos, el mero concepto de que aspiren a atormentarlos de modo gratuito resulta absurdo. Ellos son autoritarios y capaces de actuar con crueldad, pero no son aberrados. Entonces, ¿a qué obedecen esas colas kilométricas?
A mi modo de ver, las opciones para eliminarlas son dos. La primera sería aumentar el precio de esa mercancía. Es posible que esta solución no agrade a los jerarcas castristas, por el regusto que tiene a terapia de choque. Pero es un hecho cierto que otros productos de primera necesidad —como el aceite— sólo se pueden conseguir a los precios de monopolio que fija el mismo Estado. En el caso citado, en divisas.
En circunstancias normales, esta última solución sería la escogida. Pero hay un antecedente que por lo visto impide obrar de ese modo: Hace un par de años, el actual jefe supremo planteó en una de sus alocuciones que ese rubro iba a desaparecer de “la libreta” para ser vendido por la libre.
Ese planteamiento (igual que otro tampoco cumplido: el de que cada ciudadano debía poder tomarse un vaso de leche) partía de un supuesto que ha dejado de ser realidad: el planificado aumento de la producción del tubérculo. Esto no se ha materializado, pero todo indica que al General-Presidente no le agrada dar su brazo a torcer. Si dijo que la papa iba a venderse por la libre, pues seguirá comercializándose así.
Mientras tanto, los que puedan pagarán el codiciado producto a sobreprecio; los que no, harán las abominables colas de varias horas al sol. Y la prensa oficialista, cuando publique un trabajo que quiera ser crítico sobre ese tema, se abstendrá de apuntar hacia esa obvia solución. Cuba seguirá teniendo una política papera de principios.