LA HABANA, Cuba . — Lo más perdurable del legado fidelista es la violencia. Si alguien lo dudaba a estas alturas, la Cumbre de Panamá le puso el cuño ante los ojos del mundo. Fue quizá la mayor revelación del evento. En principio, para el exterior. Pero no sólo. A nosotros mismos, las broncas de tú a tú entre huestes de la dictadura y algunos de sus opositores nos dispensaron por igual sorpresas e incertidumbre.
¿Armoniza con lo ocurrido la vocación pacifista y la actitud democrática que siempre distinguieron al movimiento opositor cubano? ¿Hasta qué punto puede afectarle a nuestra auténtica sociedad civil el hecho de que algunos de sus miembros cedieran ante la provocación violenta? ¿Será cierto que no les quedó otro remedio que responder violentamente a la encerrona represiva del régimen?
Yo pienso que al no agotar a fondo sus recursos como pacifistas y como entes políticos civilizados, estas personas acaban de desaprovechar una muy singular oportunidad para darse a conocer debidamente ante la opinión pública internacional. Aún más, como quiera que lo hicieron solamente algunos opositores -y supongo que a título individual-, me gustaría creer que su actitud no ha propagado una imagen que sitúa a toda la oposición en una disyuntiva comprometedora.
¿Se sostiene sobre coherencia alguna el hecho de que en tierras extranjeras esos representantes de nuestra oposición no hayan respondido a la violencia con la misma actitud serena, inteligente, firme y verdaderamente superior con que lo hacen en Cuba? ¿Tiene el menor sentido y la menor utilidad para la causa democrática ver a representantes de la auténtica sociedad civil cubana liándose a pescozones e improperios con los esbirros y lacayos de la dictadura? Tal vez pueda servir a algunos listos para elogiar en los periódicos y en los foros el coraje de los primeros, defendiendo de paso su papel de víctimas desesperadas. Pero no creo que sirva de mucho a la propia sociedad civil.
Para colmo, ni siquiera han dejado una buena impresión entre nuestra gente a pie en La Habana, la cual, con todo y las imágenes trucadas que divulgara la televisión oficial, no es tan ingenua (y menos aún en materia de violencia callejera) como para no comparar lo sucedido con aquellas riñas tumultuarias que se armaban en el Malecón o el Paseo del Prado durante los carnavales, donde los miembros de las comparsas rivales El Alacrán y El Cocuyé se confundían en una sola masa salvaje dentro de la que no era posible deslindar quién era quién.
Ya sé que no fueron todos los opositores, sino una minoría, incluso tal vez una minoría entre los propios asistentes a la Séptima Cumbre de las Américas en Panamá. Pero es su actitud y no otra la que quedó fijada en las retinas, de acá y de acullá.
La Habana, abril 13 de abril.
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