MIAMI, Florida, mayo, 173.203.82.38 -El foro sobre el impacto de la Iglesia Católica en Cuba celebrado en la Universidad de Harvard cerró la jornada con una conferencia de prensa en la que el Cardenal cubano Jaime Ortega respondió a preguntas sobre la actuación de la institución religiosa en estos años, las perspectivas futuras en las actuales condiciones políticas de la isla y el desempeño a favor de la gente indefensa frente al sistema totalitario. Las respuestas del Cardenal a estas interrogantes, así como la inclusión de otros temas que evidentemente Ortega deseaba aclarar, resultaron desafortunadas por el enfoque de sus palabras.
La polémica se desató en torno a dos cuestiones abordadas de manera poco feliz por el prelado cubano. Hablando de las dificultades que encierra el tema conciliatorio en la realidad de la Isla, Ortega recordaba la vivencia de un episodio ocurrido en uno de sus viajes a Miami y el consejo que le dirigiera el recién fallecido Monseñor Agustín Román respecto a que no incluyera el vocablo reconciliación en sus homilías. “Terrible que un obispo tenga que callar una palabra que le es propia al cristiano”- manifestó Jaime al recordar el acatamiento del consejo en un exceso de prudencia para no herir susceptibilidades en la comunidad de emigrados. La anécdota recrea la imagen intolerante que gusta enarbolar el régimen de La Habana sobre la comunidad exiliada en Miami donde un creciente grupo de sus miembros expresa sin titubeos la expresión que alega Jaime le fue recomendada no pronunciar por contraproducente. El propio Monseñor Román fue pródigo en su uso.
A la pregunta de un joven en alusión directa a la ocupación de un templo habanero (la Iglesia de la Caridad) por un grupo de ciudadanos identificados con la oposición, así como la detención violenta sufrida por el santiaguero que gritó una consigna anti comunista en la Misa del Papa en la capital oriental, Jaime Ortega aprovechó para aclarar lo ocurrido en ese episodio que denunció como una fabricación de falsedades sobre el comportamiento de la Iglesia manipulado por los protagonistas del acto y los que lo planificaron desde el exterior, según apuntó.
Curiosa la decisión de los organismos estatales de insistir que ellos no podían hacer nada en esa situación extrema creada por los disidentes al negarse a abandonar los predios del recinto religioso. Mejor que el mismo obispo y la curia se encargaran de sacarlos por sus medios. Pero la postura porfiada de estos ciudadanos no quedó otra solución cumpliéndose un objetivo en el que la Iglesia quedaba mal parada visto desde cualquier extremo. Y a petición de las autoridades eclesiásticas acudieron las del orden público. En este punto el Cardenal explica que no hubo violencia pero se enreda cuando indica que “todo quedó limitado al levantamiento de un acta”, palabra que rápidamente enmienda sustituyéndola por advertencia. Término que al final significa lo mismo pero en este caso la corrección tiene peso de amonestación al modo que se regaña a los niños malcriados que comenten una tropelía.
“Hay grupos que dañan cualquier tipo de disidencia, en busca de una condición que les permita el acceso a la condición de refugiados. Estos fueron organizados por un grupo desde Miami.” La afirmación categórica con la omisión de los supuestos responsables es una discreción que alimenta las dudas y suspicacias. Hubiera sido mejor evitar la mención del detalle incompleto que para nada ayuda a crear un clima de distención y diálogo. Otro tanto ocurrió con el uso de elementos descalificativos, que pueden ser muy ciertos pero tan discutibles como propensos a la confusión.
El retrato descriptivo de los “ocupas” hecho por el Arzobispo de La Habana presentó al auditorio una gama compuesta por antiguos delincuentes, entre ellos un excluible deportado de Estados Unidos, personas de bajo nivel cultural y con trastornos psicológicos. Lamentó el obispo hacer estas confesiones. Pero acotó que el asombro de la concurrencia sería mayor si hubiera tenido la posibilidad de ver el “informe” sobre la catadura de estos individuos. Una aseveración que deja en el aire el cuestionamiento sobre las fuentes que proporcionaron dicho informe.
Sobran ejemplos sobre la categorización de lumpen, delincuentes, prostitutas, proxenetas y homosexuales (cuando la homosexualidad era un baldón para el individuo que manifestaba tan desequilibrada desviación en Cuba) eran cargadas indiscriminadamente sobre los ciudadanos que no se acomodaran a los dictados del sistema. El Mariel fue el caso emblemático. Por aquellos días el Comandante ordenó cargar los barcos de gente sacadas de las cárceles con la intención de difamar a los que se iban. No faltaron ni los desquiciados mentales para desacreditar a una mayoría compuesta de individuos cultos, decentes y socialmente correctos. Es bueno recordarlo porque parece que el tiempo logra borrar la memoria.
Entre los detalles resaltados por Jaime Ortega en su respuesta estuvieron los celulares de última generación mediante los que los ocupantes se comunicaban constantemente con el extranjero para recibir orientaciones o informar lo acontecido. Vale aclarar que los móviles de novedosa tecnología no solo llegan a Cuba desde la Florida y tampoco son exclusivos de determinados grupos disidentes De aquí surge la interrogante sobre la seguridad de que la comunicación telefónica se establecía desde cierto lugar fuera del territorial insular (presumiblemente Miami) y no de cualquier sofisticada oficina ubicada en la capital cubana bajo la hábil dirección de los expertos en inteligencia de la policía política.
Debió tener presente Monseñor Ortega las experiencias de décadas frente a un gobierno que sabe manipular la trama magistralmente. Agrupaciones disidentes creadas o penetradas por sus agentes, infiltraciones en las organizaciones exiliadas y en la propia Iglesia así como un complejo equipo propagandístico que supera las fronteras nacionales hace conveniente evitar tomar resuelto partido por la parte que despliega esos recursos de manera ilimitada e inescrupulosa. El distanciamiento sin ir más allá de la condena hacia un acto poco racional sería lo recomendable.
Jaime Ortega abordó otro aspecto que ha estado en el tapete en estos meses, casi más de un año. Se trata de la salida de los ex prisioneros de conciencia hacia España previa intercesión de la Iglesia. Jaime señala haber sido acusado de llevar a esos presos a la deportación. Una petición que vino según afirmó de siete integrantes de la agrupación Damas de Blanco que en tres ocasiones le pidieron intercediera por la salida de los prisioneros hacia el exterior. Algo a lo que finalmente accedió el Cardenal contando con la anuencia del gobernante Raúl Castro que en arranque de generosidad propuso el acompañamiento de todas sus familias para que no marcharan solos hacia el país que les diera acogida.Un tema que merece detenimiento particular y al que dedicaré otro escrito.
La intervención del prelado cubano en el centro de estudios norteamericano se producía en paralelo a otro evento patrocinado por la Iglesia en La Habana. Al mismo se refirió Jaime Ortega señalando la importancia de una reunión en la que coincidían personalidades del mundo académico de la Isla, funcionarios del estado cubano, laicos prominentes que escriben en las publicaciones de la Iglesia y exiliados de la Isla que perdieron grandes fortunas. Entre ellos el Cardenal destacó el apellido de Fanjul Gómez Mena.
Todo parece indicar que en la cita organizada por la revista católica Palabra Nueva en el centro Juan María Vianney no se incluyeron figuras prominentes de la sociedad civil cubana. Al menos el Cardenal Ortega no las mencionó. Su ausencia indicaría un mal precedente en lo que el purpurado de la Iglesia cubana calificó de encuentro de reconciliación entre cubanos. Un tema donde no debería haber escogidos sino una propuesta abierta para todo el que sienta el deber de ocupar un sitio en la mesa. Las exclusiones que se produzcan solo serán aquellas que emanen de la decisión soberana del individuo.