MIAMI, Florida, agosto, 173.203.82.38 -La antorcha olímpica de Londres 2012 ya se extinguió. Al resplandor de su fuego centenares de atletas buscaron la gloria de una medalla como premio merecido al esfuerzo de años. Muchos rostros se llenaron de lágrimas y risas cuando lo consiguieron. Mayor fue el número de los quedaron con la tristeza al no escalar el podio de los triunfadores. No obstante las historias personales, medallistas o no, son las que dejan una huella indeleble en la leyenda que conformará la edición número treinta de los juegos deportivos más importantes y antiguos de la Humanidad.
Las Olimpiadas de Londres quedaron como una de las más modestas de las que realizadas en los últimos años. Si se compara con el gasto de las efectuadas en Beijing la diferencia es considerable. También se inscribieron como las más razonables en cuanto al uso de las instalaciones que serán reconvertidas o desmontadas para futuras competiciones, evitando que se repita el caso del famoso Nido de Golondrina, sin utilidad y con evidentes muestras de deterioro. Un reflejo que los cubanos podemos contemplar en la parte este de La Habana en la figura del Estadio Panamericano.
Si algo dejó una leve sombra sobre Londres 2012 fue el silencio concertado por conveniencias políticas que impidió por vez primera hacer un minuto de silencio por las víctimas de aquel atentado terrorista ocurrido en Múnich 72, cuando un comando palestino secuestró y asesinó a once integrantes de la representación deportiva israelí y a un policía alemán. La cita londinense marcaba el cuarenta aniversario del doloroso acontecimiento. Una decisión que pesará sobre el futuro del recordatorio simbólico de ese hecho.
Estados Unidos acaparó en Londres la mayor cantidad de preseas superando a China, el nuevo rival a derrotar en unas competencias que de alguna manera reflejan la rivalidad entre potencias en el campo del deporte. Pero más que el medallero se impone el otro cuadro, el de los deportistas que con su esfuerzo dan el mayor sentido a estas citas. Son historias llenas de sacrificio, entrega y valor que conforman una lección digna de divulgarse por ser ejemplo de los valores que deben primar en el mundo.
La delegación norteamericana, primera en el medallero, se destacó además por el detalle hermoso de la integración. Un aspecto que no debe pasar por alto cuando existe un amplio debate sobre la importancia del aporte de la emigración en tantas partes del planeta y en el propio Estados Unidos. Una vez más junto a los apellidos anglosajones se destacaron los de origen latino. Una nómina convertida en un mosaico internacional donde no faltaban representantes de todos los continentes hoy convertidos en ciudadanos norteamericanos. Todos de una manera u otra hicieron su parte por el logro competitivo.
Casos como el del corredor mexicano Leo Manzano, hijo de un trabajador migrante indocumentado, la boxeadora de peso mosca Marlen Esparza o el gimnasta cubano-americano de Homestead (Florida), Danell Leyva, son un ejemplo. Nacido en Matanzas, Leyva emigró de Cuba a EE.UU. junto con su madre cuando apenas tenía tres años, mientras que su padrastro y entrenador, Yin Álvarez, cruzó ilegalmente el Río Bravo. Otra biografía extraordinaria, repleta de historias de supervivencia es la del sudanés López Lomong, competidor en la carrera de 5.000 metros por Norteamérica.
Hubo casos a la inversa. Merece señalarse el de la jovencita Carolina Carsten, nacida en Illinois. La atleta de taekwondo decidió apoyar al país de origen de su madre compitiendo por Panamá. Esto a sabiendas de las deficiencias señaladas sobre el pobre soporte brindado por las autoridades deportivas panameñas a esta disciplina. A pesar de todo Carolina prefirió competir por una bandera a la que se siente unida por lazos culturales y de familia. Un gesto digno del mayor elogio.
Entre los campeones se destacó David Rudisha, señalado como uno de los atletas más grandes que ha dado África. El keniano de origen massai corredor de los 800 metros contó en sus inicios con la dirección del hermano irlandés O´Connell de la escuela San Patrick quien contribuyó a enrumbar su carrera hacia el éxito. Pero antes de ese momento Rudisha tuvo que trabajar mucho preparando su propia pista de entrenamiento. Escarbando piedras con un pico y allanado la tierra árida de un campo de entrenamiento improvisado fue que logró su medalla más grande.
Otras imágenes de impacto llegaron a través del corredor Dominicano Félix Sánchez y la ganadora de los 5 mil metros, la etíope Meseret Defar. Momentos emotivos en los que el primero rompió a llorar mientras se escuchaba el himno de su país. La explosión sentimental se producía por el recuerdo de su abuela fallecida durante las Olimpiadas en China y que ahora le acompañó en una foto prendida a su cuerpo mientras corría. En el caso de Meseret, cristiana ortodoxa, la joven sacó de su pecho una estampa de la Virgen María que mostró a las cámaras y se la puso en el rostro sumida en intensa oración al pasar la meta en primer lugar. Esto en momentos de crisis donde valores tan importantes como al de la familia o la fe parecen quedar relegados a planos inferiores.
No podía faltar en esta breve lista Oscar Pistorius, el deportista que dejó una marca indeleble en Londres 2012 al ser el primer atleta que corre sin piernas. El sudafricano que sufrió la amputación de sus extremidades a los once meses de nacido por falta del peroné, logró correr una final olímpica gracias a anhelo y su tesón, más que a la ayuda de sus prótesis. Una lección de vida demostrada por el joven que disputó la final de 4×400. La posición que ubicó tras la competencia no importa: su espíritu batallante le permitió representar a su patria en atletismo, a pesar de no tener piernas. “Cuando nosotros éramos niños mi madre solía decir a mi hermano: usted, vaya a ponerse los zapatos, y Oscar, vaya a ponerse sus piernas”, declaró Pistorius.
Son las historias sencillas pero conmovedoras que se repiten y que juntas conforman el espíritu olímpico concretizado en el lema más lejos, más alto, más fuerte y al que muy bien pudiera añadírsele mas humano. Historias que veremos repetirse dentro de cuatro años en Rio de Janeiro en otros rostros ansiosos por alcanzar la victoria en dos sentidos: el de las medallas que pocos obtienen y el premio que toca a todos por el esfuerzo que hacen en llegar a la meta.