MADRID, España, marzo, 173.203.82.38 -La editorial madrileña Atmósfera Literaria ha publicado recientemente ‘Periodo de paz en tiempos especiales’, una colección de cuentos del escritor cubano-español Luife Galeano. Se trata de un conjunto de seis relatos breves que se inscriben dentro de la narrativa sobre la realidad cubana actual y que, además, nos confirman el buen hacer de un narrador con dominio del oficio, ya desde antes curtido en la novela y el cuento con libros tales como ‘Un Chevrolet del 56’, ‘Porque perdí la confronta’ y ‘Cuentos de un cubano mudo’, entre otros títulos que abordan igualmente la temática cubana.
Narrar es un arte tan antiguo como difícil. Y aunque resulte una obviedad, es algo que se olvida y conviene recordar: el éxito de ese arte radica no en aburrir al lector sino en cautivarlo desde la primera línea y conseguir que una vez que abra el libro no lo suelte hasta llegar a la última página. “Periodo de paz…” está escrito con tal gracia y amenidad que sale airoso de esa primera prueba. Lejos de la pesadez del temible ladrillo, te atrapa y te lo lees de un tirón, entre otras bondades, gracias a la trama bien urdida en cada cuento y al estilo ágil, fluido y ajeno a toda ampulosidad, con una sintaxis caracterizada por el empleo de la oración simple y el periodo breve. Aunque la vida en Cuba transcurre entre amarguras y tormentos las 24 horas del día, el autor te lo cuenta todo de una manera que te divierte y te arranca la sonrisa. De ahí que, a pesar de recrearnos un mundo cerrado que se debate en el absurdo y el sinsentido existencial, los horrores de ese sistema demencial se atenúan en su ficción a través de un humor a todo trance que conduce a las situaciones más disparatadas e hilarantes.
Por otro lado, Galeano supera la prueba de fuego del fabulador: la de engendrar y echar a andar por la calle a criaturas tan creíbles y convincentes como Peíto y Tonelada, por solo citar dos ejemplos. Sus personajes, construidos a base de un discurso diegético, frecuentemente con predominio del diálogo sobre la narración omnisciente, se mueven con soltura en el tiempo y el espacio fabular. Y todo sin faltar a la verosimilitud cronotópica, incluso en los momentos en que la acción se vuelve trepidante y adquiere visos rocambolescos, o cuando en alguna ocasión los planos temporales aparecen superpuestos en una anacronía aparentemente chocante.
De modo que uno se cree el cuento aun en aquel relato donde sale al aire una increíble emisora cubana que, en vez del sobrecumplimiento de las metas, recuenta los sucesos locales al estilo de la antigua crónica roja. Más aún, como si el tiempo de repente se hubiera congelado y retrocedido, la estación de radio trasmite anuncios comerciales con la fanfarria de los años 50, pero en versión paródica de doble sentido, tal como hacían los muchachos de mi época con los tacacillos Taca y las toallas Antex (dos ejemplos que traigo a colación porque no están incluidos en dicho relato). Se trata de un anacronismo intencional, un recurso propio de la estética retro que el autor emplea para tensar al límite la cuerda de la comicidad. Y en definitiva, lejos de desentonar, sirve para constatar la presencia del pasado en la vacuidad de un presente sin futuro.
El autor sitúa sus fabulaciones bajo el signo ominoso de una época conocida eufemísticamente como ‘periodo especial’, pero enfocándolo al revés como ‘periodo de paz’. Y nos entrega un microcosmos en el que las penurias y desgracias solo son superadas por el tenso ambiente de persecución policial que prevalece en la Isla y se respira en todo el libro. Y es que, en efecto, a través de sus páginas te sale el agente de la Seguridad en el sitio y momento menos pensado, e incluso te sorprende por la espalda en un baño público. Tanto que uno, como lector, se identifica con el pobre personaje y siente cómo se le pone la carne de gallina y se la dispara el ritmo cardiaco, o la respiración se le vuelve entrecortada y experimenta ese cosquilleo escalofriante que recorre de arriba abajo las extremidades inferiores. Síntomas inconfundibles del pánico en un contexto tan imaginario como real que va de lo espeluznante a lo terrorífico y de lo espantoso a lo horripilante, al punto de que la única salida posible es ligar a un ‘yuma’ con el fin de largarse del país por la vía legal o, en su defecto, coger una balsa con rumbo norte y bye-bye Havana.
‘Periodo de paz…” pone en acción a los especímenes más representativos de la fauna urbana de la Cuba de hoy, en interacción con el medio hostil, en sus mil y una peripecias y dentro de una tesitura social donde se han perdido todos los valores, excepto uno: el de la moneda del enemigo, o sea la divisa y el dólar todopoderoso; o por decirlo en cubano posmoderno, el fula que resuelve, asere.
En ese muestrario humano no podían faltar el jinetero, la turista extranjera, el delincuente, el presidiario, el bisnero, el buscavida, el seguroso, el interrogador del G2, el desertor y el funcionario castrista vacilando el capitalismo dentro y fuera de Cuba. Por no faltar, no falta ni siquiera una peña literaria de provincia y una peculiar despedida de duelo, un poco en la cuerda de Papá Montero pero mediante un soneto de factura clásica (con el que mucho sintonizo, sabrá Dios por qué) interrumpido por la fiesta y la algarabía de la parranda municipal… Más detalles no se deben anticipar porque, si bien en este caso no se trata de literatura policial, hay de todos modos mucho suspense de por medio y se le estaría rompiendo indebidamente la magia al lector potencial con avances impertinentes. Solo añadiré que, en un ambiente netamente cubano, era de rigor la inclusión de la temática beisbolera al menos en uno de los cuentos, ‘Champion Bat’, en el que la originalidad y la inventiva batean de jonrón y se llevan la cerca.
Claro que no es lo mismo jugar a la dura que a la ‘podría’ en el pitén del barrio. El autor lo sabe y no da pie a las habladurías en la esquina caliente de los puristas del béisbol. La pelota es redonda e impredecible, y pasar sin más de la floja a la dura puede ocasionar un ‘dead ball’ –‘desbol’, en la jerga pelotera nuestra—, es decir, un pelotazo en la cabeza que descalabra o lleva al clímax de la historia y a un desenlace a la larga deportivo. Luife Galeano, al bate, sabe bien que la pelota es redonda y viene en caja cuadrada. Por eso, y porque es un cuarto bate en cualquier novena, no se poncha ni se va con la de trapo en su cuentística jonronera. Conecta esta vez un hit, un incogible al jardín central, y se embasa en primera. Luego amaga, cabecea, burla al pícher, se roba la segunda y no le sacan out. Es quieto.