GUANTÁNAMO, Cuba. -Este 11 de diciembre se cumplen 55 años de la celebración del juicio contra el comandante Hubert Matos y varios miembros de su mando militar, un hecho silenciado por los historiadores oficiales y que devino primicia pública del poder absoluto de Fidel Castro y del culto a su personalidad.
Ya habían ocurrido bajo el mando de Ernesto Guevara los juicios de miles de cubanos en la fortaleza de La Cabaña, pretendidos “actos de justicia” secundados por no pocos fanáticos que pretendían implantar el terror jacobino tan apreciado por el suramericano.
Lo que diferenció a estos juicios del realizado contra Hubert Matos no fue sólo que aquéllos iban dirigidos contra personas vinculadas a la dictadura anterior y éste era contra uno de los comandantes más audaces de la revolución triunfante, sino también que Fidel Castro dejó claro ante la opinión pública nacional y extranjera que no iba a permitir disidencias ni críticas ni siquiera a sus compañeros de armas, por muy altos que fueran sus méritos o grados militares.
El comienzo de la mascarada
El 11 de diciembre de 1959 el comandante Hubert Matos y varios oficiales de su comandancia fueron trasladados desde El Morro hasta el Campamento de Columbia, entonces la sede del Estado Mayor del Ejército Rebelde. Al llegar los condujeron hasta el cine teatro que ya estaba ocupado por unos 1500 oficiales del ejército, la marina y la aviación, todos escogidos por Fidel Castro, una práctica que se reitera hasta hoy, aunque ahora las salas de los tribunales se llenan con miembros de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) escogidos por la Seguridad del Estado. No obstante esta precaución la llegada de los acusados provocó una espontánea ovación seguida de incontenibles aplausos.
El tribunal estuvo presidido por el comandante Sergio del Valle y conformado además por los comandantes Universo Sánchez, Derminio Escalona, Orlando Rodríguez Puerta-entonces jefe de escolta de Fidel-y por Guillermo García Frías, el único que gozaba del respeto y la admiración de Hubert. El fiscal fue Jorge Serguera, un oportunista sin otros méritos que ser un cortesano en la piñata de Raúl Castro, según escribió Matos en sus memorias tituladas “Cómo llegó la noche”.
El acusado estaba convencido de que no hallaría justicia en medio de tal mascarada y no perdió la oportunidad de decirlo cuando el presidente del tribunal le preguntó si juraba decir la verdad. Su respuesta fue:
“Sí, cómo no. Es a lo que he venido, a decir la verdad. No solamente como acusado sino también como individuo que ha sido difamado por representantes del Estado cubano. Sí, me interesa decir la verdad más de lo que ustedes creen.”
Y cuando trataron de frenarlo diciéndole que iba a responder las preguntas que se le hicieran, Hubert volvió a decir:
“Por supuesto; pero también a expresar todo lo que tengo derecho a decir. He venido aquí después de que se me ha hecho un juicio público, sin mi presencia, ante cientos de miles de compatriotas que han sido compelidos demagógicamente a levantar el brazo condenándome a muerte. No he podido defenderme porque estaba en un calabozo, sin poder hablar con la prensa ni con nadie. Ahora que estoy delante del tribunal voy a ejercer mi derecho a decir la verdad.”
A continuación, el comandante Matos fue desmintiendo una por una las acusaciones y cuando gran parte del auditorio estaba de su parte el fiscal llamó como testigo a Fidel Castro.
El testigo toma el mando del circo
Si alguien necesitara conocer la esencia de lo que fue ese juicio y tener un claro ejemplo de la manipulación de un tribunal por parte del poder ejecutivo lo único que tendría que hacer es investigar sobre este suceso y, específicamente, sobre la participación de Fidel Castro en el acto del juicio oral.
En su condición de Primer Ministro del Gobierno Revolucionario –y con la permisividad del tribunal escogido por él- se desentendió del imperio del tribunal. No sólo arremetió de forma irrespetuosa contra Hubert Matos, a quien el tribunal le impidió rebatirlo, sino que fue más allá al desentenderse de las preguntas del fiscal y de las orientaciones del presidente, quien, incapaz de controlar aquello, develó que realmente era un testaferro del máximo líder.
Lo que afirmo no parte de lo escrito por el comandante Hubert en sus memorias sino de un valiosísimo documento titulado “Declaraciones del Comandante Fidel Castro Ruz, Primer Ministro del Gobierno Revolucionario, en el Juicio contra el ex Comandante Hubert Matos”, publicado por la Secretaría de Propaganda de la Confederación de Trabajadores de Cuba, folleto No.3 de adoctrinamiento Síndico Revolucionario. El texto me lo prestó con mucho miedo, y por sólo unas horas, un antiguo castro comunista devenido asiduo visitante del corrupto capitalismo europeo-según sus propias palabras-el cual conoce gracias a las invitaciones de una hija jinetera que reside en Holanda.
El folleto, una joyita histórica que cuenta con un prólogo de José María de la Aguilera, Secretario de Propaganda de la Central de Trabajadores de Cuba Revolucionaria (C.T.C. (R), autorizado por David Salvador Manso, entonces Secretario General de dicha organización, lejos de obtener el objetivo para el cual fue publicado hace ya cincuenta y cinco años, es una prueba contundente de la esencia del juicio contra el comandante Hubert Matos, un suceso que ha quedado para la verdadera historia de Cuba como una mancha más dentro de las muchas que tiene la práctica judicial cubana después de 1959.