MADRID, España, septiembre, 173.203.82.38 -Siempre vale el consejo de Vinícius de Moraes, en su Soneto de la fidelidad, sobre el amor en la pareja: “que sea infinito mientras dure”. El poeta brasileño –más conocido entre nosotros como autor de la letra de ‘La chica de Ipanema’— se refería, obviamente, a la pasión que se desboca cuando se le van los frenos de la razón, y no tanto a la relación matrimonial, más madura y estable pero no siempre igual de apasionada. Era muy consciente de la fugacidad de la dicha y apostaba al aquí y ahora del que sabe que la felicidad viene con fecha de vencimiento y apenas se reduce a esos instantes fugaces eternizados en su breve intensidad irrepetible.
Vinícius, un poeta de primera línea que no tuvo ningún complejo en volverse letrista del bossa nova, se quemaba en el fuego del amor hasta que los últimos rescoldos se le apagaban entre los hielos de su whisky a la roca. Llegada la hora del desamor y la ruptura, se refugiaba en su rincón favorito para sobreponerse a la nostalgia —esa saudade tan brasilera y punzante— en una sesión de terapia alcohólica con Tom Jobim, su confidente y amigo entrañable, además del músico que le buscaba a sus poemas la melodía exacta. ¿O es que era al revés y Vinícius le ponía la letra a la música de Jobim?
No viene mucho al caso precisar ahora quién hacía el pase y quién remataba el gol de la samba al bossa. Pero sea quien fuere el haz o el envés de esa dupla musical, con ellos era el cuento de nunca acabar en el bar Veloso –¿dónde si no? –, hoy rebautizado como Garota de Ipanema porque fue desde allí que Vinícius contemplaba fascinado a “la muchacha que viene y que pasa con suave balanceo camino del mar”. La “moça de corpo dourado” que inspiró uno de los temas más famosos de la música popular contemporánea. “La chica de Ipanema”, el bossa nova cuyo cincuentenario estamos celebrando este 2012, compuesto por esos dos amigos y bohemios incorregibles. Cambiarle el nombre al bar, además de una inteligente operación de marketing, fue el más justo homenaje a los dos bebedores geniales que se mantenían borrachos de la noche a la mañana para evitar la resaca y no perder el pulso de la poesía.
Al fin y al cabo, el trago no es más que una pausa, a veces larga, entre un amor y otro. ¿O será que el amor es un paréntesis entre una y otra copa? Vinícius de Moraes, maestro de las paradojas etílicas, debía saber la respuesta mejor que nadie. Con puntería de bohemio carioca nos dejó como cierre del soneto citado al inicio esta valoración del amor, visto en su temporalidad sublime pero combustible:
“Que no sea inmortal puesto que es llama
mas que sea infinito mientras dure”.