CIUDAD MÉXICO, México, febrero, 173.203.82.38 -Hace cincuenta años Cuba y los Estados Unidos rompieron relaciones diplomáticas. El 6 de agosto de 1960 Fidel Castro nacionalizó sin indemnización todas las propiedades norteamericanas en la isla. De un plumazo quedaban expropiadas la compañía eléctrica y la de teléfonos, los bienes de la Texaco, de la Esso, de la Sinclair, así como los 36 ingenios y las fincas azucareras que tenía Estados Unidos en Cuba.
Como cabía esperar, el gobierno norteamericano no se quedó de brazos cruzados: suspendió la cuota de azúcar que compraba a la isla. Mientras tanto, el gobierno revolucionario avanzaba en la Reforma Agraria confiscando grandes extensiones de tierra (muchas de propiedad norteamericana), rebajaba el precio del alquiler de viviendas, las tarifas eléctricas y telefónicas, medidas todas ellas muy populares.
La administración de Eisenhower aplicó nuevas represalias: las frutas cubanas dejaron de entrar en Estados Unidos, la Nicaro Mining Co. dejó de extraer níquel en la isla, los fondos bancarios cubanos depositados en bancos norteamericanos fueron embargados.
Comenzaba así el embargo comercial norteamericano que algunos erróneamente insisten en llamar “bloqueo”. El gobierno cubano se proclamó oficialmente socialista e incrementó sus relaciones políticas, militares y comerciales con la Unión Soviética y otros países comunistas de Europa del Este.
Por tratarse de un país pequeño, Cuba se granjeó las simpatías internacionales beneficiándose de la imagen bíblica de David contra Goliat. Pero aquel “David” ya estaba bajo el paraguas atómico de la segunda potencia mundial y disfrutando del subsidio multimillonario de ese otro “Goliat” que era la Unión Soviética.
En el contexto de la Guerra Fría, para la Casa Blanca la isla se había pasado con armas y bagaje al campo enemigo. Los golpes y contragolpes económicos y diplomáticos entre Cuba y Estados Unidos se intensificaron pasando de la violencia retórica a la militar.
En abril de 1961 tuvo lugar la fracasada invasión de Playa Girón (Bahía de Cochinos) protagonizada por cubanos exiliados entrenados por la CIA. Casi al mismo tiempo surgían focos de campesinos sublevados en regiones montañosas, que fueron sofocados por las milicias y el ejército tras una guerra de guerrillas que duró cinco años. Se multiplicaban los actos de sabotaje: cañaverales incendiados y bombas estallando en tiendas departamentales. Si aquello no era una guerra civil, se le parecía bastante.
En octubre de 1962 sobrevino la Crisis de los Cohetes. Secretamente, los soviéticos habían instalado cohetes nucleares en la isla apuntando hacia Estados Unidos. El mundo estaba al borde de la Tercera Guerra Mundial y Kennedy decretó un bloqueo naval para impedir que siguieran llegando más barcos soviéticos con armas nucleares a Cuba.
Aquel bloqueo marítimo duró apenas trece días, pues Kennedy y Jruschov se pusieron de acuerdo sin contar con Fidel Castro, lo cual enfureció al cubano. “¡No tenemos cohetes estratégicos, pero tenemos cohetes morales!”, exclamó en un discurso por aquellos días.
Mientras tanto, el pueblo salía a la calle coreando a ritmo de conga: “¡Nikita, mariquita, lo que se da, no se quita!”. También hubo desfiles de funerales surrealistas, con multitudes cargando ataúdes con los nombres de las empresas norteamericanas confiscadas, que eran arrojados al mar, en medio de algarabías y rumbantelas.
Nikita Jruschov retiró los cohetes de la isla a cambio de que Estados Unidos hiciera lo mismo con sus misiles desplegados en Turquía. El pacto incluía, además, la promesa de que ni Washington (ni los exiliados cubanos) invadirían a Cuba, lo cual se ha cumplido escrupulosamente hasta el día de hoy, incluso después de muertos los firmantes y de desaparecida la URSS.
Pero el embargo comercial ha persistido como herencia de aquellos episodios históricos, y Cuba quedó prácticamente separada del hemisferio occidental. A partir de entonces, la tecnología, la economía, la doctrina militar y la ideología de la isla se “rusificaron” pasando a girar en la órbita de Moscú y de países como Checoslovaquia, Bulgaria, Polonia…
Todo empezó en febrero del 60 cuando la URSS le compró a Cuba un millón de toneladas de azúcar y le pagó con petróleo. En respuesta, las refinerías norteamericanas en la isla se negaron a procesar el crudo soviético. Entonces el ejército cubano las ocupó y fueron intervenidas. El gobierno estadounidense contraatacó presionando a las naciones de América Latina hasta lograr que en enero de 1962 expulsaran a Cuba de la Organización de Estados Americanos (OEA). Sólo México mantuvo relaciones con el gobierno cubano.
El socialismo seguía radicalizándose vertiginosamente en la isla, donde los gobernantes ya no sólo confiscaban propiedades norteamericanas (bancos, supermercados, hoteles), sino también las posesiones de los nativos. Al principio fueron fincas, luego, talleres, ingenios; más tarde, bodegas o abarrotes, tintorerías, panaderías, mercerías; y finalmente hasta los puestos callejeros de fritas pasaron a manos del Estado. Los vendedores ambulantes y sus pintorescos pregones desaparecieron de la vida nacional en 1968.
La batalla desplegada por Fidel Castro no iba sólo contra el “imperialismo yanqui”, sino también contra toda manifestación de propiedad privada en la isla, donde se había instaurado el comunismo más puro y duro, al mejor estilo de Stalin. Un solo partido, una sola prensa y toda la economía colectivizada y bajo planificación centralizada. Surgió entonces la funesta cartilla de racionamiento aún vigente.
¿Quién ha pagado los platos rotos después de tantos años de embargo y de ineficacia socialista? ¿Las distintas administraciones estadounidenses que han pasado por la Casa Blanca? No. ¿La cúpula dirigente del gobierno cubano? No. El único perjudicado ha sido el sufrido pueblo cubano, la gente de a pie que cada día tiene más difícil llevarse un pedazo de pan a la boca.
Todo el mundo sabe más o menos cómo empezó este tenaz antagonismo entre las dos naciones. Lo que nadie sabe es cómo, ni cuándo, va a terminar.
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(Publicado en la revista DIA SIETE, suplemento dominical de El Universal, de México, el 26 de diciembre de 2010)
Manuel Pereira (La Habana, 1948) es el nombre literario de Manuel Leonel Pereira Quinteiro. Novelista y ensayista cubano. También ha sido traductor, crítico literario, de cine y de arte, periodista y guionista cinematográfico.
Salió definitivamente de Cuba en enero de 1991 y se estableció en España, obteniendo la nacionalidad tiempo después. Residió ahí 13 años.
Desde noviembre de 2004 vive en la Ciudad de México, donde trabaja como profesor de Literatura y de Historia del Arte en la Universidad Iberoamericana.