MIAMI, Florida, mayo, 173.203.82.38 -La graduación de primavera del 2012 en la Universidad Internacional de la Florida resultó una experiencia inolvidable. No solo para quienes obtuvieron un título sino también para sus familiares. Historias de alegría que se repiten en estos días por todo el territorio norteamericano y de las que tuve la satisfacción de ser parte cuando mi hijo se tituló en licenciatura en artes en ese centro de altos estudios en Miami.
A lo largo de la ceremonia de graduación pensaba en todos los sacrificios y desvelos de estos duros años de exilio. Mirando a mí alrededor comprendí que era uno entre tantos. Una realidad que seguramente se repetía de alguna manera tras miles de rostros plenos de alegría. La solemnidad del acto provocaba una mezcla de sentimientos y evocaciones que se sucedían a medida que se desarrollaba el programa. Inevitable pensar en la grandeza de una nación que en diferentes épocas, pero en parecidas circunstancias, ha dado cobijo a tantos inmigrantes y exiliados. Desde los más humildes hasta los más radiantes. Los cubanos entre ellos. Félix Varela y José Martí son nombres emblemáticos que resaltan en esta diáspora histórica.
Martí dedicó una parte importante de su obra a la patria de Washington. Unas veces para describir sus sombras pero muchas más para admirar sus luces. De la extraña mezcla de crítica y admiración surgió aquella frase tan recurrida cuando se quiere mostrar el encono antinorteamericano en el pensamiento martiano. Ahora que las circunstancias me han llevado a vivir en una minúscula parte de las entrañas del Gigante, comprendo que la metáfora usada por el Maestro para designar al país norteño puede sufrir relativizaciones. No siempre lo monstruoso tiene que ser referencia forzosa de la perversidad. Hay enanos letales cuya malignidad resulta inversamente proporcional a su pequeñez.
En esta ocasión me tocó ser testigo de las luces de Norteamérica. Cuando escuché el nombre de mi hijo entre los que eran llamados a recibir el saludo de Mark Rosenberg, Presidente del centro. Fue gratificante verle en la pantalla gigante vestido con toga, birrete y un resultado que colma con creces la decisión del desarraigo patrio.
En su tesis de grado no estuvo ausente la tierra cercana y lejana a la vez. Se manifestó en los retratos de sus seres queridos evocadores de las vivencias de la sociedad cubana y en la fundamentación de un trabajo que apuntó a tres grandes de la plástica cubana. Pedro Pablo Oliva, Fabelo y Kcho. Tres semblanzas del excelente arte de la Isla, cada una marcada de particular manera por las incidencias de una realidad que deja huellas indelebles.
En las meditaciones de esta noche de premios no podían faltar los recuerdos agradecidos para aquellos maestros que sembraron con buenas manos. Los de aquí y los de allá. Las profesoras de Cojímar. Los Peter Pan y emigrados en Miami. Los educadores yanquis de pura cepa. Los también emigrantes o residentes de otras partes del mundo, de Dinamarca o Polonia, que coincidieron en este aporte. A ellos todos, y no a las ideologías, corresponde el triunfo de cada estudiante.
El agradecimiento sobre todo para una tierra que me abrió las puertas cuando las de mi casa se cerraban para mí, y lo que es aún peor para los míos. Allí la oferta educativa es gratuita. Acá cuesta, pero no te exigen lealtades o incondicionalidades del pensamiento en pago a la gratuidad. Tampoco el costo implica la imposibilidad para el que no puede pagar. Los menos afortunados también tienen posibilidad y lugar. Esto exige voluntad y dedicación.
Una graduación donde los apellidos hispanos coparon más del cincuenta por ciento del largo listado. Esto tomando los más comunes como Suárez, González, Rodríguez y Fernández o aquellos de indudable raíz hispana. Evidencia del potencial latino en la educación norteamericana. Otros nombres denunciaban procedencia árabe, eslava, africana o asiática. Cada uno manifestaba con orgullo sus raíces. Desde el abuelo que enarbolaba una vieja bandera taiwanesa o la recién graduada que recibió el título vistiendo los atuendos prescritos por la religión musulmana.
En definitiva no solo gana el país que les brindó la oportunidad. Como bien dijera el Presidente Rosenberg en su discurso, el beneficio se genera para Estados Unidos y los países de procedencia- por nacimiento o descendencia- de estos graduados. Nadie les va a retener notas o certificados si un día deciden probar suerte y conocimiento en otros horizontes. La individualidad del esfuerzo es respetada. En definitiva gana la Humanidad.
No podía cerrar de otra manera este evento que a la manera hollywoodense. Eso sí por la espontaneidad del protagonista y no por un libreto enlatado. Cuando las fanfarrias sonaban en retirada un joven se subió en una silla. Abriendo su vestimenta de gala mostró un pullover donde llevaba escrito en inglés con grandes caracteres un mensaje sencillo: Cásate conmigo. En la mano enarbolaba un anillo. Al fondo una muchacha lloraba. En sus brazos cargaba un bebé. La escena arrancó risas y algunas lágrimas en la concurrencia identificada con el gesto amoroso y por algo más intenso aún. Esta proclamación de amor que puso el final al acto de graduación simbolizaba de alguna manera los sacrificios, sueños y esperanzas de todos ellos, miembros de una comunidad universal reunida en una tierra extraña que por detalles como el de esa noche se hace entrañable hogar para tantas razas y culturas. ¿No es acaso esta una buena luz?