LA HABANA, Cuba. -Antes del mediodía del pasado jueves, ya se habían anunciado las modificaciones de la Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC) en los Estados Unidos, que quizá sirvan para el progreso del pueblo cubano. La información circulaba velozmente por la red –que todavía no tenemos en la Isla–, e incluso ya algunos habían tenido tiempo de emitir opiniones. En cambio, en la Cuba pura y dura, por poco nadie se entera.
Bastaba con sintonizar el noticiero de la una de la tarde para ver los titulares clásicos: “Fulano visita el central Mengano” o “marchan bien los preparativos de X, en vísperas de Y”. No cabe duda de que la noticia del día era la puesta en marcha de las medidas anunciadas el pasado 17 de diciembre por Barack Obama, pero eso lo dejaron casi para el final del (des)informativo oficial, cuando el conductor finalmente se tomó tan solo un par de minutos para hacer el anuncio… y luego todo siguió como si nada.
¿Por qué un acontecimiento tan importante, una decisión de tanto peso, no fue lo primerísimo que se dijo en el noticiero? Con tantos comentaristas, analistas capaces de justificar inclusive el reciente ataque a la revista francesa Charlie Hebdo, tanta plantilla inflada que le hace la propaganda a las “victorias” del sistema, ¿no estaba siquiera uno de estos tristes repetidores dispuesto a decir algo, con respecto al cambio ahora efectivo de política estadounidense?
No, no habían bajado las indicaciones, al parecer. Aparte, se sabe la velocidad a la que trabajan nuestros “informadores”. Imaginamos la poca flexibilidad que les permite el esquema –más bien esquematismo– con que se prepara cada emisión. Al contrario de la prensa libre, siempre persiguiendo cada acontecimiento y luchando por la primicia, el periodismo oficialista es incompetente.
Pero todo esto es sólo el reflejo de un objetivo superior. Dejando a un lado la lentitud de las comunicaciones en Cuba, el mundillo mediático triunfalista y dogmático, estamos asistiendo a una lucha que el régimen –dueño de la prensa– es incapaz de pelear. No se le puede pedir a ancianos octogenarios que cambien su forma de pensar o de expresarse, y eso es precisamente a lo que están obligados desde hace casi un mes. Tienen miedo, están desconcertados y no saben qué van a hacer.
Un régimen que se sabe sin futuro, se aferrará a su pasado con todas las fuerzas que le queden. En su afán por conservar el poder como sea, el tardo-castrismo actúa como un peso muerto que no permite a la nación despegar. O peor aún: que la arrastra hacia un oscuro fondo.
Mientras lo que queda de su enemigo histórico se desvanece como el humo, el imaginario oficial cubano termina de derrumbarse. Las recientes medidas adoptadas por Estados Unidos para aliviar el embargo de más de cinco décadas aceleran esa caída, que se manifiesta además en lo caduco del discurso de confrontación. Este último persistirá, pese a la esperanza generalizada, entorpeciendo la ventaja que del nuevo escenario pueda sacar el cubano común.
Nadie sabe a dónde va a parar todo esto, pero ahora es necesario dejar aún más claro para la gente quién es el culpable de que nada funcione. El gobierno cubano es el primero que no quiere saber nada de distensión con EE.UU., pues no tendrá cómo lidiar con tanta decepción luego del exceso de entusiasmo incontrolable en la población. Por eso la persistencia en el conflicto, por eso la disminución de la noticia noticia: el régimen no quiere que le hablen de un mañana que no tiene sitio para él.