LA HABANA, Cuba. — Los últimos 56 años de la historia de la isla, se parecen demasiado a los casi tres siglos de dominio español.
En Cuba, el siglo XXI comenzó el 17 de diciembre de 2014. Pero se ve, en el futuro a mediano plazo, la repetición del entorno político que siguió al Pacto del Zanjón en 1878. La metrópoli aparento una apertura, aceptando la existencia del Partido Liberal Autonomista y el Partido Unión Constitucional. El primero, formado por cubanos beneficiarios económicos de una atmosfera de tolerancia y posible bonanza económica. El segundo, la mano de España a través de los peninsulares propietarios y dueños de negocios.
La tesis fundamental de los autonomistas, fue muy semejante a la de quienes pretenden hoy una denominada “oposición leal” al régimen imperante.
Los autonomistas, aspiraban a la independencia política a través del empoderamiento económico. Pero el verdadero poder lo detentaban, a fin de cuentas, los españoles y su ejército de ocupación. Del mismo modo que, hoy día, lo mantienen los generales del grupo empresarial del Ministerio de las Fuerzas Armadas (GAESA-MINFAR)
El apóstol entendió la necesidad de unir a cubanos y españoles en la fundación de la nación. Pero se negó a aceptar la autonomía económica sin independencia política. Tener voz pero no voto, era para él una condición inaceptable. Y tuvo claro que el problema de Cuba se resolvería entre cubanos, pero entre todos los cubanos.
¿Dónde estaría José Martí?
Comprendería que no es responsable jugarse el futuro de la nación, como se apuesta a un caballo de carreras. Se hubiera negado a sentarse en una mesa donde el dialogo político se hiciera a espaldas de la sociedad civil independiente y el pueblo cubano.
José Martí seria hoy un disidente, acosado por la policía política. Quizás, incluso, también aislado por no admitir que el pragmatismo estadounidense negocie con la dictadura, mientras su país se cae a pedazos. El no coincidiría en comerciar el futuro de Cuba con la oligarquía verde-olivo. Entendería que no tiene sentido aceptar pan para hoy, al precio de hambre y desastre para mañana.
Hubiera comprendido que, en ausencia de un estado de derecho y plenas libertades democráticas, no hay garantía para la inversión privada y por tanto no hay verdadera libertad y desarrollo económico.
Hoy como ayer…
El gobierno estadounidense opta por sentarse a dialogar con quienes considera garantes de una relativa tranquilidad a noventa millas de sus costas. Pone sus intereses de seguridad nacional, por encima de los ideales democráticos que proclama defender.
El Castrismo está colocando en escena a una nueva generación de cuellos blancos y los “históricos” quieren retirarse con sus grados intactos. Estos últimos, desde los palcos, presenciaran el modo en que sus herederos cobran la gran tajada mientras el pueblo pelea por las migajas de bienestar. Si la cosa se pone difícil, están listas las tropas de choque para reprimir a los inconformes.
Tal pareciera que aquella república que soñó Martí, con todos y para el bien de todos, es un imposible. O su concreción, se pierde en manos de la torpeza de quienes imaginan un país como coto de caza de sus ganancias.
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