MADRID, España, agosto, 173.203.82.38 -En esta plataforma de opinión que es Cubanet, descubro a veces comentarios de compatriotas, y también de extranjeros, comentarios airados, vociferantes y hasta amenazadores en contra de lo que escriben sus articulistas, o directamente en contra de sus articulistas, que es decir, en ambos casos, a favor del régimen cubano.
Cuando topo con una de estas opiniones disfruto releyéndolas, a menudo para rectificarles la ortografía y entenderlas, pues, por desazonadas que resulten, creo que tienen todo el derecho a ser leídas, tal y como también lo comprende Cubanet al habilitar junto al texto publicado, el espacio para que cada quien opine lo suyo. Y a ver cuándo la prensa digital de Cuba hace lo mismo.
Mucha gente recuerda qué estaba haciendo en el momento en que mataron a Kennedy. Ese día, aproximadamente a la hora en que al presidente norteamericano le estaban metiendo un balazo en la cabeza, a mí me estaban anudando al cuello mi primera pañoleta de pionero. Ocurrió en una solemne ceremonia de iniciación pioneril en la Ciudad Deportiva de La Habana.
Así, a bote pronto, porque no se trata de hacer aquí mi insignificante biografía política (que si algún valor ilustrativo tiene, es, justamente, su falta de singularidad entre otras muchas historias similares), me vi, veintidós años más tarde, militando en el inmortal PCC.
Hasta ese momento, sin embargo, no hice más que acumular dudas, acalladas, por supuesto, según los oportunistas consejos de mis camaradas de filas de la juventud comunista (UJC). Consejos que yo observé con igual utilitario sentido de la conservación política, pensando, eso sí, en que una vez que ingresara en las filas del partido, todo cambiaría.
Supongo que no hace falta que les explique que esta certeza fue el último resto de mi personal utopía comunista, y que cuando al fin milité en sus filas, aparte de continuar callando, aprendí, entre otras vergonzosas habilidades, a mesurar, el poder político de cada uno de nuestros dirigentes por el color de la pintura metalizada de su vehículo con chofer (nunca he entendido qué tiene que ver la responsabilidad política, o la que sea, con el hecho de no poder conducir tu propio carro).
Como espectador de frecuentes discursos, ejercité los músculos de mi rostro hasta lograr una monolítica impavidez mientras escuchaba mentir, pública y obscenamente, a hombres cuya honorabilidad era proclamada a los cuatro vientos.
Aprendí que el futuro luminoso y la superproducción de malanga eran lo mismo, y que ambos nos aguardaban, según los inefables discursos de nuestros jerifaltes, a la vuelta de la esquina. Eternamente a la vuelta de la esquina.
Aprendí en las reuniones a entender (¡y hablar!) el lenguaje de la palabrería hueca, adivinable, y a que la mano que confianzudamente se posaba sobre mi hombro, “compañerito, cará”, podía ser la misma que me apuñalaría en la próxima reunión de militantes.
Eduqué mis instintos hasta sólo desear, de lejos, los culos ceñidos en vaqueros capitalistas que se contoneaban por las oficinas municipales, provinciales y del Comité Central del PCC, mientras una voz susurrante me alertaba al oído… “psss, se mira pero que ni se te ocurra, camarada, que ahí sólo anda, mira…” y el dedo índice que insistentemente apuntaba al techo.
Me instruí en la técnica para encajar, llegado el caso con fingido dolor, que nuestras metas para comernos el mundo, terminaran en nada. Total, que ahí estaban, justificando de antemano nuestro fracaso, “las condiciones objetivas”, “el bloqueo”, y, por supuesto, el eterno imperialismo.
Los más ingenuos de mis camaradas de entonces, seguían aferrados a la idea de que el fin y la fuerza superior de sus creencias igualitaristas, corregirían, por sí mismas, la fatal deriva del país y la corrupción generalizada, y con inusual franqueza, me confesaban su esperanza en las mejoras que, según sus mentes institucionalizadas, sin duda traería el próximo congreso del PCC, ignorantes de que cualquier mutación del sistema en Cuba, seguiría siempre el gatopardiano principio de cambiarlo todo para continuar igual.
Si algo acabó con mi vocación comunista fue, precisamente, mi militancia en el PCC. Si algo me expulsó de Cuba, fue, sin duda, la Cuba que me tocó vivir. No es nada nuevo. Al nazismo no le derrotaron los bombardeos aliados. Al nazismo lo derrotó la historia, en alianza con los horrores cometidos por el nazismo. ¿Quién encarceló, desterró, persiguió y asesinó más comunistas soviéticos que el propio Stalin?; ¿quién aniquiló en Cambodia a más jemeres rojos que Pol Pot?; ¿quién hizo más contrarevolución en China que Mao Zedong y su revolución cultural?
En esta lista de contrasentidos, Cuba no es una excepción, y la verdad es que desertar un buen día del PCC, queridos opinantes filocomunistas, no me significó, en absoluto, un vacío, pues seduce tanto el acercamiento al objeto amado, como luego su lejanía una vez instalada la decepción.
Como se sabe (no hace falta una mente privilegiada para deducirlo), muchos de los opinantes cubanos a quienes leemos en Cubanet con mensajes a favor del régimen cubano, en realidad son empleados de ese propio régimen, con toda probabilidad militantes del partido o de la UJC, que a cambio de este servicio, y otros por el estilo en las redes sociales, disponen de algunas horas diarias para navegar por internet, lo que no es poco en un país donde la inmensa mayoría de las computadoras tiene castrada esta prestación. Tal es la paga del cibermercenario en Cuba.
Pero imagino las precauciones de estos muchachos (no sé por qué sospecho que se trata de jóvenes estudiantes universitarios), borrando, al final de cada jornada, los archivos de la carpeta Historial, los archivos temporales o cualquier otro rastro en la computadora de sus visitas a webs comprometedoras para su ideología. Es la tecnología al servicio de la simulación política tan extendida en la isla.
Y pensando en estos muchachos, me viene a la memoria una frase que solía decir mi abuela y que, en este caso, es un aviso para estos opinantes: “Como te ves, me vi; como mes ves, te verás”.