LA HABANA, Cuba.- ¿Alguien recuerda El socialismo y el hombre en Cuba? Ese fue un texto escrito por Ernesto Guevara con el propósito de teorizar lo que él suponía como una realidad para la isla después de 1959: emancipación del trabajo, superación de las contradicciones del capitalismo y construcción del hombre nuevo. Para estos fines, era necesario fusilar a un número determinado de gentes, reprimir cualquier manifestación “burguesa” de descontento y combatir a los norteamericanos. Sobre todo. Y en nombre del futuro.
54 años después de aquella exuberancia de desenfreno utópico, se puede aventurar un nuevo texto para el que sugiero un título La piñata, la represión y el capitalismo en Cuba. Su objetivo sería definir lo que ya está siendo una realidad para nosotros, digamos que a partir de 2006: regreso de la esclavitud en el trabajo, ahora sin trata negrera; perversión de la lógica del capitalismo, mediante el capital sin mercado; y enajenación del hombre viejo, a través del engaño que se esconde detrás del lema: por un socialismo próspero y sostenible. Para ello es imprescindible exportar el malestar a través de la emigración, reprimir toda manifestación “contrarrevolucionaria” de descontento e invitar a los norteamericanos al convite. Sobre todo. Y en nombre del pasado.
Como siempre en Cuba, en una reproducción histórica de nuestra constante depravación de lo político, la represión y los yanquis determinan nuestra condición. Lo nuevo ahora es la mueca socialista involuntaria para enmascarar el guiño pícaro al capitalismo que se hace desde el poder, con la pretensión de seguir medrando con el discurso solemne de la nación. Yo, que creo conocer algo de historia de Cuba, no había visto nunca tanta mediocridad extractada y destilada por los poros de la ideología y la política del Estado.
En el principio se reprimía para sujetarnos como la siempre fiel isla de España. Luego se reprimía para proteger los intereses de una élite ligada al capitalismo. Más tarde se siguió reprimiendo porque era necesario evitar toda perturbación en el camino del socialismo, y ahora el socialismo reprime para que no le obstruyan su via crucis hacia el capitalismo. Pero si hasta ayer la represión era consistentemente coherente con el significado de las palabras que pronunciaba el poder, a partir de hoy la represión se hace en nombre de una cosa para defender otra: la legitimación del capitalismo de élite a través de la piñata. Una piñata legal.
Eso no es poca historia. Sin asumirlo en su narrativa, el poder admite en los hechos que no hay más remedio que seguir el curso de la única economía mundialmente existente, la capitalista, y se anota el primero en la nueva lista de la burguesía cubana afincada en el país. Y si ya lo era por mentalidad y consumo, ahora comienza a serlo en propiedad, mediante la auto asignación de propiedades.
Hasta donde he podido leer en los análisis que se han hecho sobre la infame ley antipatriótica marcada con el no.118 ―una ley pensada para la economía del poder, no para la economía nacional― no se ha reparado lo suficiente en su Artículo 18.2. ¿Qué nos dice?: “La transmisión a favor de los inversionistas nacionales de la propiedad o de otros derechos reales sobre bienes de propiedad estatal, para que sean aportados por aquellos, se efectúa bajo los principios establecidos en la Constitución de la República y previa certificación del Ministerio de Finanzas y Precios, oído el parecer del órgano, organismo o entidad correspondiente y con la aprobación del Consejo de Ministros o su Comité Ejecutivo, según proceda”. Hasta aquí.
Vayamos al asunto. ¿Qué es un inversionista nacional? Plantea el Artículo 2, inciso m, que se trata de “persona jurídica de nacionalidad cubana, con domicilio en el territorio nacional, que participa como accionista en una empresa mixta, o sea parte en un contrato de asociación económica internacional”. Y es curioso que se especifique lo de accionistas. Se trata de adquirir lo que ya se posee, a través del lavado de dinero.
Pero podemos pensar que la Asociación de Bufetes Colectivos, como persona jurídica, está en condiciones de adquirir propiedades, si es que quiere convertirse en inversionista, respetando los principios de una Constitución que precisamente niega tal posibilidad. El asunto es simple: ninguna institución del Estado, o reconocida por éste, puede ser o convertirse en propietaria de sus propios bienes. Esa contradicción lógica esconde lo que viene: la disolución de la propiedad estatal, que se supone social, en manos de nombres y apellidos cristianos situados en las esferas más cerradas de poder. Todo de manera legal ―lo que no significa que legítima―, y sin el apuro y el correcorre de la piñata nicaragüense de los 90 del siglo pasado, que deslizó los bienes usufructuados a manos de los sandinistas, convirtiéndolos en propiedades legalizadas después que aquellos perdieran las elecciones de ese año.
El paso tranquilo y jurídicamente resguardado de bienes del pueblo a manos de la élite es lo que podríamos llamar una piñata legal. Con buen criterio de las prácticas gerenciales de la economía capitalista, se sabe bien que ningún inversionista extranjero vendrá a Cuba a invertir o dará dinero a personas jurídicas difusas que no asumirán responsabilidades frente a los riesgos de toda inversión. Se necesitan nombres concretos, de personas concretas e identificables que puedan responder por los resultados o la falta de resultados, las pérdidas o las ganancias de las inversiones. Persona jurídica viene a ser así el buen nombre para encubrir personas naturales con apellidos garantizados de y por el poder.
Esa piñata legal necesita protegerse de las demandas de la sociedad. De modo que al reprimir, los órganos policiales y de seguridad no están defendiendo un orden socio-político que se disuelve, sino el desplazamiento del poder a otro orden social basado en las nuevas propiedades y en los nuevos accionistas con apellidos revolucionarios. En la misma medida y por el tiempo que este proceso peligroso e ilegítimo de conversión se ajuste, así será la crudeza y la extensión de la represión social: contra la sociedad civil concientizada y contra la sociedad civil espontánea.
El problema de la represión no es ideológico ―nadie serio puede contrastar nuestra realidad con un paradigma―; ni tampoco de seguridad nacional ―excepto el narcotráfico, ninguno de los intereses de poder foráneos se está fijando en Cuba. El problema de la represión tiene que ver con la necesidad de reajuste económico del poder frente a la creciente pérdida de legitimidad ante la sociedad cubana. Abrirse al extranjero en medio de la pauperización del país es un riesgo al poder, mucho mayor que un debate entre liberales y marxistas. Las ideas no interesan, lo que importan son sus consecuencias. Ahí está el estado punitivo para garantizar la inyección sosegada de capital fresco sin conflicto en el horizonte.
El dilema del régimen es el de cómo darle cuerpo a un nuevo capitalismo nacional evitando el escrutinio social e ideológico. Los chinos, que sí piensan en términos estratégicos y en un proyecto cultural que tiene milenios, actuaron sin cinismo y dijeron que ser rico era glorioso. Agregaron algo más: para ellos no importa el color del gato, lo importante es que case ratones. Nuestros capitalistas no. Ellos reprimen al resto de la sociedad, aunque no piense en el capitalismo, para construir su capitalismo en nombre de Marx, Lenin y Martí. Ya no habrán piñatas como fiesta, solo habrá piñata como reparto…de cualquier cosa.