LA HABANA, Cuba.- En Jaimanitas gran parte de la ciudad parece como asolada por un ciclón o acabada de salir de un bombardeo y poco hacen por reponerla.
En un recorrido por sus calles, vemos los baches con el agua estancada y los mosquitos, por lo que puede considerarse eterna la campaña de fumigación para erradicar el mosquito.
La basura acumulada en las esquinas también le da al pueblo un aspecto de vertedero. Las construcciones particulares y los restos de mezclas de cemento, o de piedras, son quejas frecuentes de los basureros de la Empresa de Servicios Comunales, que en sus reuniones se quejan de que “recoger escombros no está entre sus funciones de trabajo”.
Igual que la basura, los perros le dan al pueblo un verdadero toque de localidad en ruinas, deambulando por la calle libremente. Muchas veces comidos por la sarna, se echan en grupos, o caminan tranquilamente entre la gente. El perro pudiera ser otro símbolo de este pueblo costero del noroeste de La Habana.
Otro signo distintivo son los carretilleros, con sus caras duras y sus precios por los aires: Un limón, 3 pesos; el frijol a 15; tomate a 10;carne de puerco, 40…
¿Y los individuos del pueblo? Corriendo de un lado para otro como carritos locos, de la bodega a la panadería, del Mercomar al puesto de vianda, y después otra vez a la carretilla, tan ocupados en sobrevivir que apenas perciben la ruina del pueblo.
Así como Jaimanitas, están todos los pueblos de La Habana. Si visitas Marianao y te internas en Los Pocitos, verás a Cuba por dentro. Igual te sucederá en Coco solo, Pogolotti, Zamora, Puentes Grandes, el Cerro, Habana Vieja (donde los edificios se caen constantemente), el reparto Chivás, Juanelo, Párraga, Mantilla, reparto Eléctrico…
En el pueblo se perdió el sentido de pertenencia. Algo extraño sucedió en el individuo, tras este medio siglo de socialismo cubano. Pudiera ser que el individuo dejó de ser dueño hasta de sí mismo y se encuentra como un reo, encerrado.
Foto-reportaje de Frank Correa