LA HABANA, Cuba, 16 de diciembre de 2013, Leonel Alberto Pérez Belette/ www.cubanet.org.- Algo más que un milagro consiguió Álvaro Torres durante su primera presentación en el teatro de los trabajadores, ubicado en Centro Habana, uno de los barrios más poblados y pobres de esta capital. Contra toda clase de obstáculos y a pura fe –las entradas no se vendieron al público general-, el cantautor convirtió el concierto del pasado viernes 13 en una cita de amor con un pueblo que ha seguido sus canciones por más de tres décadas, al punto de arrancar lágrimas este cantante ya pasado de moda en otras regiones de Latinoamérica.
En Cuba, sus canciones fueron intregradas como parte de las más sagradas celebraciones sociales, ya sean las fiestas de 15 cumpleaños de las hijas; bodas, despedidas y otros momentos familiares.
El intérprete salvadoreño de 63 años anunció en el escenario que las autoridades del Instituto Cubano de la Música accedieron a materializar, durante el año entrante, su añorado y largamente postergado sueño de una gira a todo lo largo de la Isla.
“Una oportunidad de tener una relación directa con Cuba en una nueva época donde todos los pueblos deben ser hermanos…con la certeza de que hemos superado un ciclo”, afirmó este popular artista que no pudo ser profeta en su tierra, asentándose en naciones que lo acogieron como a un hijo (Guatemala y México). En analogía con el pueblo cubano disperso por el mundo, comentó: “al final todas las sociedades civiles añoran su patria”.
Entre boleros y pop se le escaparon las lágrimas a él mismo, al descubrir que podía dejar de cantar mientras el público seguía las letras, porque cubanos de variadas generaciones, ideologías y procedencias sociales, tarareaban de memoria temas de su más antigua discografía, incluyendo a personalidades del gobierno que asistieron.
El intérprete de “Patria Querida”, “Si estuvieras Conmigo”, “Chiquita mía” y “El último romántico” debió salir varias veces al escenario ya bajado el telón para interpretar otros temas solicitados.
Torres compartió el micrófono con su hijo Astor; además, tuvo el acompañamiento de los 28 principales atriles de la Orquesta Sinfónica Nacional, bajo la dirección del maestro Pérez Mesa, y de una banda conformada con talentosos instrumentistas jóvenes originarios de varias provincias del interior de la Isla.
Las entradas para estas dos presentaciones no fueron vendidas al público en general, sino distribuidas gratuitamente en centros laborales, estatales; vinculados fundamentalmente al sector cultural.
El Teatro Lázaro Peña, perteneciente a la oficialista Central de Trabajadores de Cuba, ha devenido en la segunda sala en capacidad de esta capital después del Teatro Karl Marx, debido al cierre de otras importantes plazas, por deterioro. Aún así, se trató de un local muy reducido para un artista que, tan sólo en La Habana, podría llenar estadios de béisbol.
La aceptación y concurrencia puso en aprietos al gobierno. Debió recurrir a fuerzas policiales para organizar la entrada y controlar el tráfico en la calle. También a un grupo de escoltas para proteger al artista de sus más atrevidos fans; además de incluir a un cuerpo de bomberos al tratarse de la zona con más posibilidades de desplomes de balcones y edificaciones enteras.
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