LA HABANA, Cuba. -La última película de Fernando Pérez, La pared de las Palabras, puede ser catalogada como una película intensa. En las secuencias de carga emotiva, cuando las lágrimas tratan de aflorar, se hace un rompimiento para evitar el toque melodramático.
El director de importantes de largometrajes como Suite Habana, Clandestinos, José Martí: El ojo del canario y Madagascar, busca explorar esta vez el dolor familiar vinculado a la marginación en las instituciones mentales.
Acertada fue la selección del elenco, con Isabel Santos y Jorge Perrugorría en los protagónicos. Secundados por Verónica Lynn, Laura de la Uz y Carlos Enrique Almirante. Avalados todos por excelentes actuaciones, donde la contención y la expresividad prevalecen.
La historia trata de una madre y su hijo, ingresado en una institución para enfermos mentales, y la renuncia de ella a tener una vida propia con tal de cuidarlo.
Los ingresados en el manicomio, son puntos claves para el desarrollo del filme, sobre todo Orquídea (Laura de la Uz), amiga del joven, posiblemente una ex integrante de las filas del Partido Comunista que se “quemó”, y que no ha dejado atrás el mundillo de las reuniones y las alegorías políticas, reflejados en su comportamiento excesivo, con sus arranques de violencia y gestos obscenos. Y que, por otro lado, se ilumina por algunos momentos con palabras y acciones que no carecen de lógica.
El personal que atiende a los enfermos no da abasto: un doctor, que asume lo inevitable, unos pocos asistentes, y una enfermera con paciencia de mártir.
No pasa desapercibida en esta cinta, la precariedad del ambiente en la institución mental, las paredes y los objetos sin expresión, la ausencia de adornos y colores. Allí solo existe lo feo, lo desolado. Y los seres que lo habitan, constituyen la masa de los proscritos, los que avergüenzan a los demás, que deben estar guardados con doble llave. Posiblemente, el director haya querido mostrar una latente realidad en las instituciones mentales en Cuba. El abandono hacia estos seres y la desidia en que viven.
La fotografía en tonos grises, recurre continuamente a un paisaje marino con ruinas de cemento, una casa alejada, sin vecindario. El signo de la enfermedad y la muerte, la simbolizan las imágenes de edificaciones que se derrumban y desaparecen.
Es quizá esta película, como un gran lienzo, donde uno se asoma para encontrar tolerancia, amor y comprensión con los diezmados, que un director como Fernando Pérez –devenido un Buñuel moderno–, nos ha querido hacer partícipes comprometidos.