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Julio 12, 2006

Nefasto "El Constructor" Boza (II y final)

Víctor Manuel Domínguez, Lux Info Press

LA HABANA, Cuba - Julio (www.cubanet.org) - Luego de analizar algunos de los problemas que empolvan, descementan y descabillan las obras de choque asignadas al sector constructivo dentro de Cuba, es necesario ahondar en otras nimiedades que aún afectan a nuestros aguerridos y descascados cascos blancos.

Transcurridos sólo 47 años de profundos estudios, tareas desechables y nuevos métodos y principios, "ha llegado la hora de transformar la mentalidad, pasar a la acción y no hacer más compromisos de términos en saludo a fechas históricas, que cuando se cumplen es en detrimento de la calidad", expresaron al semanario Trabajadores por trimillonésima ocasión en algo más de cuatro décadas, destacados artífices de la concretera verbal, la pala fecunda y el vagón escondido.

Según algunos de estos descubridores del ladrillo patriótico, la polvareda revolucionaria, y la retro-excavadórica costumbre de repartir insultos, repellar ineficiencias, fundir culpas y mezclar discursos para la posteridad, "nos falta prepararnos para las ejecuciones, y si fallan las puntillas no podemos dormir hasta que no estén en el lugar".

Sin embargo, de tomar al pie de la letra estas nuevas disposiciones, creo que pronto nos quedaríamos sin constructores con los que obstruir acercas, calles y jardines, entre otras áreas -¿públicas?, ¿privadas?, en fin, ¡gubernamentales!-, cerradas al paso de transeúntes por no menos de dos décadas, en cumplimiento de lema "Que veinte años no es nada", legado a nuestro país por el insigne albañil-azulejador, Mamerto Gardel y Niemeyer.

En estado de alerta, alarmados, pero optimistas al desconfiar y hacer pública éstas y otras expresiones que anuncian día soleado en medio de tormentas, y viceversa, analicemos los pro y los contra de algunas de las más significativas.

Cuando un líder sindical o un responsable administrativo nos convocan a superarnos para las ejecuciones en una obra constructiva, ¿será que pretenden culminarla? ¿O tal vez empedrar, tirar de las orejas o despedir a los albañiles, pulidores, carpinteros, pintores, proyectistas y cuanto individuo o cosa no mandante sean acusados de no confiables, incapacitados, demasiado capaces, desviadores de recursos, exigentes, contestones, o de otras provincias?

¿Acaso eso de no dormir hasta que no lleguen las puntillas será porque se piensa empuntillarlos a una plancha de madera hasta que digan dónde se encuentra la rueda del vagón utilizada por el indio Hatuey cuando se levantó el cacicazgo de Guabaira?

Porque oiga, nadie me puede hacer creer que un dirigente con tantas obligaciones, y por la simple razón de unos clavitos voladores, vaya a pasar la noche en vela, sentado sobre una caja de madera, rodeado de encementados constructores que juegan al dominó en su modalidad de pin-tin-tin, entre bostezos y calambres estomacales, mientras sueñan felices con que las comidas que no trajeron hoy, mañana serán dobles si aparece el petróleo.

Resulta meritorio que estén dispuestos a sacrificarse, pero no es necesario exagerar. Porque de ser así, ¿en qué plano quedarían sus esposas, los niños, sus hogares, y hasta las pobres amantes de los que necesitan romper con la rutina y la carga del matrimonio y el trabajo?

Además, ¿quién le dará calor a los escritorios, entintará los cuños, hará cumplir los memos y se autopropondrá para un viaje al extranjero, o en su defecto, a una casita de descanso en los valles de Viñales o Caujerí? ¿Piensa que todas esas cosas, pequeñas, silenciosas, estarán aguardando su regreso?

Por otra parte, y con mayor razón, el auto. ¿Qué será de su carrocería agredida por el sereno, la lluvia, el polvo de la obra, y sobre todo, el peligro y desconsideración de que le extraigan el combustible para la guagua que debe transportar el desayuno, el almuerzo y la comida de los constructores? ¿De las gomas que le permiten seguir hacia delante? ¿Y hasta del espejo retrovisor que le permite mirar atrás por encima del hombro?

¡No, sacrificado jefe! ¡De ninguna manera! Su trinchera de combate se encuentra en la oficina, disparando salvas y hurras en el tiroteo verbal de una asamblea provincial, o impulsando la obra desde la retaguardia mientras pasa balance, no a las necesidades, sino a los errores de los trabajadores, a su pereza y a tantas ineficiencias que impiden que usted gane por medio del esfuerzo colectivo el título de vanguardia nacional.

Recuerde que su frente está en su espalda que se aleja; su comunión, con el hijo remesero y descarrilado en la comunidad de Miami, Estocolmo o París.

Por eso estoy de acuerdo, pese a mis erróneas dudas del ataque de ustedes contra los malosos constructores, con esa idea magnífica de crear un taller para formar plomeros, albañiles y demás especialidades constructivas a pie de obra, así como en que agreguen al proyecto la herrería para hacer los implementos de trabajo, y hasta la cocina donde se elabore eso que se denomina comida, sin necesidad de que esos trabajadores vayan a sus albergues ni después de las doce horas reglamentarias.

Hace falta incrementar esa pasión y entrega más allá de que "no se pague por la verdadera productividad -a causa del bloqueo-, de la necesidad de vincular a los jefes a este mecanismo, o de la insuficiente preparación técnica y organizativa, inadecuado control de las normas de trabajo, inestabilidad y baja calificación de la fuerza laboral.

No cabe la menor duda de que se precisa cambiar la mentalidad en el sector de la construcción, sustituir el estilo y establecer plazos objetivos en la realización de los programas.

Esa eficiencia, calidad y entrega en fecha de obras para el turismo internacional dentro de la Isla demuestra que sí se puede cuando hay voluntad y cemento, dignidad y gravilla, tesón y concreteras, ética y almuerzo, entrega y cascos, decisión y transporte, actitud revolucionaria y salarios justos.

¿Cómo es posible que los trabajadores del mismo contingente que levantó un aeropuerto en Granada, un central azucarero en Nicaragua, una escuela en Bani, República Dominicana, un corral con aire acondicionado para las llamas en Bolivia, y cientos de obras a lo largo del Tercer Mundo, en tiempo récord y con una calidad de máximo nivel, demoren más de veinte años en culminar las obras de un hospital sin nombre en la ciudad de Bayamo, o del pediátrico Pedro Borrás, en la capital?

¿Alguien puede explicarme esa modalidad constructiva de que al entregar las llaves a los inquilinos de un nuevo complejo de apartamentos en nuestro país, o al galeno y la enfermera que habitarán un consultorio médico de la familia, se le otorguen también palanganas y cubos plásticos para eventuales salideros? ¿O una bolsa de cemento y un paquete de tilo para cuando comiencen a rajarse las paredes, además de una orden de albergue?

Esa entrega adicional de materiales ante un posible derrumbe es un acto de derroche no compatible con la probidad y el honor de un movimiento constructivo que donde hacen falta cien bolsas de cemento emplea dos; donde 200 metros de arena, utiliza cinco, y en ocasiones es tanta su responsabilidad ante la necesidad de ahorro, que sustituye el petróleo de los autos por guarapo, los cascos por gorras de pelotero, y la merienda fuerte por un prú y una galleta de Nepal, si llega en hora.

Si bien estas son naderías que nada afectan los planes constructivos que se deben cumplir en un rango no mayor de cien años después de lo previsto, y con similar calidad que un castillo de arena, si es para servicio nacional, y un búnker alemán si es para extranjeros, no hay dudas de que debemos cambiar la mentalidad de los dirigentes y trabajadores de la construcción.

En espera de que vengan a evacuarme, y aquí, trancado entre los pisos siete y ocho de un edificio desde hace sólo diez años porque no le funciona el ascensor, escribe sobre una tabla que flota sobre el agua, y apoya el cambio de mentalidad por el bien de la obra, Nefasto "El Constructor".

LUX INFO-PRESS
Agencia Cubana Independiente de Información y Prensa
E-mail: Fsindical@aol.com

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