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Abril 25, 2006

Nefasto "El Refranólogo Boza (IV y final)

Víctor Manuel Domínguez, Lux Info Press

LA HABANA, Cuba - Abril (www.cubanet.org) - El día en que a Cornelio Buenaventura-Mier Da Pinto se le habló del refrán "El que nace pa´tarrú del cielo le caen los tarros", decidió salir a la calle con un casco protector en su premiada cabeza, pero jamás puso en dudas la fidelidad de su mujer.

Conocedor de que su media naranja era aficionada a impartir clases de Kamasutra práctico al carnicero del chalet, al médico del solar y a otros tantos necesitados de una educación sexual desprejuiciada, pasó por alto los infundados murmullos, el agorero refrán, y puso esta advertencia viril y demoledora en la puerta de su casa: "No moleste a mi mujer en horario lectivo, o tendrá que atenerse a las consecuencias". Gracias.

Este acto de rebeldía y a la vez de conformidad con el destino mostrado por el sagaz Cornelio -alias "El Venao"-, no cuenta en la Isla con muchos seguidores.

El cubano promedio, a sabiendas de su capacidad para cambiar un sino endosado en sus genes y ganas por mandato celestial o imposición de quienes detentan el poder sobre la tierra -en ese orden- se niega con todas las fuerzas de sus mañas y sueños a llevar sobre su espalda, y por el resto de sus días, la carga pesada de la conformidad.

Veamos si no algunas de las radicales respuestas dadas por un cubano revolucionario a las tantas predicciones que, sobre su vida particular, lanzan desde los dobles filos de un refrán los agoreros de los dioses y los gobernantes.

Cuando Zoraida "La Serpiente" Pita expresó en una asamblea de rendición de cuentas que los buenos ciudadanos de un pueblo en revolución debían interiorizar y comprender que "A falta de pan, casabe", o "Si no hay perro, se montea con gato", la reacción de las masas se fue por encima de la cuota de dignidad y entrega asignadas a los verdaderos patriotas.

Rebeldes ante el aluvión de carencias alimenticias, "ropales", locomotoras, y medicinales, entre otras que se les vaticinaba por causas ajenas a un proceso inimaginable aún en la mente afiebrada de Kafka, los cubanos optaron por volver a la tribu, al hato bucólico y fantasmal, antes de permitir que se cumplieran las humillantes predicciones.

Resueltos a labrarse su propio destino más allá de augures, recetas, consejos e imposiciones dictadas desde la cima y la sima donde se rigen los batacazos que da la vida, se levantaron un día listos para variar sus hábitos alimentarios y desayunar caldo de agua tibia de boniato con anís, almorzar las raíces de fécula azucarada del tubérculo -con plato fuerte a la imaginación-, y cenar los apetecibles tallos rastreros y ramosos, las casi carnes hojas alternas y lobuladas, y las proteínicas flores con campanillas de la planta, en un período sin igual conocido como El Boniatazo.

Como si fueran pocas tantas muestras de entrega al conteo regresivo de la obra revolucionaria, durante cinco años decidieron vestirse con tersos y picantes tejidos de saco de yute y laster confeccionados en la Casa de Alta Costura El Parche, al estilo ArdeSon, nacido de los plumones y los trazos del modisto Cucú Satín, quien fuera ganador en varias ocasiones del Gran Premio Ropa-Trapo que otorgaba el club "Los pajaritos rojos del Edén", auspiciado por el Comité Central del Partido de la Moda para los diseñadores residentes en países del bloque socialista internacional.

En cuanto a los problemas para la transportación, se diseñó un plan de medidas revolucionarias de austeridad que dejó tieso de la rabia a un descendiente directo de Trucutú Ford Alega, el célebre cubano-americano que inventó la rueda de bronce mientras comerciaba maní en granos, palitos de tendedera, berro, limón y calentadores caseros entre los pueblos nómadas que deambulaban por los alrededores del semáforo ubicado sobre el glaciar El duro frío azul.

Con la inventiva y la tenacidad que caracteriza a este pueblo, los cubanos tacharon de su agenda de viajes las palabras avión, ómnibus, camión, auto y hasta motocicleta, e iniciaron la búsqueda de alternativas que desembocaron en el éxito total de la misión Hasta Santiago a pie.

Realizar caminatas de kilómetros y kilómetros para trasladarse al trabajo, la escuela, el hospital, la prisión o el cementerio, se convirtió en el deporte nacional como muestra inequívoca de hacer trizas las predicciones refranológicas que aseguran que "el que nace pa´tamal, del cielo le caen las hojas", "el palo que nace pa´violín, hasta en el monte suena", y a otras que siembran el espíritu del pesimismo en textos como "Más vale estar salao que no hediondo", o "Cuando el mal es de cagar no valen guayabas verdes".

Pero el cubano jamás se deja coaccionar por estas amenazas veladas, imposiciones tercas, y mucho menos por los refranes agoreros que anuncian la imposibilidad de revertir el destino labrado por los mandantes.

En medio de un panorama desolador donde se incluyó en el Catálogo de Prohibiciones el derecho de enfermarse por la carencia de medicamentos en la nación, el cubano saltó por encima de augures que presagiaban conformidad, desilusión y burla, y contrarrestó refranes tan perversos como "Cuando uno está fatal, hasta los perros lo mean" y "El que puede con empanada, no aspira a chivirico".

¿Cómo aceptar la fatalidad sin rebelarse? ¿En qué cabeza cabe renunciar a los sueños de superación? ¿Es posible admitir que las dudas se apoderen de la existencia? "¡Jamás jamaré jamón, pero no aceptaré esos cartelitos!", fue una expresión puesta de moda por un optimista y espartano criollo.

Desde entonces, y por un interminable período de tiempo, a falta de duralginas para el dolor de muelas, ¡cocazos anestesiantes en la cabeza!

Ante la ausencia justificada de mebromato para la histeria, ¡un cóctel de tilo alto con manzanilla y cundeamor!

Desaparecido de Cuba cualquier medicamento anfinflamatorio, ¡semillas de calabaza hervidas en caldo de romerillo y tengue, vertidos y enchambados en trapo que se coloca sobre canilla desbordada por la hinchazón!

¡Pero nunca aceptar la conformidad con el destino que proponen esos refranes ultrajantes!

Esta demostración de que sí se puede modelar el destino a nuestro antojo, y en vez de casabe, comer hierba; o para no montear con gatos, hacerlo con gallinas, es el ejemplo supremo y contradictorio de una comunidad que, sin aceptar imposiciones ni augures que obliguen a la conformidad, todavía se pliega ante ciertos refranes que fijan pautas sobre el erotismo y la precaución.

En el primer caso, y sin ahondar en las reconocidas teorías sobre la liberación sexual de la mujer en el socialismo, se hacen ecos de expresiones maledicientes y despectivas como "Gallina sola para la cola", "Al son de la maraquita, baila lo mismo la fea que la bonita" y "Cada cual de su cuerpo hace tambores y se lo da a tocar a quien quiera".

¿Acaso toda mujer soltera, viuda, divorciada, en concubinato, matrimonio o insatisfecha no tiene derecho a buscar marido, compañía o un "pasarrato" que le mate la soledad, siempre que sea ajena a nuestra relación e interés?

Aunque definir una mujer como fea o bonita es la más absurda de la sinrazón -pues "ésa es la tierra más bella que ojos de hombre vemos y tocamos"-, clasificadas ya sea en uno u otro bando ¿no tienen el derecho a danzar de alegría al son de cualquier ritmo tocado por nosotros con instrumentos de fabricación nacional?

¿Podremos estar en desacuerdo con que la mujer, la hija o la hermana de cualquier persona fuera de nuestro círculo familiar ejerza su derecho a encaramarse con quien le dé la gana?

¡Nunca, hermanos! ¡Jamás! Pues ése sería un acto de discriminación sexual contra la mujer ajena. Eso sí, la propia o la que lleve en los encantos de sus curvas, olores, pelos y señales aunque sea un cromosoma nuestro, a falta de iglesias: bufete colectivo.

¡Y nada de jolgorios ni musiquitas que empañen la memoria de aquel insigne luchador por la igualdad femenina, Catón Nefasto Boza, alias "El Promiscuo", quien pudo hacer feliz a su mujer sin desatarla de la pata de la cama a lo largo de 45 años de concubinato, once hijas, y siete amantes, que al cabo de igual período de tiempo le dieron el hijo macho que buscaba!

¡Y ninguna se pudo quejar de un tratamiento diferente! ¡Ni siquiera las hijas, ya que también fueron atadas en diferentes habitaciones del hogar hasta que salieron bien casadas!

Con un ejemplo tan digno y dado a practicar el amor libre como el legado a las nuevas generaciones de cubanos por "El Promiscuo", ¿cómo es posible que aún muchos compatriotas caigan en esa bobería de chismes y conductas discriminatorias contra el comportamiento de la mujer?

Parte el alma y desfigura el rostro que aún mantengamos actitudes así, tan alejadas del derecho a gozar la papeleta que tiene todo humano que se respete, sin distinción de raza, religión o sexo, siempre que no seamos nosotros los tocados por la fama.

Pero no es sólo ante el comportamiento erótico recogido en refranes que el cubano se pliega, duda, balbucea y hasta se dispone a seguir a pie juntillas su letra.

En el tema de la precaución ante posibles males, estafas y otras ramas del tumbe institucional o privado, el cubano se acoge a cuanto dicho, proverbio, augur o refrán le advierta de caer en una trampa, lazo red o artimaña tendidas por el vivo que vive del bobo.

Sólo un ejemplo será suficiente para demostrar la dependencia anímica y la rispidez ante un posible timo, desarrolladas a forma de protección contra los posibles males que anuncian el refrán "Papelito jabla lengua".

Si algún jefe le dice a un trabajador que le lleve diez cajitas con cien pollos cada una para su casa, además de 12 piernas de jamón, 60 litros de aceite, cinco pomos de aceitunas y 40 paquetes de coditos, entre otras menudencias para un entrante de ensalada fría que hará en su casa para el superior de la empresa, de seguro el humilde pero desconfiado proletario, le suelta con el tono más alejado de la suspicacia que una voz refleja:

- ¿Y el papelito, jefe?

- ¿De qué papelito me hablas? Por favor, Leusipio, ¿acaso no ves que estoy ocupado sacando cuentas?

- Sí, jefe, perdone. Pero necesito el papel donde aparezcan estos productos, no sea que mañana venga una auditoría y si no están asentados en la tarjeta de salida…

- ¡Acabáramos, Leusi! -dijo el jefe, se puso de pie y le echó el brazo por encima del hombro. ¿Tu temor es que estas naderías mañana aparezcan como faltantes y te culpen a ti? ¿Que yo no dé la cara?

Acomodó la foto de su joven mujer sobre la mesa de trabajo y añadió, muy seguro:

- No seas bobo, Leusi. Los primeros que estarán allí serán los responsables de la inspección, luego los jefes, y después algunos integrantes del buró sindical, del partido y de la juventud. El único obrero serás tú, por la confianza que me inspiras. Además, todo esto es legal. Tranquilízate.

Pasados dos meses y una sola inspección, el almacenero Leusipio Bobadilla fue condenado a seis meses de privación de libertad por desvío de recursos para el mercado negro. El compañero jefe de la entidad detectó el robo y él mismo lo puso en conocimiento de la policía económica.

Según las malas lenguas, la esposa del gerente se había enamorado del insignificante almacenero.

¿Fábula de la realidad? ¿O realidad tomada de la fábula?, se pregunta el cubano receloso, y vive convencido de que los refranes no siempre se equivocan, pues "cuando el río suena es porque piedras trae", y "la constancia de la cachimba es la que tumba la bemba".

LUX INFO-PRESS
Agencia Cubana Independiente de Información y Prensa
E-mail: Fsindical@aol.com

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